Gustavo Duncan
EL Tiempo, 5 de noviembre de 2015
En la revolución se impusieron las ideas de quienes legitimaban la lucha armada como el medio principal para reclamar una participación en el poder, no obstante la existencia de opciones pacíficas y democráticas.
Jorge Giraldo, el autor de Las ideas en la guerra (Edit. Debate, 2015), en el proceso de escritura se tropezó con la siguiente anécdota, narrada por Nicolás Buenaventura. En una ocasión en que Gilberto Vieira, secretario del Partido Comunista, visitó un campamento de las Farc, al terminar su discurso un guerrillero, de evidente origen rural, le increpó porque al final si la revolución triunfaba la tierra no iba a ser de ellos, los campesinos, sino del Gobierno. A lo que Vieira respondió: “Es que el Gobierno va a ser usted mismo”.
La anécdota no apareció en 'Las ideas en la guerra', el autor no encontró el lugar propicio para introducirla, pero bien hubiera podido aparecer en cualquier parte porque contiene la esencia del libro. Giraldo plantea que en la prolongación y en la ferocidad del conflicto en Colombia jugaron un papel central las ideas de actores concretos que influyeron sobre las opciones y trayectorias tomadas por la insurgencia.
No solo fue que la revolución se antepuso a cualquier tipo de reforma que hubiera aliviado las condiciones materiales de la población que la guerrilla reivindicaba, como aquel guerrillero que increpó a Vieira cuando le confirmó que el tema de la tierra debía esperar a la victoria total. Fue también que se impusieron las ideas de quienes legitimaban la lucha armada como el medio principal para reclamar una participación en el poder, no obstante la existencia de opciones pacíficas y democráticas.
Lo interesante del libro de Giraldo es que estas decisiones están plasmadas en las mismas voces de la dirigencia comunista. A través de una exhaustiva recopilación de documentos de los distintos partidos e insurgencias, se revela cómo el país no estaba condenado por su estructura socioeconómica a una guerra de guerrillas de varias décadas, sino que fue una decisión deliberada de una dirigencia política. Tanto así que las voces de dirigentes revolucionarios opuestos a la violencia fueron desechadas. En ocasiones, como en el caso de José Cardona Hoyos, asesinadas por sus propios compañeros.
Esa es la otra virtud del libro. Giraldo rescata a aquellos intelectuales que, a pesar de toda la presión y la corriente de los tiempos, se mantuvieron firmes en contra del baño de sangre que iba a sacudir al país. Personajes como Francisco de Roux, Francisco Mosquera, Jorge Orlando Melo, Fernando Guillén y Mockus son, con justicia, reivindicados.
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