En la época de lo super-hiper-mega tenían que existir superbandas. No se preocupen los amigos clásicos: super-hiper-mega es lo mismo que “non plus ultra”. Sin embargo, las superbandas tienen la peculiaridad de que no pretenden ser lo máximo, sólo la unión de lo máximo que no es lo mismo pero que no es poca cosa.
Hay superbandas de mentiras como la Fania All Stars o cualquier All Stars ocasional montada para hacer dinero –como la Fania– o para hacer caridad –como los United Support of Artists for Africa y su famosísimo álbum de 1985 “We are the World”. Hay superbandas por autodenominación como Cream. Ginger Baker, Jack Bruce y Eric Clapton posaron de ser el mejor baterista, el mejor cantante y el mejor guitarrista del mundo, respectivamente, unidos en un solo grupo que no por nada se bautizaba como “la Crema”. Muy buenos eran, aún hoy se oyen muy bien, pero “la crema” rengueaba al lado de otros grupos menos virtuosos pero más artistas.
En 1967 el más grande de los grandes en el blues, Willie Dixon, montó con plena conciencia de su orgullo negro la Super Super Blues Band nada menos que con Muddy Waters, Howlin’ Wolf, Little Walter y el recién fallecido Bo Diddley. No obstante, hicieron dos álbumes que no dejaron huella.
Quizás sea un asunto generacional, pero cuando en 1988 emergió The Travelling Wilburys parecía como si una superbanda de verdad hubiera emergido por fin. Los Travelling se conformaron a golpe de casualidades y con cierto liderazgo de George Harrison. Aquí “cierto” significa incierto. Apenas quería grabar una canción en colaboración y se animaron. Combinar las guitarras de Harrison y Tom Petty, las voces de Roy Orbison y Bob Dylan, el tonificante de Jeff Lyne, arrojó un resultado precioso.
No son mejores que los Rolling, Clash o U2, no hicieron mejores canciones que Beatles o Creedence, pero aún son la mejor superbanda.
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