“Fue
un error, sí, un error”, eso dijo Romano Prodi al periódico español El
Confidencial, el pasado 18 de septiembre. Hablaba del Covid-19
—“pensaba en posibles tensiones, problemas, caídas en la
productividad, incluso inundaciones, sequías, pero no se me ocurrió pensar en
una pandemia”. Es la actitud que uno esperaría de un político ilustrado y
decente. El detalle más importante es que Prodi dejó de ser presidente de
Italia el 24 de enero de 2008. Está bien escrito, frótese sus ojos, ¡2008! ¡Y
Prodi admite que cometió un error por no ocuparse del virus!
Los seres humanos nos equivocamos. Cometemos errores a
diario y por montones, por el simple hecho de que somos seres falibles.
Tenemos, aunque no lo creamos, serios problemas cognitivos; nuestros sentidos
no son tan desarrollados como los de los animales; y, además, vivimos en un ambiente
en el que hay muchas interferencias que entorpecen, aún más, nuestros actos.
Estas interferencias, técnicamente llamadas ruido, nos abruman en esta época.
Así que, el error es muy común. Menos generalizados, pero abundantes, son los
errores por incuria o por negligencia.
Tenemos en nuestra cultura, al menos, tres problemas con el
error.
El primero es que nos avergonzamos de errar. Las personas,
organizaciones y países que no enfrentan el error no aprenden y se abocan a
males grandes y ruinosos. Por el contrario, la vieja práctica del ensayo y
error es mejor consejera que la pendeja soberbia de hacer como si no nos
equivocáramos. Un buen consejo en este tiempo es equivocarse pronto, en materia
leve y en cantidades suficientes para adquirir información. La deliberación
pública, la cooperación social y el mercado, ayudan a controlar los errores.
El segundo problema es que confundimos el error con el
crimen. La inmensa mayoría de los errores que cometemos los seres humanos no
son fallas morales y, por tanto, no deben estar sujetos a sanción moral o
penal. Esto nos lleva a la paradoja de que, como criminalizamos el error,
dejamos sin evaluar, reconocer o reprochar las faltas que no son crímenes, que
son la inmensa mayoría. Otro problema, adjunto, es que, en medio de estos
imaginarios, los oportunistas aprovechan para sindicar de criminal o pecador a
quien simplemente se ha equivocado.
El tercero es que banalizamos el error de los poderosos.
Errar es humano, pero el jefe de una organización o un país, no se puede
permitir ciertos errores. Cuenta con una arquitectura institucional y
normativa, y enormes recursos para evitar cometer errores mayúsculos. Mientras
más poder tiene una persona, más responsabilidad le cabe. De gente en esas
posiciones uno debe esperar que reconozcan públicamente sus errores, que pidan
disculpas según el caso, que pidan perdón, eventualmente; en casos extremos,
que sufran sanción social o sanciones administrativas y penales.
Distinto al error es el delito, que es intencional,
consciente.
El Colombiano, 27 de septiembre