lunes, 12 de julio de 2021

Tenemos que hablar Colombia

Tenemos que hablar Colombia se lanzó el 30 de junio pasado por parte de seis universidades (Andes, Eafit, Industrial de Santander, Nacional, Norte y Valle) con el apoyo de Sura y la FIP, como “una plataforma colaborativa de diálogo e incidencia ciudadana” con el fin de “recoger ideas que señalen caminos de acción y decisión pública a partir de nuestra diversidad y posibilidades de futuro” (con ese nombre puede visitarse su página web).

Esta iniciativa debe verse como una continuidad, al menos, de proyectos recientes que se han venido llevando a cabo en el país. Como ejemplos locales puedo mencionar Debates críticos (Eafit), Otras memorias (Comfama, Confiar y Universidad de Antioquia), El derecho a no obedecer (Otraparte). Sobre caminos de acción, Mauricio García Villegas nos convocó a 25 académicos en 2018 y la consultora McKinsey a 47 ejecutivos en 2019. Conversar y proponer no ha faltado, y nunca sobra; lo que ha faltado es buena argumentación y escucha, sobre todo por parte de la clase política.

Esta propuesta tiene al menos cuatro retos. El primero tiene que ver con el alto nivel de dispersión de los intereses y de imprecisión del malestar que existe en el país. La crisis actual muestra las dificultades para identificar cualquier forma de representatividad; habría que buscar mecanismos aleatorios, quizás algunos indirectos, para captar la opinión de las personas de a pie.

El segundo reto está relacionado con el esfuerzo por convertir la expresión emotiva en palabra. La gente se expresa moralmente a través de la ira, el resentimiento y la vergüenza. Son emociones humanas. ¿Cómo interpretar la emotividad de un grito, una vidriera rota? Uno de los fracasos del proyecto ilustrado fue intentar traducir todo sentimiento a enunciado verbal. La conversación tiene que complementarse con rituales, símbolos, gestos, que conecten con los sentimientos de agravio que existen entre nosotros.

El tercero tiene que ver con el despliegue de un léxico y unas reglas básicas de reconocimiento de los demás como semejantes. Si el otro se ve solo como un vándalo o un asesino, no habrá conversación. Esto no debería ser difícil en Colombia, donde se habló con Pablo Escobar, Carlos Castaño y Manuel Marulanda. No cabe ahora con el cuento de que esto es solo entre gente “de bien”. Íngrid Betancourt dio una lección de cómo hacer esto en su comparecencia ante la Comisión de la Verdad.

El último de los retos que preveo tiene que ver con el hecho de que diálogos asimétricos, entre auditorios desconfiados, exigen la realización paralela de acciones que demuestren la buena voluntad de las partes institucionales (así no sean gubernamentales). Se requieren actos de respeto y generosidad, unilaterales, gratuitos y significativos, que le hagan saber a las partes no institucionales que existe seriedad y compromiso para cambiar la forma en que nos venimos relacionando.

El Colombiano, 11 de julio

No hay comentarios.: