lunes, 23 de noviembre de 2015

Apocalipsis

Así se titula el último libro en vida de Oriana Fallaci (1929-2006), la gran reportera del siglo XX. Se trata del largo epílogo de una entrevista a sí misma –El apocalipsis (2005) es el título exacto– y de la tercera entrega de su manifiesto frente a la ofensiva islámica contra Occidente. Las dos primeras se titularon La rabia y el orgullo (2001) y La fuerza de la razón (2004).

Desde una perspectiva feminista, criticó tempranamente la cultura en el Lejano Oriente en un libro que se tituló El sexo inútil (1961). Cuando llegó el Once de Septiembre, ella ya había estado en Vietnam y Beirut, desnudó a Arafat y a Gadafi, y desafió al ayatolá Jomeini. Si su trilogía desconcertó, fue a quienes conocían solo sus denuncias de la situación occidental. Su enfrentamiento al islamismo radical fue visto como xenófobo y, por ello, las buenas gentes no lloraron su muerte.

Ahora Europa, París otra vez, –como en los motines del 2005 o en el ataque a Charlie Hebdo– vuelve a poner en evidencia las limitaciones de la política occidental, la perversión de algunos intelectuales y la estupidez del hombre de la calle; todas ellas escarnecidas por la autora de Un hombre a lo largo de su carrera.

El Occidente secular ha mostrado su incapacidad para tratar con la religiosidad contemporánea y, sobre todo, su torpeza para hospedar culturas diversas, sin desconocerlas ni permitir que disuelvan sus instituciones que los acogen. La geopolítica occidental en Oriente no toca a los Estados patrocinadores del terrorismo islámico ni asume que mientras la yihad ataca en Europa, el mundo musulmán vive una guerra civil.

Mientras tanto, pensadores europeos erigidos en apóstoles de la violencia cobran una celebridad propia de futbolistas y cantantes pop. Tal es el caso del intelectual esloveno Slavoj Zizek. Todavía estaban tibios los cadáveres de la guerra yugoslava cuando Zizek empezó a vender libros pregonando que también se debe matar a un buen hombre, solo que a él se le mata con una buena bala de un arma buena (Sobre la violencia, 2009, p. 53).

Y dejo para el final al inefable hombre de la calle, al de la conversación de café, los 140 caracteres de Twitter, los reenvíos de Facebook, algunas firmas descuidadas en los periódicos. Los estúpidos que salieron a cazar excusas al aire, como pispirispis, para justificar la masacre, compadecer a los asesinos, acusar a las víctimas y posar de irreverentes atacando los valores y las instituciones de Occidente.

Esos rasgos desnudan la frivolidad en que ha caído la cultura en Occidente y dentro de ella, cierta política, cierto periodismo, alguna filosofía y toda la opinadera vacua. Las divisas con las que Francia convenció al mundo hace más de dos siglos son mera palabrería: Libertad, ¿qué es?, igualdad ¿de consumo?, fraternidad ¡qué risa!

El Colombiano, 22 de noviembre

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