Sofía vivía en una casa pueblerina grande con un solar también grande. El solar y los bajos de la casa eran el hábitat natural de alguna fauna que frecuenta los vecindarios de humanos como aves, ratones, zarigüeyas. La casa y el solar también hospedaban especies invitadas y atendidas como gatos, perros y gallinas. Existía en esos años —las cuatro décadas del medio siglo— una convivencia civilizada: nadie mandaba a nadie; cada cual, según su capacidad, entraba y salía, y se procuraba su forma de vida. Las gallinas, por supuesto, tenían algunos privilegios pero a costa de poner su cuota ocasional al sancocho. Los perros y los gatos salían de la casa por días y semanas sin que a nadie se le parara el pelo, y regresaban a recibir un baño y a descansar después de las aventuras callejeras.
El mismo año en que Sofía se casó, Walt Disney inventó a Mickey Mouse. Disney se apoyó en los cuentos antiguos para popularizar mediante el cine la humanización de los animales. Siguiendo la tradición, Disney nunca supuso que los animales fueran inferiores o superiores a los seres humanos. Eran como estos: bondadosos y malvados, afectuosos y malgeniados, pendejos y ventajosos, algunos bellos y muchos feos. Muchas historias se desarrollaban en un mundo exclusivamente animal pero luego aparecieron las interacciones entre personas y animales; la equidad en el trato se conservaba en esas narraciones.
En esa misma década de 1930, el citadino y cosmopolita Fernando González consignó un apunte propio de su ojo de fenomenólogo. González sentía que los seres humanos estaban acogotados por el miedo a la libertad. Hay varias obras ilustres que describen esa condición de la época, pero el de Otraparte se bastó con la observación de que había gentes que se compraban un perro para poner tener un amo. La persona sola, con el tiempo y la potencia a su plena disposición, prefiere tener un perro para no ocuparse de sí (Los negroides). La pregunta de quién es el amo entre dos seres de los cuáles uno caga y el otro recoge la mierda se la debemos a alguien más, creo.
Al escritor irlandés George Bernard Shaw —que compartió parte de su época con Sofía, Walt y Fernando— se le atribuye una opinión muy distinta a la de ellos tres: “mientras más conozco a los hombres más amo a mi perro”. No importa la autoría, la frase representa el espíritu misántropo de los animalistas radicales. La vida, la comida, el afecto, el andén, primero para el perro; el anciano, el inválido, el niño verán cómo se las arreglan. Son asesinos los toreros o comedores de carne. Shaw, fue admirador de Hitler y Stalin. De la desvalorización de las personas concretas se alimenta la sensiblería cultural que nos rodea.
(Mi abuela Sofía, murió hoy hace veinte años.)
El Colombiano, 1 de marzo
No hay comentarios.:
Publicar un comentario