viernes, 17 de junio de 2016

Él, en cambio, era historia III

Por los días de aquella pelea en el Zaire –no sé si antes o después– entonó: “He luchado contra un aligátor, he forcejeado con una ballena, esposé el rayo y lancé el trueno a una jaula” . Su voz no siempre fue dulce. Como suele suceder fueron sus frases más ríspidas y crueles las que le dieron la vuelta al mundo y martirizaron los oídos de quienes no querían oír aquellas cosas. Que un negro fuera el más bello, el más grande, que un donnadie pudiera declararse libre de todo lazo. Todavía le dicen arrogante. Floyd Patterson, el primer boxeador de la máxima categoría que recobró el título, confesó que le costó entender que a quien le hablaba de ese modo era a sí mismo. Decir que era el más grande era una manera de convencerse de que tenía que ser el más grande. Y, si puedo hacerlo, no es jactancia, es solo la verdad, añadió Ali. Por supuesto, cuando la lengua es el músculo más poderoso del deportista más hábil de la historia se cometen errores.

Muhammad Ali se opuso a la guerra de Vietnam antes que Martin Luther King, predicó el ecumenismo con más convicción que Juan Pablo II, se anticipó dos décadas a la Unesco en el diálogo de civilizaciones. En el fragor de la rebelión global, y poco antes de morir, Bertrand Russell (1872-1970) –uno de los mayores portentos de la inteligencia del siglo XX– le escribió una carta en la que le decía: “usted es el símbolo de una fuerza que no pueden aniquilar, es decir, la conciencia de un pueblo entero resuelto a no seguir siendo diezmado y envilecido por el miedo y la opresión”. Ali nos inspiró el arte no dejarse golpear en la vida, de volar como una mariposa unas veces, soportar con estoicismo otras y picar cuando sea necesario.

La muerte íntima nos hace hiperbólicos. El periodista británico John Carlin, biógrafo de Nelson Mandela, comparó el carisma de Muhammad Ali con el de Aquiles o Napoleón . Más sencillo, aislado de cualquier conmoción, en plena madurez, Patterson –víctima de sus ataques contra el complejo de Tío Tom, de negro sumiso– sacó su conclusión: “Al final comprendí que yo no era más que un boxeador y que él, en cambio, era historia”

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