miércoles, 15 de junio de 2016
Él, en cambio, era historia I
Buenos Aires, algún día del 2004. Un altar en el vestíbulo de una gran librería. Una mesa circular cubierta de terciopelo blanco sostiene un inmenso libro abierto. A su lado un afiche sostenido en un atril de cartón anuncia su contenido: fotografías y poemas de Muhammad Ali. De cerca, dos sorpresas: el anuncio del precio (equivalente a diez millones de pesos colombianos) y un par de guantes blancos, obligatorios para quien desee hojear el volumen.
La red, 4 de junio de 2016. ¿Cómo hablar de Ali? ¿De sus fintas, frases, imágenes, actos? ¿Del campeón, la persona, el héroe? Rápidamente reviso prensa de Argentina, Brasil y Colombia. Se anuncia la muerte de un excampeón mundial de boxeo. A los periodistas del sur del continente se les olvidó ponerse los guantes blancos para escribir sobre Ali. Nunca escucharon a Toni Morrison, la premio Nobel de Literatura de 1993, cuando les dijo que Ali era “una cosa aparte” .
Pablo era obispo, Spinoza pulidor de cristales, Miguel Ángel albañil, Bach empleado de parroquia, Washington era granjero, Nietzsche profesor, Pessoa traductor, Edmundo Rivero contador, Gómez Jattin vago. Quien hable así de ellos declara una ignorancia supina… Muhammad Ali ¿boxeador? “La hierba crece, los pájaros vuelan, las olas acarician la arena, yo boxeo”, dijo alguna vez, anunciando que se trataba solo de un modo de vida. Ese dato básico lo entendieron sus coetáneos más célebres e inteligentes. Los cuatro Beatles corrieron y le hicieron antesala para saludarlo en Miami en 1964; Bob Dylan sonrió (¡sonríe!) procurando abrazarlo en 1975; Norman Mailer y Andy Warhol intentaron hacer obras de arte sobre esa obra de arte de 191 centímetros, 100 kilos, nacida bajo el signo de Capricornio en 1942.
Y es que, pensándolo, bien Muhammad Ali fue la summa de la cultura popular contemporánea, si es posible que exista una. Convengamos en que los años sesenta redefinieron toda la cultura popular, primero de Occidente y después del mundo. Antonio Negri es más radical –es su naturaleza– cuando sentencia que la nueva época, la nuestra, comenzó en 1968. Rock, arte pop, protesta social, derechos civiles, insumisión, libertad, desparpajo, son los ingredientes de la contracultura característica de la segunda mitad del siglo XX y todos convergieron en la figura del muchacho sureño que ganó la medalla de oro en los Olímpicos de Roma. Dos veces nominado a los premios Grammy de la música, precursor del rap, dueño de una estrella en el bulevar de Hollywood, protagonista de un combate con Supermán y de varias películas. Ningún rincón de la cultura del siglo le fue negado y era más hermoso que Brigitte Bardot.
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