Cuando uno se acostumbra a la búsqueda del sentido –un hábito propio de estudiantes de filosofía– puede terminar especulando sobre trivialidades o atribuyéndole significado a cosas que simplemente están allí, sin muchas razones y que apenas prueban que los seres humanos somos descuidados, arbitrarios y no muy racionales. Me pasa cuando me muevo en el trasporte público que permite la observación del detalle callejero.
Uno de los enigmas sin importancia de las calles de Medellín, o de cualquier ciudad del mundo, son las insignias que los conductores ponen en sus automóviles. ¿Por qué pegar anuncios o figuras baratas en objetos lujosos? ¿Por qué exhibirlos? ¿Son manifiestos, declaraciones de fe, expresiones de admiración? La pregunta más elemental es por qué el dueño de un automóvil hace propaganda gratuita a una marca cualquiera. Porque está claro que a los que pegan la manzanita que Steve Jobs le robó a The Beatles no les pagan por hacerle propaganda a Apple.
Las calcomanías de animales parecen más inocuas. Veo carros con mulas, ¿qué querrá decir eso? ¿Es terco? ¿Compró el carro con un trabajito (de mula)? ¿Admira el ganado equino en su versión modesta? Vacas, ¿es de signo tauro? ¿Conduce como ídem? Me suena. Caballos, ¿quiere? ¿Tiene un caballo? ¿Muchos? ¿Su caballo tiene pegada una calcomanía de su carro?
Las religiosas son muy contraproducentes. Hay una aplicación linda de la Virgen, en un corazón de cuentas con un perfil como dibujado en estilo manga. Hay rostros de Jesús y el pez con su santo nombre. El problema es que enseguida ve uno al conductor infringiendo todas las normas, insultando a los demás, sacando una pistola por la ventanilla (pasa), y enseguida se pregunta qué tiene que ver el símbolo con el tipo que va al volante.
Hay unas inequívocas. Los taxis (principalmente) con la cara de Pablo Escobar, que se puede combinar con cualquiera de las anteriores sin ningún problema. Vi, no hace mucho, una volqueta amarilla (por fortuna olvidé la placa) con Pablo en un lado y el Che en el otro. Espectacular. La alienación de las ilegalidades, la figuración de la combinación que nos puso en crisis durante tres décadas. Me sirvió para un breve intercambio con el escritor Juan Villoro sobre este nexo que los mexicanos, por fortuna, todavía no conocen.
¿Necesitamos una semiología de las imágenes en los automóviles? Alguien podría hallar allí rasgos de la cultura urbana. O a lo mejor los tipos solo están tapando rasguños, decoloraciones, huecos, con sus calcomanías baratas.
André Glucksmann: acaba de morir el pensador francés, figura menor pero visible de la intelectualidad europea en el último medio siglo. Un espíritu libre incubado en el marxismo, que en 1975 derribó el muro comparando nazismo y estalinismo. Cuarenta años después muchos colombianos y latinoamericanos no han llegado a ese estado de madurez.
El Colombiano, 15 de noviembre
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