Vayamos hacia atrás: la derrota gringa en Afganistán y el fracaso general del intervencionismo humanitario, las inundaciones y los incendios globales como efectos del cambio climático, la pandemia del Covid después una serie larga de epidemias regionales, la paz inestable y violenta en Colombia, el ascenso de los populismos de distinto signo. Una muestra de hechos recientes, todos calamitosos, todos previstos hace cinco o veinte años. Unos por científicos, otros por estudiosos sociales, muchos por diferentes filósofos.
No estoy hablando del tipo de observaciones que a largo plazo hiciera, poco antes de morir, Stephen Hawking. “La Tierra está amenazada en tantos aspectos que resulta difícil ser positivo”, dijo (Breves respuestas a las grandes preguntas, 2018, p. 187). Hablo de advertencias hechas respecto a eventos altamente probables que se producirían en cuestión de un lustro o poco más. La mayoría de ellas respaldadas por amplios acuerdos académicos y, menores, pero significativos voceros corporativos o políticos. Advertencias que, ya sabemos, no fueron escuchadas ni por los dirigentes ni por sus electores, tampoco por la masa crítica del empresariado.
Esta situación trágica se identifica con dos figuras alegóricas: una que se encuentra en Eurípides, Casandra, condenada a que no le creyeran sus profecías; otra elaborada por Platón, la nave de los necios o de los locos, tripulantes desordenados en un viaje a la deriva. La nave platónica representa la anarquía en un estado sin dirigentes sabios; en la Edad Media la nave representaba un mundo en crisis, desorientado, sin propósito ni virtud. En el mundo actual, los necios se caracterizan por el beneficio de corto plazo, la falta de control emocional y el sesgo en asuntos trascendentales.
Puede sugerirse que el pensamiento moderno emerge como un ensayo de variadas soluciones al problema de la nave de los necios. Piénsese en las utopías, el contrato social, la planeación racionalista, la mano invisible, la evolución de las especies, como las posibles respuestas más aceptadas. Piénsese, también, en la renovación de la ética y el desarrollo del pensamiento crítico como respuestas menos populares. En tiempos más recientes escuchamos propuestas más operativas vinculadas a los avances de la neurociencia y la psicología cognitiva.
Veo el planteamiento del biólogo social Robert Trivers como una macroteoría que estima que la nave de los necios se caracteriza por problemas de engaño y autoengaño (La insensatez de los necios, 2013). Si algunos nos engañan, estamos ante un problema ético; si la mayoría vivimos en el autoengaño, estamos ante un problema cognitivo; ambos son problemas sociales y políticos. Trivers ofrece algunos consejos para el comportamiento individual y, saludablemente, nos hace ver que somos más pendejos de lo que creemos. Hay que mantener a raya la necedad y escuchar a los sucesores de Casandra pues podrían ayudarnos a ser más previsivos y a limitar los daños de los eventos catastróficos.
El Colombiano, 22 de agosto
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