Estamos en un tiempo de incertidumbre radical, como recalcó Eduardo Posada Carbó (“Desconocer lo desconocido”, El Tiempo, 08.05.20). Los números dicen menos que nunca antes, las palabras son más fiables. Algunos economistas han pronosticado un desempleo del 30% en Estados Unidos, muy inseguro, pero todos afirman que será la peor tasa desde la depresión del 29, muy seguro. Lo mismo pasa en Colombia, las proyecciones varían entre el 15% y un número cercano al 25%, pero lo más seguro es que los indicadores de desempleo y pobreza volverán a los niveles de hace 20 años. Eso es lo que viene.
Hemos sido indolentes. Entre todas las incertidumbres existentes, la única cosa cierta e inminente era la calamidad económica y social, pero se ha hecho poco y tarde. El empresario barranquillero Thierry Ways lo dice con recato y buenas maneras, a propósito de las medidas de apoyo a la pequeña y mediana empresa tomadas esta semana: “no se pueden salvar empleos que ya no existen” (“Cuatro aes”, El Tiempo, 07.05.20).
La atención de las crisis siempre es un problema de oportunidad. Una ambulancia que no llega a tiempo, un carro de bomberos varado, supongan cualquier situación cotidiana. Una buena razón para declarar la emergencia hubiera sido eliminar trámites, intermediarios y sobrecostos. Según Invamer, después de un mes, menos del 15% de la gente había recibido las ayudas aprobadas. En Colombia es difícil porque el estado es torpe e ineficiente; y en este momento está conducido por un gobierno muy lento. Un cojo manejando un tractor de pedales.
Lo que vendría puede ser áspero. Las economías criminales trabajan a todo vapor y serán una alternativa para mucha gente empobrecida y van a fortalecer al crimen organizado. La tasa de desempleo juvenil será el doble de la nacional y, desgraciadamente, es un predictor de violencia e inseguridad en las grandes ciudades. El desmoronamiento de la pirámide social —que lanzará a la pobreza a diez millones de personas de la clase media vulnerable— producirá mucho agravio y resentimiento. Imagínense la desilusión de millones de emprendedores a los que se les pintaron pajaritos en el aire y ahora se les dio la espalda. En todo caso, crecerá la desafección institucional, asunto que no resolverá el contrato de imagen de 3.500 millones con la empresa en la que trabaja el hijo del alter ego del presidente. Este cuadro augura subienda para políticos demagógicos y aventureros.
Será una dura prueba para las instituciones públicas, las organizaciones privadas y la cultura ciudadana. Sobre todo para las regiones. Lo que no hagamos en el nivel departamental y municipal nadie lo va a hacer; perdemos el tiempo mirando a Bogotá. Confío en el gobernador y en las entidades del tercer sector, tengo esperanzas en algunos de nuestros empresarios, creo en nuestra gente, pero hay que moverse rápido.
El Colombiano, 10 de mayo
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