En su concierto de cierre del 2008 en el Paseo del Río (Medellín, 19 de diciembre) Juanes habló de política como siempre lo hace y como pocos lo hacen. Lo hace siempre porque el rock antioqueño siempre habló de política, al menos desde finales de los años setenta. Lo hace como pocos porque siempre habla de la gran política: Colombia en el mundo, la pobreza, la guerra, la desigualdad, el patriotismo; mientras los políticos se dedican a la pequeña política: la trifulca, el personalismo, las intrigas sospechosas de día y la intrigas criminales de noche.
Expresó su apoyo a Alonso Salazar desde la perspectiva de la gran política. No habló de sus dotes personales, ni de su proyecto de gobierno, ni de la buena obra que continúa desde la Administración Fajardo. No. Habló de la conspiración que está montada entre dos periodistas poderosos, un exalcalde y un exjefe paramilitar (esta lista es mía). Y habló de que había que apoyar la institucionalidad.
Institucionalidad es la palabra clave de la gran política en un país que carece de Estado fuerte, que posee una sociedad anómica, una gran economía ilegal y unos partidos políticos que se guían por ideologías disolventes y autodestructivas. Institucionalidad es la línea de congruencia entre la crítica social y la búsqueda de soluciones, entre la defensa del Estado colombiano hacia afuera y la promoción del cambio hacia adentro. Institucionalidad es la idea que exorciza la violencia, la ilegalidad y la confusión acerca de la legitimidad.
sábado, 20 de diciembre de 2008
lunes, 15 de diciembre de 2008
Cuarenta años de "Astral Weeks"
Es curioso que el aniversario de “Astral Weeks” haya pasado casi desapercibido, de no ser porque el propio Van Morrison decidió recrearlo en un par de conciertos en noviembre pasado. Curioso porque “Astral Weeks” es, sin duda, uno de los mejores álbumes de la música popular del siglo XX y porque su autor es un artista vigente, altamente respetado por la crítica y con público suficiente como para producir ganancias.
Dice la leyenda que “Astral Weeks” fue grabado en sólo dos días –en New York– como primer álbum solista del frontman de “Them!” una famosa y fugaz banda de mediados de los años 1960, y que pasó desapercibido para un público extasiado con la fecundidad sonora de las dos costas de los Estados Unidos y la ruidosa invasión británica.
“Astral Weeks” iba a contrapelo de todo eso. Venía concebido por un extraño joven de Belfast, que con apenas 23 años convenció a Warner de asegurarle un ensamble de músicos circunstanciales para grabar ocho canciones sin contactos terrenales. En 1968 casi una hora de música sin estridencias ni estribillos ni estandartes ni extravagancias, parecía no tener sentido… pero lo tuvo. Nunca más la crítica olvidaría este disco, ni dejaría de reservarle a su autor un lugar en el olimpo.
Partido en dos, “In the Beginning” y “Afterwards”, tiene la pretensión de ser una obra completa más que una colección de canciones. La desgraciada costumbre de la radio, que después llegó a los bares y a los iPods, de deshuesar los álbumes para consumirlos en píldoras, hizo que “Sweet Thing” y “The Way Young Lovers Do” sonaran después como sencillos. Pero “Astral Weeks” es otra cosa.
Las palabras que Morrison estampó en la contracarátula del disco podrían ser una premonición de su suerte: “Cierro mis ojos y duermo pues el amor surca las corrientes del sentido, suave como la nieve, de aquí para allá… como una bailarina”. Por ahora, soñemos que tendremos una tardía edición de aniversario o al menos los conciertos del 7 y 8 de noviembre en el Hollywood Bowl.
Dice la leyenda que “Astral Weeks” fue grabado en sólo dos días –en New York– como primer álbum solista del frontman de “Them!” una famosa y fugaz banda de mediados de los años 1960, y que pasó desapercibido para un público extasiado con la fecundidad sonora de las dos costas de los Estados Unidos y la ruidosa invasión británica.
“Astral Weeks” iba a contrapelo de todo eso. Venía concebido por un extraño joven de Belfast, que con apenas 23 años convenció a Warner de asegurarle un ensamble de músicos circunstanciales para grabar ocho canciones sin contactos terrenales. En 1968 casi una hora de música sin estridencias ni estribillos ni estandartes ni extravagancias, parecía no tener sentido… pero lo tuvo. Nunca más la crítica olvidaría este disco, ni dejaría de reservarle a su autor un lugar en el olimpo.
Partido en dos, “In the Beginning” y “Afterwards”, tiene la pretensión de ser una obra completa más que una colección de canciones. La desgraciada costumbre de la radio, que después llegó a los bares y a los iPods, de deshuesar los álbumes para consumirlos en píldoras, hizo que “Sweet Thing” y “The Way Young Lovers Do” sonaran después como sencillos. Pero “Astral Weeks” es otra cosa.
Las palabras que Morrison estampó en la contracarátula del disco podrían ser una premonición de su suerte: “Cierro mis ojos y duermo pues el amor surca las corrientes del sentido, suave como la nieve, de aquí para allá… como una bailarina”. Por ahora, soñemos que tendremos una tardía edición de aniversario o al menos los conciertos del 7 y 8 de noviembre en el Hollywood Bowl.
sábado, 6 de diciembre de 2008
La gaviota
“Corrían los días de fines de guerra. / Pasó un gaviota volando. / Y el que anduvo intacto rodó por la tierra / huérfano, desnudo, herido, sangrando”. Esta es la última estrofa, estrofa-síntesis de “La gaviota” de Silvio Rodríguez*. Y, sin embargo, síntesis que esconde afirmando y aclara escondiendo, como toda síntesis.
Eran las postrimerías de la guerra y un soldado regresaba intacto. La canción es de 1976 cuando Silvio estuvo entreteniendo a los soldados cubanos enviados al matadero de Angola por Castro y Brezhnev. En este caso el contexto ofusca (de hecho, Silvio no la firma en Angola como hizo con “Aceitunas”). Porque no sólo termina una guerra, también es “un tiempo de amor que se cierra” y el agónico personaje deja de ser un soldado concreto para ser simplemente un mortal cualquiera, ileso e indemne: “Intacto de flores de horror en su cuarto”.
Quizás ayude –y también espante– la relación de la gaviota con el tiempo, “tan rápida, tan detenida”. La relación del sobreviviente con el espacio, que se detiene, respira, eleva los ojos, como queriendo suspender un tiempo atroz y vertiginoso para recomponer las ideas y las cosas, y tomar aliento, y hacerse otro mundo. Pero, “como si no hubiera más en el mundo” pasa una gaviota volando y la pausa, el intermezzo que el sobreviviente ha buscado, se esfuma.
Ahora aquel que no necesitaba justificación es lanzado de nuevo al vértigo, sin poder reponerse siquiera. Y quien tenía ya la palabra cielo en su boca rueda por el suelo, “herido, sangrando”.
* “La gaviota” (1976). Letra y música: Silvio Rodríguez. Publicado en “Unicornio” (1982).
Eran las postrimerías de la guerra y un soldado regresaba intacto. La canción es de 1976 cuando Silvio estuvo entreteniendo a los soldados cubanos enviados al matadero de Angola por Castro y Brezhnev. En este caso el contexto ofusca (de hecho, Silvio no la firma en Angola como hizo con “Aceitunas”). Porque no sólo termina una guerra, también es “un tiempo de amor que se cierra” y el agónico personaje deja de ser un soldado concreto para ser simplemente un mortal cualquiera, ileso e indemne: “Intacto de flores de horror en su cuarto”.
Quizás ayude –y también espante– la relación de la gaviota con el tiempo, “tan rápida, tan detenida”. La relación del sobreviviente con el espacio, que se detiene, respira, eleva los ojos, como queriendo suspender un tiempo atroz y vertiginoso para recomponer las ideas y las cosas, y tomar aliento, y hacerse otro mundo. Pero, “como si no hubiera más en el mundo” pasa una gaviota volando y la pausa, el intermezzo que el sobreviviente ha buscado, se esfuma.
Ahora aquel que no necesitaba justificación es lanzado de nuevo al vértigo, sin poder reponerse siquiera. Y quien tenía ya la palabra cielo en su boca rueda por el suelo, “herido, sangrando”.
* “La gaviota” (1976). Letra y música: Silvio Rodríguez. Publicado en “Unicornio” (1982).
domingo, 30 de noviembre de 2008
Taubes: La teología política de Pablo
Con 15 años de retraso se publica en español la obra póstuma y “testamento espiritual” de Jacob Taubes (1923-1987) titulada “La teología política de Pablo”* y correspondiente a un curso corto y exclusivo ofrecido en Heidelberg en enero de 1987.
Taubes señala de nuevo a san Pablo como fuente ineludible de la cultura occidental, coincidiendo con los esfuerzos de Émile Cioran (en clave antagónica), del cineasta Kryzstof Kieslowski (quien hace girar su trilogía alrededor de la Carta a los Corintios) o de Giorgio Agamben (quien se aplica al fundador del cristianismo en “El tiempo que resta”), para mencionar algunos ejemplos. El filósofo indica así la insuficiencia de pensarnos sólo desde la fuente griega y la pobreza de una secularización que emascula la trayectoria judeo-cristiana de Occidente, indicación que lleva a una crítica demoledora de la universidad que ignora el estudio de la Biblia.
Que se trate de una teología política es una declaración de la filiación del discurso con el pensamiento de Carl Schmitt. Antes de morir éste, Taubes le visitó en Plattenberg y pudo discutir durante varios días algunos capítulos de la Carta a los Romanos. Schmitt le despidió indicándole que no debiera morirse (Taubes ya padecía cáncer) sin exponer sus investigaciones. El resultado es este libro, al cual Cioran y otros contribuyeron con una edición minuciosa.
No extraña pues que el libro se complete con algunos textos reunidos bajo el título “Ad Carl Schmitt. Armonía de opuestos” que enfría en términos heracliteanos la voluntad de Taubes, que solía citar de oídas y hablar con pasión: “En amorosa disputa con Carl Schmitt”. Él –judío como se representaba Heine y como los representaba el renegado Marx– se sabía enemigo de Schmitt y ello no le impidió firmar sus cartas “amistosamente” y rendirle respeto ante la traumatizada intelectualidad alemana como la gran figura alemana del siglo al lado de Martin Heidegger. Como judío se decía “¿quién soy yo para juzgar?” y creía que había cosas más importantes que la ley: el amor, la misericordia y el perdón.
* Jacob Taubes, La teología política de Pablo, Madrid, Trotta, 2007. Trad. Miguel García-Baró.
Taubes señala de nuevo a san Pablo como fuente ineludible de la cultura occidental, coincidiendo con los esfuerzos de Émile Cioran (en clave antagónica), del cineasta Kryzstof Kieslowski (quien hace girar su trilogía alrededor de la Carta a los Corintios) o de Giorgio Agamben (quien se aplica al fundador del cristianismo en “El tiempo que resta”), para mencionar algunos ejemplos. El filósofo indica así la insuficiencia de pensarnos sólo desde la fuente griega y la pobreza de una secularización que emascula la trayectoria judeo-cristiana de Occidente, indicación que lleva a una crítica demoledora de la universidad que ignora el estudio de la Biblia.
Que se trate de una teología política es una declaración de la filiación del discurso con el pensamiento de Carl Schmitt. Antes de morir éste, Taubes le visitó en Plattenberg y pudo discutir durante varios días algunos capítulos de la Carta a los Romanos. Schmitt le despidió indicándole que no debiera morirse (Taubes ya padecía cáncer) sin exponer sus investigaciones. El resultado es este libro, al cual Cioran y otros contribuyeron con una edición minuciosa.
No extraña pues que el libro se complete con algunos textos reunidos bajo el título “Ad Carl Schmitt. Armonía de opuestos” que enfría en términos heracliteanos la voluntad de Taubes, que solía citar de oídas y hablar con pasión: “En amorosa disputa con Carl Schmitt”. Él –judío como se representaba Heine y como los representaba el renegado Marx– se sabía enemigo de Schmitt y ello no le impidió firmar sus cartas “amistosamente” y rendirle respeto ante la traumatizada intelectualidad alemana como la gran figura alemana del siglo al lado de Martin Heidegger. Como judío se decía “¿quién soy yo para juzgar?” y creía que había cosas más importantes que la ley: el amor, la misericordia y el perdón.
* Jacob Taubes, La teología política de Pablo, Madrid, Trotta, 2007. Trad. Miguel García-Baró.
jueves, 20 de noviembre de 2008
Tinieblas
A propósito de la frase de Tocqueville, que usé como título del artículo “La marcha en las tinieblas”, surgen problemas derivados del uso ordinario de la palabra “tinieblas”. Obviamente, la cultura occidental la ha cargado con denotaciones negativas, colocando allí, juntos, el peligro, el adversario, el paisaje del miedo. Para propósitos menos tenebrosos solemos usar oscuridad, penumbra, noche y afines.
La intención de Tocqueville no era apocalíptica. Tampoco la mía en ese intento precario por proponer una imagen para el fin del entusiasmo liberal. Nunca he sido liberal y el agotamiento de un periodo de exaltación no se predica con alegría, tampoco. Simplemente es un intento de resaltar un nuevo periodo en el que las certezas graníticas, las verdades definitivas y las grandes palabras han vuelto a quedar sepultadas. No ya bajo el polvo físico de un muro emblemático, quizás sí bajo el de unas emblemáticas torres, pero algo más: las guerras de la impotencia en Asia Central, el derrumbe financiero, la inmoralidad del nuevo humanitarismo, la instrumentalización de las bellas ideas de la posguerra.
Dicho en palabras de Daniel Innerarity (El País, 07.10.2008) se trata de señalar que el tiempo que termina es el aquel caracterizado por “el arte de tener siempre la razón”. Un arte basado en la idea de la existía una verdad con mayúsculas, que era posible conocerla y que había un método apropiado para hacerlo, usando una conocida síntesis de Isaiah Berlin. El profesor español elabora un buen complemento diciendo que ese arte presumía que era posible eliminar la ignorancia.
Y no. A lo apunta la marcha en las tinieblas es resaltar la irreductible incertidumbre de estos tiempos, “por lo que debemos entenderla [la ignorancia], tolerarla e incluso servirnos de ella y considerarla un recurso”. Filosóficamente se comprende mejor la pertinencia del pragmatismo norteamericano, sobre la soberbio de la ilustración europea.
La intención de Tocqueville no era apocalíptica. Tampoco la mía en ese intento precario por proponer una imagen para el fin del entusiasmo liberal. Nunca he sido liberal y el agotamiento de un periodo de exaltación no se predica con alegría, tampoco. Simplemente es un intento de resaltar un nuevo periodo en el que las certezas graníticas, las verdades definitivas y las grandes palabras han vuelto a quedar sepultadas. No ya bajo el polvo físico de un muro emblemático, quizás sí bajo el de unas emblemáticas torres, pero algo más: las guerras de la impotencia en Asia Central, el derrumbe financiero, la inmoralidad del nuevo humanitarismo, la instrumentalización de las bellas ideas de la posguerra.
Dicho en palabras de Daniel Innerarity (El País, 07.10.2008) se trata de señalar que el tiempo que termina es el aquel caracterizado por “el arte de tener siempre la razón”. Un arte basado en la idea de la existía una verdad con mayúsculas, que era posible conocerla y que había un método apropiado para hacerlo, usando una conocida síntesis de Isaiah Berlin. El profesor español elabora un buen complemento diciendo que ese arte presumía que era posible eliminar la ignorancia.
Y no. A lo apunta la marcha en las tinieblas es resaltar la irreductible incertidumbre de estos tiempos, “por lo que debemos entenderla [la ignorancia], tolerarla e incluso servirnos de ella y considerarla un recurso”. Filosóficamente se comprende mejor la pertinencia del pragmatismo norteamericano, sobre la soberbio de la ilustración europea.
domingo, 9 de noviembre de 2008
Tu verdadero peor enemigo
La historia escondida detrás de “Your Own Worst Enemy” (Bruce Springsteen, “Magic”, 2007), puede ser una historia íntima como la de “Una historia violenta” (David Cronenberg, 2005). Pero dejemos a un lado el ambiente hogareño que se nota en la canción y pensemos en ella como una historia política y hagamos dos glosas sin la pretensión de construir un argumento.
“Los tiempos llegaron a ser claros / cuando quitamos todos los espejos”. Si tenemos en cuenta que se está hablando de enemigos y de la nueva situación en la cual el peligro real se detecta en lo propio, cobra sentido este verso preciso. Había un tiempo claro en el cual el enemigo era otro distinto, estaba afuera, o simplemente había una línea divisoria precisa entre amigos y enemigos. En los tiempos en que el curso de las cosas está determinado por el afuera los espejos sobran, se cubren con sábanas, se guardan en los sótanos, desaparecen en el estropicio de los combates. Sin embargo algo ha sucedido para que esa línea se haya perdido; quizás hayamos ganado la guerra; quizás ya no tengamos enfrente lo malo, lo feo, lo falso, ordenado bajo la misma sigla; el de afuera ha perdido importancia.
En la nueva calma los espejos se han reinstalado y la tranquilidad de un adversario público viene a ser sustituida por la falta de certeza acerca del origen de nuestras preocupaciones. Cuando nos miramos al espejo podemos descubrir que el nuevo enemigo está al frente y que no es otro que nosotros mismos. Es el verdadero enemigo, “the own enemy”, tal vez porque el enemigo feroz de los tiempos sin espejos era sólo nuestra propia maldad encarnada en cuerpo extraño. ¿Por qué si el feroz adversario ha sido derrotado, nuestros males continúan? Parece ser que no era nuestro verdadero enemigo. Nuestro verdadero enemigo, al parecer, somos nosotros mismos. Que sea el peor es apenas una consecuencia, al fin y al cabo no hay peor enemigo que el enemigo íntimo. Y ninguno más íntimo que el que surge de una escisión interior.
“Los tiempos llegaron a ser claros / cuando quitamos todos los espejos”. Si tenemos en cuenta que se está hablando de enemigos y de la nueva situación en la cual el peligro real se detecta en lo propio, cobra sentido este verso preciso. Había un tiempo claro en el cual el enemigo era otro distinto, estaba afuera, o simplemente había una línea divisoria precisa entre amigos y enemigos. En los tiempos en que el curso de las cosas está determinado por el afuera los espejos sobran, se cubren con sábanas, se guardan en los sótanos, desaparecen en el estropicio de los combates. Sin embargo algo ha sucedido para que esa línea se haya perdido; quizás hayamos ganado la guerra; quizás ya no tengamos enfrente lo malo, lo feo, lo falso, ordenado bajo la misma sigla; el de afuera ha perdido importancia.
En la nueva calma los espejos se han reinstalado y la tranquilidad de un adversario público viene a ser sustituida por la falta de certeza acerca del origen de nuestras preocupaciones. Cuando nos miramos al espejo podemos descubrir que el nuevo enemigo está al frente y que no es otro que nosotros mismos. Es el verdadero enemigo, “the own enemy”, tal vez porque el enemigo feroz de los tiempos sin espejos era sólo nuestra propia maldad encarnada en cuerpo extraño. ¿Por qué si el feroz adversario ha sido derrotado, nuestros males continúan? Parece ser que no era nuestro verdadero enemigo. Nuestro verdadero enemigo, al parecer, somos nosotros mismos. Que sea el peor es apenas una consecuencia, al fin y al cabo no hay peor enemigo que el enemigo íntimo. Y ninguno más íntimo que el que surge de una escisión interior.
sábado, 25 de octubre de 2008
Brothers in arms
Toda guerra civil es una guerra entre hermanos y toda disputa entre hermanos físicos o espirituales ha admitido siempre la comparación con la guerra civil. En el primer caso la metáfora está en la hermandad para aludir a la amistad política que debería subyacer en la pertenencia a una misma “patría”. En el segundo caso la metáfora es la guerra que refiere desavenencias, conflictos, rupturas.
Siempre se puede escuchar “Hermanos en armas” en las dos versiones. Publicada en 1985 en el gran álbum “Brothers in arms”, la canción fue compuesta por Mark Knopfler, como solía suceder con Dire Straits. ¿Son los hermanos en armas sólo aquellos que nos acompañan en la batalla y que no desertan de nuestro lado? ¿Acaso la niebla que “es ahora mi hogar” no esconde también al hermano que está en la otra trinchera?
Las estrofas de “Brothers in arms” están llenas de imágenes bélicas, “campos de destrucción” y “bautismos de fuego”. Pero la tercera, se concentra en el problema de las diferencias: “Hay muchos mundos diferentes/ con muchos diferentes soles/ y nosotros que tenemos que vivir en uno/ vivimos en mundos distintos”. La miseria humana es que sólo en la inminencia del adiós se entiende la tontería de librar una guerra contra nuestros hermanos en armas.
Siempre se puede escuchar “Hermanos en armas” en las dos versiones. Publicada en 1985 en el gran álbum “Brothers in arms”, la canción fue compuesta por Mark Knopfler, como solía suceder con Dire Straits. ¿Son los hermanos en armas sólo aquellos que nos acompañan en la batalla y que no desertan de nuestro lado? ¿Acaso la niebla que “es ahora mi hogar” no esconde también al hermano que está en la otra trinchera?
Las estrofas de “Brothers in arms” están llenas de imágenes bélicas, “campos de destrucción” y “bautismos de fuego”. Pero la tercera, se concentra en el problema de las diferencias: “Hay muchos mundos diferentes/ con muchos diferentes soles/ y nosotros que tenemos que vivir en uno/ vivimos en mundos distintos”. La miseria humana es que sólo en la inminencia del adiós se entiende la tontería de librar una guerra contra nuestros hermanos en armas.
martes, 30 de septiembre de 2008
Rawls: Hipocresía y política
A propósito de la nota sobre “Hipocresía y política”, el profesor Mauricio Uribe López me hizo notar la congruencia de la exposición sintética hecha allí con tesis similares de Jon Elster y John Rawls. Con relación a este último decía el profesor Uribe López que la fuerza civilizadora de la hipocresía “se parece a lo que en el equilibrio reflexivo Rawls denomina la moderación de los prejuicios y de la excesiva atención a los intereses particulares al aparecer ante los demás. Es casi un requisito para que la razón pública opere”.
Ya tendré ocasión de referirme al equilibrio reflexivo, por lo pronto hay una clara referencia al asunto en la exposición de Rawls de los que es la idea de razón pública. Para el filósofo estadounidense la base pública de la justificación y la eficacia de los principios de justicia no sólo requieren acuerdos sustantivos, (esto es, sobre los contenidos de la justicia política), sino también acuerdos sobre “los principios de razonamiento y sobre las reglas de evidencia a cuya luz deben decidir los ciudadanos”.
Para las condiciones del pluralismo razonable la gente debe discutir según las formas del sentido común y asumir la ciencia, mientras no admita controversia. Esto supone un esfuerzo de los ciudadanos por presentar razones que puedan ser aceptadas por todos los miembros de la comunidad política, a esto se le puede llamar “un modo reconocido [socialmente] de razonar”. Este modo, en una sociedad occidental e ilustrada, tiene que incorporar principios de inferencia y reglas de evidencia, patrones de corrección y criterios de verdad.
No me interesa discutir acá tanta fe en la razón, lo pertinente es señalar que para Rawls existe también una “razón no pública” atribuible a las corporaciones (iglesias, sindicatos, gremios, universidades, sociedades científicas) y también a las personas singulares. Cada corporación tendrá sus procedimientos y modos aceptables de razonar, públicos sólo para sus miembros pero no públicos respecto a la comunidad política. Lo mismo aplicaría para una persona. En la esfera pública común a la toda la sociedad, el miembro de la corporación o la persona individual debe traducir sus posiciones al modo público de razonar, de lo contrario deben morderse la lengua. Esa es una de las formas de manifestación de la hipocresía en la política.
* Rawls, J. 2002. La justicia como equidad. Una reformulación, Barcelona, Paidós, 129-135.
Ya tendré ocasión de referirme al equilibrio reflexivo, por lo pronto hay una clara referencia al asunto en la exposición de Rawls de los que es la idea de razón pública. Para el filósofo estadounidense la base pública de la justificación y la eficacia de los principios de justicia no sólo requieren acuerdos sustantivos, (esto es, sobre los contenidos de la justicia política), sino también acuerdos sobre “los principios de razonamiento y sobre las reglas de evidencia a cuya luz deben decidir los ciudadanos”.
Para las condiciones del pluralismo razonable la gente debe discutir según las formas del sentido común y asumir la ciencia, mientras no admita controversia. Esto supone un esfuerzo de los ciudadanos por presentar razones que puedan ser aceptadas por todos los miembros de la comunidad política, a esto se le puede llamar “un modo reconocido [socialmente] de razonar”. Este modo, en una sociedad occidental e ilustrada, tiene que incorporar principios de inferencia y reglas de evidencia, patrones de corrección y criterios de verdad.
No me interesa discutir acá tanta fe en la razón, lo pertinente es señalar que para Rawls existe también una “razón no pública” atribuible a las corporaciones (iglesias, sindicatos, gremios, universidades, sociedades científicas) y también a las personas singulares. Cada corporación tendrá sus procedimientos y modos aceptables de razonar, públicos sólo para sus miembros pero no públicos respecto a la comunidad política. Lo mismo aplicaría para una persona. En la esfera pública común a la toda la sociedad, el miembro de la corporación o la persona individual debe traducir sus posiciones al modo público de razonar, de lo contrario deben morderse la lengua. Esa es una de las formas de manifestación de la hipocresía en la política.
* Rawls, J. 2002. La justicia como equidad. Una reformulación, Barcelona, Paidós, 129-135.
sábado, 20 de septiembre de 2008
Palabras
La poetisa polaca Wyslava Szymborska ha insinuado la posibilidad de un horrible sueño. Se trata de un mundo bastante parecido a la Tierra aunque con la peculiaridad de poseer un idioma distinto. Un idioma en el que sólo se usan las palabras necesarias, sólo nombres que “se ajustan estrictamente a las cosas”, sólo las cosas que están al lado, sólo los eventos del segundo anterior y las premoniciones referidas al segundo posterior. Palabras, “nunca una de más”; hechos, nunca uno allende la inmediatez. Esa posibilidad es la pesadilla de la religión, la poesía y la filosofía, pesadilla que equivale a una situación en la que “el mundo se presenta claro aun en la más profunda oscuridad”.
La suposición del poema nos hace una petición de principio que está en el origen de toda fe, toda poética y toda reflexión, que no es otra que la esencial necesidad de la palabra. No hay filosofía sin palabras. La ciencia, la técnica, el arte y el afecto pueden prescindir frecuentemente de las palabras, la filosofía nunca. Empero, la filosofía requiere la comprensión de otras plurales dimensiones de la palabra más allá de aquellas que la adscriben como ambiente o herramienta.
La palabra como lexis, no en el sentido técnico lingüístico, sino como acción comunicativa que sostiene la sociabilidad humana y en buena medida, también su insociabilidad. En virtud de esta dimensión la lexis resulta de una importancia práctica mayúscula por lo que la filosofía tiene más obligaciones que la religión y la poesía en lo que respecta a la apertura de canales hacia el lenguaje natural y el cumplimiento de ciertos deberes respecto a la comprensión y al sentido común.
La palabra como praxis, en la acepción estricta que le otorga la filosofía de la praxis, como potencial fuerza creativa material y, por tanto, fuente de bienes y males que demanda responsabilidades que usualmente no se predican de oscuros profesores y autores de textos subestimados por su baja circulación, menos aún de estudiantes que tanteamos en este mundo tanto o más vasto que el Mundo.
La palabra como ágape, es decir como expresión de la fraternidad y el amor comunitario que sostiene las diversas esferas de afecto en que los seres humanos habitamos, esferas que con frecuencia desestimamos al reducirlas al cerrado ámbito doméstico y al impreciso e inasible conjunto que se nombra como humanidad. Fuera de ellas sólo parecen quedar relaciones comerciales, laborales, cofradías, partidos, que funcionan todas –como señaló el profeta desdichado– “al frío pago al contado”.
La crítica a este sueño ofrece una visión decisiva. El mundo siempre permanece en una penumbra de lluvia perpetua y suelos deslizantes, como en la previsión de Philip Dick. No sólo que la deslumbrante claridad sea rara sino que pudiera ser indeseable. Y nuestra manera de leerlo e interpretarlo debe, entonces, saturarse de paréntesis y asteriscos, metáforas viscosas e imágenes ambiguas, términos equívocos y conceptos encontrados. La palabra finalmente es finita y el silencio debe ser una opción siempre a la mano, pues las peores tentaciones son las de querer ofrecer siempre respuesta y querer encuadrar siempre cada suceso. Es terrible preguntar sólo aquello para lo que hay respuesta, tanto como presumir de que toda pregunta tenga una respuesta o la necesite.
Podemos decir algo parecido de la persona singular, insondable e impredecible. Haciéndolo socavaríamos la idea de vivir una vida filosófica, idea que para nuestra desgracia no se ha construido sobre ideales sino sobre el modo como se nos han contado historias sobre personalidades como Sócrates, Tomás de Aquino y Kant, tan santos. Hoy estamos obligados a visiones más modestas y trágicas del mundo y de nosotros. Pero aún podemos exigirnos que el discurso filosófico sirva como lexis al entendimiento, que como praxis sea responsable, que como ágape sea creador de afectos y también que se inhiba cuando lo inefable se imponga.
No son propósitos carentes de ambición. Menos aún cuando contamos con una escuela como el Instituto de Filosofía y con una guía como sus profesores.
Palabras en el acto de grados del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia. Medellín, 19 de septiembre del 2008.
La suposición del poema nos hace una petición de principio que está en el origen de toda fe, toda poética y toda reflexión, que no es otra que la esencial necesidad de la palabra. No hay filosofía sin palabras. La ciencia, la técnica, el arte y el afecto pueden prescindir frecuentemente de las palabras, la filosofía nunca. Empero, la filosofía requiere la comprensión de otras plurales dimensiones de la palabra más allá de aquellas que la adscriben como ambiente o herramienta.
La palabra como lexis, no en el sentido técnico lingüístico, sino como acción comunicativa que sostiene la sociabilidad humana y en buena medida, también su insociabilidad. En virtud de esta dimensión la lexis resulta de una importancia práctica mayúscula por lo que la filosofía tiene más obligaciones que la religión y la poesía en lo que respecta a la apertura de canales hacia el lenguaje natural y el cumplimiento de ciertos deberes respecto a la comprensión y al sentido común.
La palabra como praxis, en la acepción estricta que le otorga la filosofía de la praxis, como potencial fuerza creativa material y, por tanto, fuente de bienes y males que demanda responsabilidades que usualmente no se predican de oscuros profesores y autores de textos subestimados por su baja circulación, menos aún de estudiantes que tanteamos en este mundo tanto o más vasto que el Mundo.
La palabra como ágape, es decir como expresión de la fraternidad y el amor comunitario que sostiene las diversas esferas de afecto en que los seres humanos habitamos, esferas que con frecuencia desestimamos al reducirlas al cerrado ámbito doméstico y al impreciso e inasible conjunto que se nombra como humanidad. Fuera de ellas sólo parecen quedar relaciones comerciales, laborales, cofradías, partidos, que funcionan todas –como señaló el profeta desdichado– “al frío pago al contado”.
La crítica a este sueño ofrece una visión decisiva. El mundo siempre permanece en una penumbra de lluvia perpetua y suelos deslizantes, como en la previsión de Philip Dick. No sólo que la deslumbrante claridad sea rara sino que pudiera ser indeseable. Y nuestra manera de leerlo e interpretarlo debe, entonces, saturarse de paréntesis y asteriscos, metáforas viscosas e imágenes ambiguas, términos equívocos y conceptos encontrados. La palabra finalmente es finita y el silencio debe ser una opción siempre a la mano, pues las peores tentaciones son las de querer ofrecer siempre respuesta y querer encuadrar siempre cada suceso. Es terrible preguntar sólo aquello para lo que hay respuesta, tanto como presumir de que toda pregunta tenga una respuesta o la necesite.
Podemos decir algo parecido de la persona singular, insondable e impredecible. Haciéndolo socavaríamos la idea de vivir una vida filosófica, idea que para nuestra desgracia no se ha construido sobre ideales sino sobre el modo como se nos han contado historias sobre personalidades como Sócrates, Tomás de Aquino y Kant, tan santos. Hoy estamos obligados a visiones más modestas y trágicas del mundo y de nosotros. Pero aún podemos exigirnos que el discurso filosófico sirva como lexis al entendimiento, que como praxis sea responsable, que como ágape sea creador de afectos y también que se inhiba cuando lo inefable se imponga.
No son propósitos carentes de ambición. Menos aún cuando contamos con una escuela como el Instituto de Filosofía y con una guía como sus profesores.
Palabras en el acto de grados del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia. Medellín, 19 de septiembre del 2008.
domingo, 31 de agosto de 2008
Los poderes tronantes contra Alonso
El ambiente de Medellín en los últimos meses está corriendo el riesgo de parecerse mucho al ambiente nacional: una disociación entre los poderes tronantes y los poderes silenciosos. Los poderes tronantes son los que pueden tronar, esto es, los que tienen el poder de las armas de fuego y los que pueden hacer ruido, o sea, los medios de comunicación (ambas acepciones, hacer ruido y disparar figuran en el diccionario).
Los poderes tronantes están contra el Alcalde. Esa mezcla inadmisible pero común entre autoridades de policía y bandidos como El Cebollero o Don Mario. El poder legítimo de los medios de comunicación para criticar, que muchas veces se usa retorcidamente para crear un ambiente turbio de animadversión. Los ejemplos más claros son Telantioquia Noticias y los comunicadores informales que iniciaron los sitios contra Alonso Salazar en Facebook inmediatamente se posesionó.
Otra cosa son los poderes silenciosos. Unos guardan silencio porque les conviene o porque creen que su papel es guardar silencio, esto es típico del poder económico. Los otros no es que guarden silencio, es que su voz sólo se oye en las urnas o en las encuestas realmente representativas (no en los opinómetros o las consultas telefónicas o vía internet). En este caso los resultados de la encuesta de Datexco* sobre la percepción respecto a diversos asuntos de los colombianos que viven en las capitales de departamento es muy ilustrativa. Medellín tiene el mejor gobierno (calificado con 3,97) seguida de Manizales (3,71). Medellín tiene el mejor clima de seguridad (3,71) seguida de Cartagena (3,60). Medellín tiene la segunda mejor movilidad vial (4,31) después de Neiva (4,45).
Los poderes tronantes han hecho una gran labor creando un clima de inseguridad, de inconformidad con la movilidad vial y oposición irrazonable (y seguramente interesada) contra la Administración Municipal que es totalmente opuesta a la opinión de los poderes silenciosos. Esto, por supuesto, puede cambiar. Ahora, si cambia, si la opinión de los poderes silenciosos toma la dirección que quieren los poderes tronantes los perdedores seremos todos. O casi todos, porque ya se sabe que el río revuelto lo aprovechan los luispérezcadores.
* La encuesta fue realizada en julio pasado (entre el 17 y el 21) y publicada por El tiempo el domingo 24 de agosto.
Los poderes tronantes están contra el Alcalde. Esa mezcla inadmisible pero común entre autoridades de policía y bandidos como El Cebollero o Don Mario. El poder legítimo de los medios de comunicación para criticar, que muchas veces se usa retorcidamente para crear un ambiente turbio de animadversión. Los ejemplos más claros son Telantioquia Noticias y los comunicadores informales que iniciaron los sitios contra Alonso Salazar en Facebook inmediatamente se posesionó.
Otra cosa son los poderes silenciosos. Unos guardan silencio porque les conviene o porque creen que su papel es guardar silencio, esto es típico del poder económico. Los otros no es que guarden silencio, es que su voz sólo se oye en las urnas o en las encuestas realmente representativas (no en los opinómetros o las consultas telefónicas o vía internet). En este caso los resultados de la encuesta de Datexco* sobre la percepción respecto a diversos asuntos de los colombianos que viven en las capitales de departamento es muy ilustrativa. Medellín tiene el mejor gobierno (calificado con 3,97) seguida de Manizales (3,71). Medellín tiene el mejor clima de seguridad (3,71) seguida de Cartagena (3,60). Medellín tiene la segunda mejor movilidad vial (4,31) después de Neiva (4,45).
Los poderes tronantes han hecho una gran labor creando un clima de inseguridad, de inconformidad con la movilidad vial y oposición irrazonable (y seguramente interesada) contra la Administración Municipal que es totalmente opuesta a la opinión de los poderes silenciosos. Esto, por supuesto, puede cambiar. Ahora, si cambia, si la opinión de los poderes silenciosos toma la dirección que quieren los poderes tronantes los perdedores seremos todos. O casi todos, porque ya se sabe que el río revuelto lo aprovechan los luispérezcadores.
* La encuesta fue realizada en julio pasado (entre el 17 y el 21) y publicada por El tiempo el domingo 24 de agosto.
viernes, 22 de agosto de 2008
Provocando al dragón
Cuando el fuego olímpico empezó a calentarse, hace más de un año, un largo periodo de preparativos del humanitarismo global empezó a mostrar sus frutos. El recorrido de la llama olímpica por los cinco continentes fue acompañado de una agresiva campaña contra el Estado chino a favor de la independencia del Tíbet, denunciando violaciones de los derechos humanos y las restricciones de las libertades civiles.
Semanas antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos, los medios de comunicación occidentales generaron un ambiente de incertidumbre por la contaminación del aire en Beijing y se inundaron de titulares sobre la renuncia de varias estrellas deportivas a participar en las competencias y la inminencia de la suspensión de muchas competencias por parte del Comité Olímpico Internacional.
El 8 de agosto, mientras se encendía el fuego olímpico, miles de humanitaristas globales encendieron veladoras en varios lugares del mundo lamentando la tragedia de una celebración fraternal en un Estado infernal. Un día antes, George Bush y Nicolás Sarkozy habían recogido la primera cosecha del activismo humanitario exigiendo a China que cambiara sus políticas y lanzando duras advertencias para el futuro. Los terroristas separatistas de Xinjiang hicieron lo suyo explotando bombas en esta provincia limítrofe con Afganistán en esas mismas fechas.
A la semana siguiente, medios de comunicación liberales se dedicaron a mostrar la otra cara de los juegos: una niña que dobló en la ceremonia, el uso de trucos televisivos en la transmisión, la imposibilidad de entrar a las páginas web de los secesionistas en los computadores chinos, la existencia de apartamentos de 10 metros cuadrados, el robo de cámaras a los turistas occidentales… China es todo lo que Occidente detesta y supuestamente no es.
El humanitarismo global está pavimentando las avenidas sobre las que se disputará el próximo conflicto global. Los Bush y Sarkozy de mañana recogerán esa herencia. Y dentro de 5, 10 y 15 años los humanitaristas globales se eximirán de responsabilidades y dirán que los nuevos conflictos son culpa de los políticos: del belicismo occidental y el totalitarismo oriental. No predicarán los derechos sino la paz.
Semanas antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos, los medios de comunicación occidentales generaron un ambiente de incertidumbre por la contaminación del aire en Beijing y se inundaron de titulares sobre la renuncia de varias estrellas deportivas a participar en las competencias y la inminencia de la suspensión de muchas competencias por parte del Comité Olímpico Internacional.
El 8 de agosto, mientras se encendía el fuego olímpico, miles de humanitaristas globales encendieron veladoras en varios lugares del mundo lamentando la tragedia de una celebración fraternal en un Estado infernal. Un día antes, George Bush y Nicolás Sarkozy habían recogido la primera cosecha del activismo humanitario exigiendo a China que cambiara sus políticas y lanzando duras advertencias para el futuro. Los terroristas separatistas de Xinjiang hicieron lo suyo explotando bombas en esta provincia limítrofe con Afganistán en esas mismas fechas.
A la semana siguiente, medios de comunicación liberales se dedicaron a mostrar la otra cara de los juegos: una niña que dobló en la ceremonia, el uso de trucos televisivos en la transmisión, la imposibilidad de entrar a las páginas web de los secesionistas en los computadores chinos, la existencia de apartamentos de 10 metros cuadrados, el robo de cámaras a los turistas occidentales… China es todo lo que Occidente detesta y supuestamente no es.
El humanitarismo global está pavimentando las avenidas sobre las que se disputará el próximo conflicto global. Los Bush y Sarkozy de mañana recogerán esa herencia. Y dentro de 5, 10 y 15 años los humanitaristas globales se eximirán de responsabilidades y dirán que los nuevos conflictos son culpa de los políticos: del belicismo occidental y el totalitarismo oriental. No predicarán los derechos sino la paz.
jueves, 14 de agosto de 2008
Pulsiones fundamentalistas
El gran innovador de la historia en Colombia, Jaime Jaramillo Uribe, diagnosticó la personalidad como “mediana”. De algún modo reflejaba con ello cierta tendencia a negociar y a transar, a contemporizar, que permitió que durante siglos se eludieran soluciones radicales. Eso ha permitido una estabilidad política más bien rara en el contexto latinoamericano y, también, muchas veces, la prolongación crónica de muchos problemas.
No ha sido Colombia un país fértil para el fanatismo ideológico, ni político ni religioso. Y siempre que alguien buscó votos con alternativas extremas, fracasó. A mediados del siglo pasado tuvimos a Gaitán, Laureano y Gilberto Vieira, un trío pavoroso pero bien articulado con el populismo continental y la guerra fría mundial. Ellos pertenecen a un momento excepcional.
Ahora vivimos la amenaza de un nuevo fanatismo, hijo legítimo del idealismo cosmopolita de principios de los años noventa y descendiente bastardo del fundamentalismo evangélico de George Bush. Se trata de la pretensión de ordenar la vida política y social bajo los parámetros de la moral liberal y, así, de despolitizar las relaciones sociales y la administración pública.
La prensa se nos llenó de fogosos predicadores que pretenden arrancar de cuajo los principios de han orientado la vida política en Occidente. Como se sabe hay dos grandes enfoques de la relación entre política y ética. El tradicional, expuesto por Santo Tomás, que plantea la continuidad entre ambas esferas y admite la posibilidad de excepciones para que el político pueda atender situaciones urgentes o motivos prioritarios. El moderno, expuesto por Max Weber, que sostiene que ambas esferas están separadas y que en la política funciona la ética de la responsabilidad y en la vida personal la ética de la convicción.
Nuestros predicadores integristas no admiten los casos excepcionales y desconocen la ética de la responsabilidad. Hablo, de nuevo, del uso del emblema de la Cruz Roja en el rescate de Ingrid Betancourt: ¿Puede la policía pasarse un semáforo en rojo para atrapar a un ladrón? ¿Deben los bomberos circular en contravía para apagar un incendio? Este tipo de preguntas son bastante estúpidas. Cuando alguien se las hace debemos suponer que existe una visión fanática de las normas o una utilización instrumental de la misma para desprestigiar a un enemigo. Si hay que escoger, preferiría prensar que los Savonarolas de periódico son mezquinos pues ello sería menos grave que la creación de un nuevo fanatismo moral.
No ha sido Colombia un país fértil para el fanatismo ideológico, ni político ni religioso. Y siempre que alguien buscó votos con alternativas extremas, fracasó. A mediados del siglo pasado tuvimos a Gaitán, Laureano y Gilberto Vieira, un trío pavoroso pero bien articulado con el populismo continental y la guerra fría mundial. Ellos pertenecen a un momento excepcional.
Ahora vivimos la amenaza de un nuevo fanatismo, hijo legítimo del idealismo cosmopolita de principios de los años noventa y descendiente bastardo del fundamentalismo evangélico de George Bush. Se trata de la pretensión de ordenar la vida política y social bajo los parámetros de la moral liberal y, así, de despolitizar las relaciones sociales y la administración pública.
La prensa se nos llenó de fogosos predicadores que pretenden arrancar de cuajo los principios de han orientado la vida política en Occidente. Como se sabe hay dos grandes enfoques de la relación entre política y ética. El tradicional, expuesto por Santo Tomás, que plantea la continuidad entre ambas esferas y admite la posibilidad de excepciones para que el político pueda atender situaciones urgentes o motivos prioritarios. El moderno, expuesto por Max Weber, que sostiene que ambas esferas están separadas y que en la política funciona la ética de la responsabilidad y en la vida personal la ética de la convicción.
Nuestros predicadores integristas no admiten los casos excepcionales y desconocen la ética de la responsabilidad. Hablo, de nuevo, del uso del emblema de la Cruz Roja en el rescate de Ingrid Betancourt: ¿Puede la policía pasarse un semáforo en rojo para atrapar a un ladrón? ¿Deben los bomberos circular en contravía para apagar un incendio? Este tipo de preguntas son bastante estúpidas. Cuando alguien se las hace debemos suponer que existe una visión fanática de las normas o una utilización instrumental de la misma para desprestigiar a un enemigo. Si hay que escoger, preferiría prensar que los Savonarolas de periódico son mezquinos pues ello sería menos grave que la creación de un nuevo fanatismo moral.
lunes, 4 de agosto de 2008
Poderosas: El regreso de un grande
3 de agosto del 2008, será ya una fecha entrañable para los portadores de la Camiseta Sagrada. Sin mucho bombo se había anunciado el regreso de John Javier Restrepo a su país y su equipo después de casi 5 años de vida profesional en México.
Un sol de agosto, de esos que se han vuelto escasos, y los mismos 12 mil aficionados que somos la hinchada del Poderoso, porque los que dejan de ir al estadio después de dos partidos perdidos salen de la lista. Ese era el escenario para recibir a Choronta. Por supuesto, una pancarta de Asobdim a modo de tarjeta, el saludo ruidoso de la Rexixtenxia y el aplauso del respetable.
El partido es una anécdota y la simple corroboración de lo que ya sabíamos. El liderazgo de Choro, su técnica para recuperar balones en el área propia, generar pases precisos de la mitad hacia arriba y rematar al arco, incluso con un tiro en el palo. En 90 minutos lo que las nuevas “estrellas” se demoran todo un campeonato en hacer.
Al final una postal: el abrazo de Leonel Álvarez y el Choro. Sólo faltó la Pelusa Pérez para la fotografía de los tres mejores recuperadores de balón de los últimos 20 años en el país, la selección y en el Poderoso. Una línea de sucesión que está en suspenso.
Un sol de agosto, de esos que se han vuelto escasos, y los mismos 12 mil aficionados que somos la hinchada del Poderoso, porque los que dejan de ir al estadio después de dos partidos perdidos salen de la lista. Ese era el escenario para recibir a Choronta. Por supuesto, una pancarta de Asobdim a modo de tarjeta, el saludo ruidoso de la Rexixtenxia y el aplauso del respetable.
El partido es una anécdota y la simple corroboración de lo que ya sabíamos. El liderazgo de Choro, su técnica para recuperar balones en el área propia, generar pases precisos de la mitad hacia arriba y rematar al arco, incluso con un tiro en el palo. En 90 minutos lo que las nuevas “estrellas” se demoran todo un campeonato en hacer.
Al final una postal: el abrazo de Leonel Álvarez y el Choro. Sólo faltó la Pelusa Pérez para la fotografía de los tres mejores recuperadores de balón de los últimos 20 años en el país, la selección y en el Poderoso. Una línea de sucesión que está en suspenso.
miércoles, 30 de julio de 2008
El enésimo Elvis
Ha muerto Oscar Golden. La dedicación que los medios de comunicación merecidamente le otorgaron es una muestra de cuál es la cultura y la edad de nuestros periodistas. Ni los más viejos ni los más jóvenes le hubieran prestado atención al suceso. Para los viejos se trataba de una cantante banal, representante de la comercialización y la impostación. Para los jóvenes, un dinosaurio inocuo y desagradable.
Oscar Golden fue una de las figuras, entre otras, como Esperanza Acevedo, Humberto Monroy o Juan Nicolás Estela, que contribuyeron a sacudir los pueblos grandes que eran nuestras ciudades y a mostrarles de qué se trataba ser una ciudad. Representan la primera oleada del rock colombiano, a años luz de la furia de la segunda ola (Kraken, Masacre, Frankie Ha Muerto) y a galaxias de la globalización de la tercera (Shakira, Juanes). A años luz, cierto, pero innegablemente en las raíces de ese frondoso, variado y exitoso árbol que es hoy el rock hecho en Colombia.
Golden emergió como muchos otros artistas en el mundo imitando a Elvis Presley. Con el mismo año de nacimiento (1945), el mismo vestuario, la misma copiada gestualidad del Rey, que tienen otros grandes y más famosos imitadores: Bobby Solo (Roberto Ratti) ídolo juvenil de la Europa continental en la década de 1960 y aún vigente como intérprete; Sandro (Roberto Sánchez) ícono de América Latina en los 1970 y agonizante ahora en Buenos Aires. Su éxito fue más modesto y apenas provinciano, como fueron muchas cosas colombianas a mediados del siglo XX, pero fue nuestro Elvis.
Oscar Golden fue una de las figuras, entre otras, como Esperanza Acevedo, Humberto Monroy o Juan Nicolás Estela, que contribuyeron a sacudir los pueblos grandes que eran nuestras ciudades y a mostrarles de qué se trataba ser una ciudad. Representan la primera oleada del rock colombiano, a años luz de la furia de la segunda ola (Kraken, Masacre, Frankie Ha Muerto) y a galaxias de la globalización de la tercera (Shakira, Juanes). A años luz, cierto, pero innegablemente en las raíces de ese frondoso, variado y exitoso árbol que es hoy el rock hecho en Colombia.
Golden emergió como muchos otros artistas en el mundo imitando a Elvis Presley. Con el mismo año de nacimiento (1945), el mismo vestuario, la misma copiada gestualidad del Rey, que tienen otros grandes y más famosos imitadores: Bobby Solo (Roberto Ratti) ídolo juvenil de la Europa continental en la década de 1960 y aún vigente como intérprete; Sandro (Roberto Sánchez) ícono de América Latina en los 1970 y agonizante ahora en Buenos Aires. Su éxito fue más modesto y apenas provinciano, como fueron muchas cosas colombianas a mediados del siglo XX, pero fue nuestro Elvis.
miércoles, 23 de julio de 2008
Hipocresía y política
David Runciman ha abordado recientemente (“Wallowing in democracy”, The Guardian Weekly, 20.06.08) la discusión sobre la hipocresía y la política a propósito del imaginario creado en las sociedades anglosajonas por las reflexiones de George Orwell. El modo como Orwell ha sido interpretado supone que queramos que los políticos “sean sinceros y estar seguros de que no nos esconden nada”. Esta mirada hace que “la política democrática moderna tienda a veces a reducirse al juego de cazar a los hipócritas”.
La interpretación orwelliana de Runciman es diferente. Si el mundo político abandona la hipocresía nos abocamos a llamar las cosas por su propio nombre y a mantener la espada desenvainada y nunca habría necesidad de llegar a acuerdos. Es un camino posible, pero los regímenes que renuncian a la hipocresía son generalmente los que llamamos imperialistas y totalitarios. “Los totalitarios pueden ofrecer sinceridad sobre el poder”, sinceridad que se retrata bien en la imagen de Orwell de la bota que patea un rostro.
La paradoja de Orwell consiste en que puede haber algo peor que la hipocresía: la anti-hipocresía. Entonces la obsesión por las máscaras del poder tiene un contrapunto que es el poder sin máscaras y lo que hay detrás de la máscara del poder es el terror. Runciman remata: “Esto no se trata de verdad versus mentiras; se trata de pocas mentiras versus muchas mentiras, hipocresía democrática versus la mentira total… [Orwell] muestra que la política no se trata de, ni debería reducirse a, un dilema entre sinceridad y fingimiento”.
La interpretación orwelliana de Runciman es diferente. Si el mundo político abandona la hipocresía nos abocamos a llamar las cosas por su propio nombre y a mantener la espada desenvainada y nunca habría necesidad de llegar a acuerdos. Es un camino posible, pero los regímenes que renuncian a la hipocresía son generalmente los que llamamos imperialistas y totalitarios. “Los totalitarios pueden ofrecer sinceridad sobre el poder”, sinceridad que se retrata bien en la imagen de Orwell de la bota que patea un rostro.
La paradoja de Orwell consiste en que puede haber algo peor que la hipocresía: la anti-hipocresía. Entonces la obsesión por las máscaras del poder tiene un contrapunto que es el poder sin máscaras y lo que hay detrás de la máscara del poder es el terror. Runciman remata: “Esto no se trata de verdad versus mentiras; se trata de pocas mentiras versus muchas mentiras, hipocresía democrática versus la mentira total… [Orwell] muestra que la política no se trata de, ni debería reducirse a, un dilema entre sinceridad y fingimiento”.
domingo, 20 de julio de 2008
Perversidad emblemática
El abogado Mario Madrid-Malo ha escrito un artículo titulado “¿Astucia o perfidia?” acerca de la Operación Jaque o, más precisamente, del uso de un peto con el emblema de la Cruz Roja Internacional. El abogado discute, como el título deja ver, el asunto de la perfidia en la guerra y aclara siguiendo a Verri que son pérfidos “los actos que apelan a la buena fe del adversario, con la intención de engañarlo, haciéndole creer que tiene derecho a recibir u obligación de conceder la protección que estipulan las normas del derecho internacional”.
Madrid-Malo recurre a la liturgia jurídica y revisa las normas internacionales y nacionales sobre el asunto. No puede ocultar, por tanto, que el Estatuto de Roma (Art. 8, B) condena el uso de emblemas como crimen de guerra sólo “si con ello se causa la muerte o lesiones graves”. A pesar de que no hubo muertos ni lesionados graves en la Operación Jaque su conclusión, sin embargo, lleva a condenar al Gobierno nacional y a los responsables del operativo. Hasta aquí tendríamos simplemente uno de los cotidianos casos de leguleyismo antiestatal propio de quienes viven a costas del erario público y después piden los aplausos de la ciudadanía que resulta esquilmada.
Pero, Madrid-Malo no para allí. No cree que se trate de simple perfidia sino que allí hubo un acto atroz, ese acto fue ¡haberle causado daño a las Farc!, debido, según sus palabras a que al enemigo “puede causársele perjuicio o detrimento no sólo eliminando físicamente a los miembros de sus cuerpos armados, sino también privándolos de la libertad mediante aprehensión o captura”. Puestos en la balanza pesan más las detenciones de los secuestradores que los lustros y décadas de martirio de los secuestrados. Ahora no se trata de la simple adulteración de la interpretación legal para quitarle unos cuantos miles de millones de pesos al Estado, se desvela la intención simple y por décadas oculta de usar el derecho como arma de guerra contra la sociedad y contra las autoridades que ella se ha dado.
Es el típico derecho sin materia, la norma desnuda de contexto, la ética sin personas. Malo Madrid-Malo, más bien perverso Madrid-Malo.
Madrid-Malo recurre a la liturgia jurídica y revisa las normas internacionales y nacionales sobre el asunto. No puede ocultar, por tanto, que el Estatuto de Roma (Art. 8, B) condena el uso de emblemas como crimen de guerra sólo “si con ello se causa la muerte o lesiones graves”. A pesar de que no hubo muertos ni lesionados graves en la Operación Jaque su conclusión, sin embargo, lleva a condenar al Gobierno nacional y a los responsables del operativo. Hasta aquí tendríamos simplemente uno de los cotidianos casos de leguleyismo antiestatal propio de quienes viven a costas del erario público y después piden los aplausos de la ciudadanía que resulta esquilmada.
Pero, Madrid-Malo no para allí. No cree que se trate de simple perfidia sino que allí hubo un acto atroz, ese acto fue ¡haberle causado daño a las Farc!, debido, según sus palabras a que al enemigo “puede causársele perjuicio o detrimento no sólo eliminando físicamente a los miembros de sus cuerpos armados, sino también privándolos de la libertad mediante aprehensión o captura”. Puestos en la balanza pesan más las detenciones de los secuestradores que los lustros y décadas de martirio de los secuestrados. Ahora no se trata de la simple adulteración de la interpretación legal para quitarle unos cuantos miles de millones de pesos al Estado, se desvela la intención simple y por décadas oculta de usar el derecho como arma de guerra contra la sociedad y contra las autoridades que ella se ha dado.
Es el típico derecho sin materia, la norma desnuda de contexto, la ética sin personas. Malo Madrid-Malo, más bien perverso Madrid-Malo.
miércoles, 9 de julio de 2008
Silba Sofía: 20 años de la Superbanda
En la época de lo super-hiper-mega tenían que existir superbandas. No se preocupen los amigos clásicos: super-hiper-mega es lo mismo que “non plus ultra”. Sin embargo, las superbandas tienen la peculiaridad de que no pretenden ser lo máximo, sólo la unión de lo máximo que no es lo mismo pero que no es poca cosa.
Hay superbandas de mentiras como la Fania All Stars o cualquier All Stars ocasional montada para hacer dinero –como la Fania– o para hacer caridad –como los United Support of Artists for Africa y su famosísimo álbum de 1985 “We are the World”. Hay superbandas por autodenominación como Cream. Ginger Baker, Jack Bruce y Eric Clapton posaron de ser el mejor baterista, el mejor cantante y el mejor guitarrista del mundo, respectivamente, unidos en un solo grupo que no por nada se bautizaba como “la Crema”. Muy buenos eran, aún hoy se oyen muy bien, pero “la crema” rengueaba al lado de otros grupos menos virtuosos pero más artistas.
En 1967 el más grande de los grandes en el blues, Willie Dixon, montó con plena conciencia de su orgullo negro la Super Super Blues Band nada menos que con Muddy Waters, Howlin’ Wolf, Little Walter y el recién fallecido Bo Diddley. No obstante, hicieron dos álbumes que no dejaron huella.
Quizás sea un asunto generacional, pero cuando en 1988 emergió The Travelling Wilburys parecía como si una superbanda de verdad hubiera emergido por fin. Los Travelling se conformaron a golpe de casualidades y con cierto liderazgo de George Harrison. Aquí “cierto” significa incierto. Apenas quería grabar una canción en colaboración y se animaron. Combinar las guitarras de Harrison y Tom Petty, las voces de Roy Orbison y Bob Dylan, el tonificante de Jeff Lyne, arrojó un resultado precioso.
No son mejores que los Rolling, Clash o U2, no hicieron mejores canciones que Beatles o Creedence, pero aún son la mejor superbanda.
Hay superbandas de mentiras como la Fania All Stars o cualquier All Stars ocasional montada para hacer dinero –como la Fania– o para hacer caridad –como los United Support of Artists for Africa y su famosísimo álbum de 1985 “We are the World”. Hay superbandas por autodenominación como Cream. Ginger Baker, Jack Bruce y Eric Clapton posaron de ser el mejor baterista, el mejor cantante y el mejor guitarrista del mundo, respectivamente, unidos en un solo grupo que no por nada se bautizaba como “la Crema”. Muy buenos eran, aún hoy se oyen muy bien, pero “la crema” rengueaba al lado de otros grupos menos virtuosos pero más artistas.
En 1967 el más grande de los grandes en el blues, Willie Dixon, montó con plena conciencia de su orgullo negro la Super Super Blues Band nada menos que con Muddy Waters, Howlin’ Wolf, Little Walter y el recién fallecido Bo Diddley. No obstante, hicieron dos álbumes que no dejaron huella.
Quizás sea un asunto generacional, pero cuando en 1988 emergió The Travelling Wilburys parecía como si una superbanda de verdad hubiera emergido por fin. Los Travelling se conformaron a golpe de casualidades y con cierto liderazgo de George Harrison. Aquí “cierto” significa incierto. Apenas quería grabar una canción en colaboración y se animaron. Combinar las guitarras de Harrison y Tom Petty, las voces de Roy Orbison y Bob Dylan, el tonificante de Jeff Lyne, arrojó un resultado precioso.
No son mejores que los Rolling, Clash o U2, no hicieron mejores canciones que Beatles o Creedence, pero aún son la mejor superbanda.
martes, 8 de julio de 2008
Futboleras: Bien ido
No sabemos de ningún general que le haya atribuido la derrota a sus soldados, tampoco de ningún director de orquesta que achaque una mala presentación a los músicos, no conozco empresario que haya dicho que su quiebra se debía a los malos trabajadores. El tesoro de los técnicos de fútbol ha sido la responsabilidad: cuando pueden decir, casi como en una fórmula ritual, “no fui capaz” o “yo respondo”.
Juan José Peláez ha roto esta regla sagrada de las personas que dirigen equipos de trabajo. Ha renunciado a la Camiseta Sagrada echándoles la culpa a los jugadores. Denigrando de su personalidad, formación y profesionalismo. Se trata de una auténtica vergüenza, pues Peláez contaba con una nómina que con muy pocas excepciones estaba integrada por jugadores seleccionados nacionales en diversas categorías, campeones o finalistas en diversos torneos. Es decir, jugadores que han triunfado con otros técnicos.
Lo peor es que cuando asumió la dirección técnica del Poderoso, recibió un regalo que no le dan a ningún técnico en el mundo: lo dejaron cambiar casi totalmente la nómina del equipo. Cuando Peláez recibió, en junio del 2007, el Medellín jugaba con López; Ricardo Calle y Choto, López y Velandia; Torres y Jaramillo; Morantes y Castrillón; Serna y Valoyes. Terminó jugando con Bobadilla, Elkin Calle y Madera, Aguilar y Sanabria; Ortiz y Quintero, Pérez y Corredor; Diego y Jackson. Él escogió los jugadores que después, dizque no lo entendían, tuvo dos torneos y en los dos dio lástima. En el uno eliminado y en el otro disputando una semifinal vergonzosa, con estadios medio vacíos.
Bien ido. Ojalá no vuelva.
Juan José Peláez ha roto esta regla sagrada de las personas que dirigen equipos de trabajo. Ha renunciado a la Camiseta Sagrada echándoles la culpa a los jugadores. Denigrando de su personalidad, formación y profesionalismo. Se trata de una auténtica vergüenza, pues Peláez contaba con una nómina que con muy pocas excepciones estaba integrada por jugadores seleccionados nacionales en diversas categorías, campeones o finalistas en diversos torneos. Es decir, jugadores que han triunfado con otros técnicos.
Lo peor es que cuando asumió la dirección técnica del Poderoso, recibió un regalo que no le dan a ningún técnico en el mundo: lo dejaron cambiar casi totalmente la nómina del equipo. Cuando Peláez recibió, en junio del 2007, el Medellín jugaba con López; Ricardo Calle y Choto, López y Velandia; Torres y Jaramillo; Morantes y Castrillón; Serna y Valoyes. Terminó jugando con Bobadilla, Elkin Calle y Madera, Aguilar y Sanabria; Ortiz y Quintero, Pérez y Corredor; Diego y Jackson. Él escogió los jugadores que después, dizque no lo entendían, tuvo dos torneos y en los dos dio lástima. En el uno eliminado y en el otro disputando una semifinal vergonzosa, con estadios medio vacíos.
Bien ido. Ojalá no vuelva.
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