Con su rostro en primer plano el detective inspector Fred Thursday comenta: “Si el guardián no protege la ciudad, en vano vigilan los centinelas”. El comentario está dirigido a la audiencia, aunque a su lado se encuentre su pupilo, el joven detective Endeavour Morse. Fue el final de un capítulo intermedio de una de las más recientes temporadas de Endeavour, una serie de televisión basada en personajes del escritor Colin Dexter. La frase se justifica porque Oxford está viviendo una ola criminal que claramente involucra a funcionarios corruptos y Thursday apunta a que ese tipo de problemas vienen de arriba.
Cualquier persona con una socialización cristiana identificará en la Biblia esa sentencia. Se trata del salmo 127. Para los exégetas que no derraman una gota de sudor el guardián no es otro que el Señor, con sus diferentes nombres. Thursday, que es un hombre creyente, ofrece una interpretación que baja el texto a los niveles terrenales, como correspondería si fuera cierto que su autor es el rey Salomón. El guardián es el jefe de la ciudad, los centinelas son los funcionarios que están bajo su mando.
El detective nos plantea un problema de filosofía política: si el gobernante es malvado o incapaz, no habrá solución seria posible a los líos que se presenten en otras instancias subordinadas. Es una discusión clásica, ¿instituciones o individuos? Por ahora se puede zanjar de la siguiente manera: en organizaciones centralizadas y jerárquicas la calidad de los dirigentes afecta significativamente el desempeño de las mismas. Eso pasa en las corporaciones y en los regímenes presidencialistas (aunque no solo en estos, como lo demuestra el caso de Silvio Berlusconi en Italia).
El economista turco Daron Acemoglu sostiene que uno de los problemas más serios que tienen las empresas es el poder y los beneficios de los gerentes, en detrimento de accionistas y partes interesadas (“CEOs are the problem”, Project Syndicate, 02.06.21). Acemoglu apela a remedios clásicos como reducción del poder discrecional, control con posibilidades de sanción, más líneas rojas claras y “mayor presión de la sociedad civil”. Todo esto aplica a los gobernantes; el problema es que en la administración pública esas limitaciones ya existen, pero la concentración de poderes y la corrupción impiden que sean eficaces.
Otra discusión es la que se plantea sobre el gobernante malvado y el incapaz. Ortega y Gasset lo tenía claro y, sin citarlo, el economista italiano Carlo Cipolla también. El estúpido es peor que el malvado, porque el malvado beneficia a algunos y el estúpido perjudica a todos, porque el malvado necesita tiempo para maquinar y el estúpido hace daño aun durmiendo. Esta discusión se da sobre la base de que todavía es posible un escenario peor, es aquel donde nadie manda, donde hay vacío de poder y pérdida de legitimidad de la autoridad.
El Colombiano, 27 de junio
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