Una falencia del pensamiento ilustrado fue haber reducido el mundo de los bienes a dos, los bienes privados y los bienes públicos, como si solo existieran el individuo y el estado, olvidando a la sociedad y, con ella, una antigua categoría: la de los bienes comunes.
La distinción entre bienes privados individuales y bienes colectivos es clara. Menos clara es la diferencia entre bienes públicos y bienes comunes. Me apoyo en el filósofo escocés Alasdair MacIntyre para establecer la diferencia. Bienes públicos son aquellos que los individuos pueden disfrutar individualmente pero que solo se pueden conseguir en cooperación con otros individuos. Bienes comunes son aquellos que solo se pueden disfrutar y conseguir en tanto miembros de uno o varios grupos sociales (familia, escuela, lugar de trabajo, comunidad, sociedad).
La coyuntura actual nos permite poner un ejemplo. En los albores de la modernidad, la salud era un bien exclusivamente privado; cada uno se procuraba un modo de vida saludable y resolvía sus problemas con los recursos que tenía a la mano. En el siglo XIX se consolidó la idea de que la salud era principalmente un bien público; a través del estado, los individuos cooperan (pagando impuestos) para que haya vacunas, centros de salud y otros medios más sofisticados para atender a los miembros de la sociedad.
Las últimas décadas están demostrando que la salud no es, ni de cerca, un bien individual y que tampoco es un bien principalmente público; es un bien común. ¿Por qué? Porque la salud solo puede conseguirse y disfrutarse si es entre todos y para todos. Los individuos apegados a la tendencia de vida sana (que creían que solos podían salvarse) y los países con los mejores servicios de salud pública (que creían que con médicos y hospitales bastaba), todos, en mayor o menor medida, están afectados por la ceguera moderna ante el bien común.
Con una creciente contaminación ambiental y el consecuente calentamiento global; con aglomeraciones urbanas desmesuradas, sucias y ruidosas; con unos sectores sociales sometidos a precarias condiciones de nutrición e higiene; con otros sectores sociales mantenidos en una asepsia artificial; con un proceso acelerado de destrucción de la biodiversidad; con el afán de crecer; con este entorno, no es posible que haya buena salud para todos.
La salud es bien privado (autocuidado y seguros) y también un bien público (a cargo del estado, atracado por políticos y negociantes criminales), sí. Pero, sobre todo, es un bien común. No es una conclusión de hoy. La teoría de los bienes comunes fue bien establecida en el siglo XII por Tomás de Aquino, abandonada por la modernidad y puesta al día en este siglo, parcialmente, por varios académicos. Es el tiempo de los bienes comunes, de replantear su expropiación y de pensar en la manera de administrarlos, conservarlos y disfrutarlos entre todos.
El Colombiano, 17 de mayo
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