Ha muerto Oscar Golden. La dedicación que los medios de comunicación merecidamente le otorgaron es una muestra de cuál es la cultura y la edad de nuestros periodistas. Ni los más viejos ni los más jóvenes le hubieran prestado atención al suceso. Para los viejos se trataba de una cantante banal, representante de la comercialización y la impostación. Para los jóvenes, un dinosaurio inocuo y desagradable.
Oscar Golden fue una de las figuras, entre otras, como Esperanza Acevedo, Humberto Monroy o Juan Nicolás Estela, que contribuyeron a sacudir los pueblos grandes que eran nuestras ciudades y a mostrarles de qué se trataba ser una ciudad. Representan la primera oleada del rock colombiano, a años luz de la furia de la segunda ola (Kraken, Masacre, Frankie Ha Muerto) y a galaxias de la globalización de la tercera (Shakira, Juanes). A años luz, cierto, pero innegablemente en las raíces de ese frondoso, variado y exitoso árbol que es hoy el rock hecho en Colombia.
Golden emergió como muchos otros artistas en el mundo imitando a Elvis Presley. Con el mismo año de nacimiento (1945), el mismo vestuario, la misma copiada gestualidad del Rey, que tienen otros grandes y más famosos imitadores: Bobby Solo (Roberto Ratti) ídolo juvenil de la Europa continental en la década de 1960 y aún vigente como intérprete; Sandro (Roberto Sánchez) ícono de América Latina en los 1970 y agonizante ahora en Buenos Aires. Su éxito fue más modesto y apenas provinciano, como fueron muchas cosas colombianas a mediados del siglo XX, pero fue nuestro Elvis.
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