El sociólogo Daniel Pécaut planteó en la Universidad Eafit (13 de mayo) que los colombianos tenemos una visión catastrofista de nuestra historia. Los mediadores intelectuales han contribuido a propalar esta historia simple y falsa. Tal vez eso explique por qué somos tierra fértil para los profetas del desastre. El planteamiento de Pécaut apareció en prensa bajo el rótulo “Reflexiones sobre el miedo a la paz” (El Tiempo, 08.06.16).
Buena parte de las razones de que el miedo exista radica en la dificultad para aclarar los factores que componen una situación personal o social y por la aversión a lo imprevisto. Parece plausible decir que el miedo es una de las barreras que impiden que sectores de la ciudadanía comprendan el sentido del acuerdo entre el Gobierno nacional y las Farc, aunque con seguridad hay otros no menos salvables, como la rabia o el odio. Por ahora, identifico tres miedos expresados.
El primero es el miedo al cambio. Este se expresa muy bien en la posición de un sector importante de los juristas colombianos, educados para pensar la normalidad y la estabilidad y muy poco sensibles a las coyunturas de cambio político. Figuras egregias del derecho rechazaron rupturas institucionales muy positivas para el país: Cayetano Betancur se opuso al pacto que dio origen al Frente Nacional y Carlos Gaviria Díaz se opuso a la convocatoria de la Constituyente de 1991. El segundo miedo es al futuro político. Finalmente alguien lo puso por escrito, es “el temor a que las Farc se conviertan en un factor de poder” (Saúl Hernández, “No es miedo a la paz”, El Tiempo, 13.06.16). El tercero es el miedo a que los “bárbaros” vengan a convivir con los “buenos”; el pánico propio de los momentos insólitos.
Los juristas que se equivocaron en los casos anteriores no tuvieron en cuenta el hallazgo de David Hume (1711-1776) de que cuando “el interés público sufre momentáneamente, a la postre se establece una amplia compensación en virtud de la firme continuidad de la ley y de la paz y el orden que se instauran en la sociedad” (Tratado sobre la naturaleza humana, III/II). A los ciudadanos que temen la reincorporación de las Farc se les olvida que Colombia ha tenido, en 25 años, nueve casos de desmovilización de grupos ilegales y que el más grande de ellos fue hace apenas diez años, con los grupos paramilitares que no eran precisamente mejores que las Farc.
El argumento del futuro político es extraño, puesto que la democracia y la libertad política presuponen la competencia por el favor ciudadano. La única manera de cerrar el futuro es con una dictadura. También resulta peculiar que la fuerza política más formidable de las últimas dos décadas –el uribismo– le tema a la rivalidad de un grupo marginal, con ideas caducas y antipáticas.
El Colombiano, 19 de junio
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