sábado, 30 de mayo de 2020

Frankie ha muerto, el disco

El hueco que dejó Fernando Ospina, en 1993, fue llenado de forma temporal por Jorge Ceballos. Ceballos pertenecía al pequeño grupo de jóvenes que habían salido a la USA, les gustaba el rock y estaban tan encarretados como para hacer que sus familiares los surtieran de instrumentos y equipos. Llegó al grupo con bajo y amplificador, y al rato se supo que tenía una Tascam de más de diez canales.

A la primera oportunidad que tuvimos, hicimos una grabación de Mente en blanco. Ceballos grabó y mi amigo Jorge Arango —que tenía una pequeña agencia de publicidad— me apoyó en la producción. Si no recuerdo mal, grabamos en la oficina de 3.14, que así se llamaba la agencia, en el Edificio Furatena. Antes de eso, las grabaciones que teníamos provenían de perversas tomas al aire hechas en conciertos y ensayos.

Después de cuatro años de probar un repertorio, la vivencia de una grabación, poco más que aficionada, nos puso a pensar en la posibilidad de algo más grande. En esos tiempos había tres opciones. Las grabaciones de bandas del subterráneo global, como Masacre y La Pestilencia, que tocaban y vendían en el exterior; los grupos vinculados al gran mercado del disco, como Estados Alterados y Ekhymosis; y el circuito marginal de los demotapes. Nosotros no pertenecíamos al primero, no podíamos entrar al segundo y no queríamos estar en el tercero. En el caso de las disqueras, no fue simple prejuicio. Hice citas personales con algunas. Mi menor desconfianza era con Discos Fuentes, solo porque allí estaba Carlos Alberto Acosta, uno de los principales promotores del rock anglo en los ochenta. Acosta, con franqueza, me dijo que esa música no era del interés de la compañía.

Si Andrés Marín había caducado era porque se requería otra acción distinta a la comunicativa. Por tanto, la siguiente empresa, después de haber llegado a ser una banda hecha y derecha, era sacar un disco. No un demo, ni un sencillo; un disco. Y un disco en 1994 era un cedé. Ceballos, que había sido remplazado por Alex en el bajo, se encargó de la grabación. Y, luego, logré que Federico López, el ingeniero de sonido más reputado de la escena, hiciera la mezcla en Lorito Records.

Después vino un lance raro. Nadie cortaba cedés en Colombia. Había que mandarlos a hacer a Estados Unidos, a La Florida en este caso, a través de un intermediario venezolano; pagar por anticipado, mandar el máster y cruzar los dedos para que llegara. Hasta que meses después, ya en 1995, me llegó un tubo de cartón con mil ejemplares de nuestro disco. Lo demás fue el trabajo fotográfico de Jairo Ruiz con algunas gárgolas de Medellín y con el grupo, el apoyo incondicional de Óscar Pino en Pregón y la búsqueda obsesiva de una caja con lomo cercano al amarillo.

En 1995, Frankie ha Muerto tenía un cedé para satisfacer a su público, una credencial para los medios de comunicación y un objeto que poner a circular y vender.


El morado y la letra inglesa fueron distintivos de la banda en su primera etapa. El diablo se convirtió en el logo y era una estilización de la pintura que Louis-Léopold Boilly hizo en 1824 para ilustrar El sueño de Tartini.

[Para la entrevista que Alexander Otálvaro le hizo a Darío Cano, con motivo de los 25 años del disco: https://we.tl/t-mjduqmnSYc]

2 comentarios:

ratatracapampam dijo...

Yo diría que más bien: No fuimos como los primeros, no queríamos ser como los segundos, y por una extraña cuestión de la Fortuna no fuimos como los terceros.
Gracias Jorge

Marta Arango dijo...

Cuando escribiste Treinta Años, tuve la tentación de decirte que siguieras la línea anunciada: convergencia entre juventud, barriada popular y rock. Con esta nueva historia, continúa el hilo. Gracias, buenas historias!