lunes, 31 de diciembre de 2018

Estatus

Una historia puede ser la del perro doméstico en la Holanda dieciochesca, el país más rico por cabeza del mundo. Los burgueses adoptaron la costumbre aristocrática de domesticar los perros y convertirlos en sujetos cortesanos; la creciente clase media imitó a los burgueses. El país se llenó de perros (y de caca). La crisis económica subsiguiente hizo que multitudes de personas abandonaran el costoso gusto de sostener una mascota y los perros callejeros se volvieron una epidemia nacional con los subsecuentes problemas de salud. De allí proviene —al parecer— la primera política pública de control perruno: castración, vacunación, aseo, sacrificio, normas para los tenedores.

Otra puede ser la del césped, la grama. “Antes del siglo XIX —dice Bill Bryson— el césped estaba reservado casi exclusivamente a los propietarios de mansiones señoriales y a las instituciones con grandes jardines debido al elevado coste que suponía mantenerlo” (En casa, 2011). El mismo patrón de imitación social, esnobismo y deseo de aparentar la pertenencia a un determinado grupo social. En la segunda mitad del siglo pasado, cualquier obrero de país desarrollado buscaba tener su propio césped. El césped tiene los rasgos propios de todo objeto lujoso, es costoso e improductivo (“finco”, le dice un primo campesino para distinguirlo de finca). Bryson estima que el 60% del consumo de agua en el oeste en Estados Unidos está destinado a mantener el césped, y añadamos herbicidas y mano de obra.

El ejemplo más reciente es el del teléfono inteligente. El principal objeto de deseo del siglo XXI y el de mayor pulsión de exhibicionismo material (no hablemos del virtual), hasta el punto de que el hecho de que el robo de dispositivos se haya vuelto una plaga en las ciudades chic del mundo (Nueva York o Barcelona, por ejemplo) no disminuye el afán de la gente por mostrar su millón o dos en chatarra. Aunque las compañías se esfuerzan por desarrollar la obsolescencia del aparato no logran superar el afán del consumidor por cambiarlo. Los dispositivos móviles generan una de las cadenas de consumo más exitosas y también una de las más contaminantes. No hablemos de las consecuencias psicológicas de creer que se sabe, de pensarse ubicuo o sentirse en el mismo grupo de amigos de Lady Gaga o Cristiano Ronaldo. Ahora es bueno sentirse “seguidor”, cosa que detestamos quienes crecimos escuchando “No Guru, no Method, no Teacher” de Van Morrison.

La conversión provisional de Colombia en un país de clase media está haciendo que estas tendencias se instalen entre nosotros. Las virtudes del ahorro y la prudencia en la economía doméstica tienen un viejo enemigo con nuevos disfraces, el arribismo. Adam Smith disentía de las extravagancias de los ricos pero creía que impulsaban la economía; ya no basta el comercio, hay que pensar en el ambiente, la salud y el espíritu.

El Colombiano, 30 de diciembre

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