El 13 de junio de 1953 entró Gustavo Rojas Pinilla al Palacio de la Carrera, que era la casa de los presidentes de Colombia. Aunque técnicamente se trató de un golpe de estado, el nuevo gobernante fue recibido con alivio por la mayoría de los sectores políticos y sociales del país. En medio de la guerra civil partidista era bienvenido un discurso moderado que invitaba a la concordia y que podría ayudar a que la vida política volviera a la normalidad que se había perdido a mediados de la década anterior.
Rojas no era un político, era un técnico. Era general de un ejército en el que se había desempeñado como ingeniero y había sido director de Aerocivil. Estudió ingeniería en Estados Unidos y debía hablar en un inglés fluido, aunque no sé si era aficionado a pronunciar discursos en ese idioma. La dirigencia nacional de la época debía esperar un gobierno corto, estabilizador, que diera paso con prontitud a la normalidad institucional. Su primer año de gobierno ayudó a sostener esas expectativas.
El gobierno de Rojas no fue capaz de consolidar la paz que logró con las guerrillas liberales y pronto abocó al país a una nueva ola de violencia política. A la par con la censura de prensa, acrecentó los medios de información y propaganda oficial; creó la televisión e inauguró el uso palaciego de la misma, normal desde entonces, con ciertos periodos de abuso. Las manifestaciones callejeras de oposición fueron tratadas a los balazos; de ellas, las más célebres fueron las jornadas de junio de 1954, pero no fueron las únicas. Algunos muertos fueron ocultados y otros justificados porque habían atacado a la fuerza pública.
Cuando la crisis se agudizó y el presidente dio muestras de querer atornillarse en el poder, prolongando su mandato, las fuerzas políticas reviraron. Los viejos antagonistas se unieron y crearon un frente opositor. Entonces se convocó un paro nacional en el cual los sindicatos y el empresariado le pusieron el pecho a la brisa. Eso fue el 6 de mayo, al quinto día, el 10 ya el presidente estaba fuera de juego y lo remplazaba una junta militar. No fue la primera ni la última vez que sectores empresariales y de los partidos tradicionales apoyaron un paro.
1957 terminó con un plebiscito para validar una gran reforma política que eliminó la vieja enemistad partidaria. Poco después el Poderoso DIM logró su segunda estrella y terminó el que García Márquez —por razones que no entiendo— llamó “el año más famoso del mundo”. Esta columna debería haberse publicado el 10 de mayo, día que echaron a Rojas, pero no cayó domingo. Las efemérides redondas me interesan, por lo que es un poco extraño esta reminiscencia de cosas que pasaron hace 64 y 67 años, pero la mente es traviesa.
El Colombiano, 13 de junio
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