El gran innovador de la historia en Colombia, Jaime Jaramillo Uribe, diagnosticó la personalidad como “mediana”. De algún modo reflejaba con ello cierta tendencia a negociar y a transar, a contemporizar, que permitió que durante siglos se eludieran soluciones radicales. Eso ha permitido una estabilidad política más bien rara en el contexto latinoamericano y, también, muchas veces, la prolongación crónica de muchos problemas.
No ha sido Colombia un país fértil para el fanatismo ideológico, ni político ni religioso. Y siempre que alguien buscó votos con alternativas extremas, fracasó. A mediados del siglo pasado tuvimos a Gaitán, Laureano y Gilberto Vieira, un trío pavoroso pero bien articulado con el populismo continental y la guerra fría mundial. Ellos pertenecen a un momento excepcional.
Ahora vivimos la amenaza de un nuevo fanatismo, hijo legítimo del idealismo cosmopolita de principios de los años noventa y descendiente bastardo del fundamentalismo evangélico de George Bush. Se trata de la pretensión de ordenar la vida política y social bajo los parámetros de la moral liberal y, así, de despolitizar las relaciones sociales y la administración pública.
La prensa se nos llenó de fogosos predicadores que pretenden arrancar de cuajo los principios de han orientado la vida política en Occidente. Como se sabe hay dos grandes enfoques de la relación entre política y ética. El tradicional, expuesto por Santo Tomás, que plantea la continuidad entre ambas esferas y admite la posibilidad de excepciones para que el político pueda atender situaciones urgentes o motivos prioritarios. El moderno, expuesto por Max Weber, que sostiene que ambas esferas están separadas y que en la política funciona la ética de la responsabilidad y en la vida personal la ética de la convicción.
Nuestros predicadores integristas no admiten los casos excepcionales y desconocen la ética de la responsabilidad. Hablo, de nuevo, del uso del emblema de la Cruz Roja en el rescate de Ingrid Betancourt: ¿Puede la policía pasarse un semáforo en rojo para atrapar a un ladrón? ¿Deben los bomberos circular en contravía para apagar un incendio? Este tipo de preguntas son bastante estúpidas. Cuando alguien se las hace debemos suponer que existe una visión fanática de las normas o una utilización instrumental de la misma para desprestigiar a un enemigo. Si hay que escoger, preferiría prensar que los Savonarolas de periódico son mezquinos pues ello sería menos grave que la creación de un nuevo fanatismo moral.
1 comentario:
Coincido. Y comparto la alusión al fanatismo, que está promoviendo un pensamiento único sectario y beligerante que tiene en los medios una caja de resonancia muy fuerte. Es una pena que en los medios de comunicación del país se lean, escuchen y vean tan pocas voces críticas a la forma como se plantean ciertos debates que nos entretienen semanas enteras. La del peto es una de ellas.
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