David Runciman ha abordado recientemente (“Wallowing in democracy”, The Guardian Weekly, 20.06.08) la discusión sobre la hipocresía y la política a propósito del imaginario creado en las sociedades anglosajonas por las reflexiones de George Orwell. El modo como Orwell ha sido interpretado supone que queramos que los políticos “sean sinceros y estar seguros de que no nos esconden nada”. Esta mirada hace que “la política democrática moderna tienda a veces a reducirse al juego de cazar a los hipócritas”.
La interpretación orwelliana de Runciman es diferente. Si el mundo político abandona la hipocresía nos abocamos a llamar las cosas por su propio nombre y a mantener la espada desenvainada y nunca habría necesidad de llegar a acuerdos. Es un camino posible, pero los regímenes que renuncian a la hipocresía son generalmente los que llamamos imperialistas y totalitarios. “Los totalitarios pueden ofrecer sinceridad sobre el poder”, sinceridad que se retrata bien en la imagen de Orwell de la bota que patea un rostro.
La paradoja de Orwell consiste en que puede haber algo peor que la hipocresía: la anti-hipocresía. Entonces la obsesión por las máscaras del poder tiene un contrapunto que es el poder sin máscaras y lo que hay detrás de la máscara del poder es el terror. Runciman remata: “Esto no se trata de verdad versus mentiras; se trata de pocas mentiras versus muchas mentiras, hipocresía democrática versus la mentira total… [Orwell] muestra que la política no se trata de, ni debería reducirse a, un dilema entre sinceridad y fingimiento”.
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