El círculo vicioso de las “transiciones turbulentas” que se viven en América —desde Estados Unidos hasta Argentina— podría ser el siguiente: (1) las democracias liberales se encuentran ante problemas de sus sociedades que no resuelven o no atienden con la diligencia necesaria; (2) en respuesta, surgen regímenes iliberales (populistas o no) que prometen la salvación y la intentan tomando atajos políticos y económicos; (3) el fracaso de esta salida devuelve el poder a los demócratas liberales, a quienes no les alcanzan ni el tiempo ni las decisiones para satisfacer a los ciudadanos; (4) lo que hace que los populistas aparezcan en la escena, de nuevo o por primera vez. De acuerdo con esta interpretación, Estados Unidos estaría en la fase 4, Argentina en la 3, México en la 2 y Colombia en la 1.
La clase política tradicional latinoamericana sufre dos disonancias cognitivas: la primera, es creer que el problema es el populismo. Falso. El populismo es el síntoma, los problemas están en el régimen político y las relaciones económicas. En mi más reciente libro (Populistas a la colombiana), planteo que en Colombia el problema es un presidencialismo excesivo, sujeto a pocos controles, y una economía dominada por el poder político y criminal. El expresidente Fernando Henrique Cardoso señala, para Brasil, la débil inserción global de la economía, el lento crecimiento per cápita y la insatisfacción ciudadana con el sistema político (“Revolutionary conditions are developing in Brazil”, The Washington Post, 09.06.18).
La segunda, es que nuestros políticos ignoran que ellos son parte del problema. Cardoso acusa a las tres últimas administraciones brasileñas de tomar decisiones económicas malas e irresponsables, e indica que el país está sufriendo “una terrible crisis moral”, refiriéndose a la corrupción, el clientelismo y los privilegios. Nada de esto es ajeno a Colombia y nada indica, excepto la mayor eficiencia del sistema judicial brasileño, que acá las cosas sean menos graves. Me llama la atención que Cardoso, un sociólogo formado en el marxismo y ya vuelto a las teorías clásicas, hable de crisis moral. Los materialistas vulgares colombianos no admiten que se hable de moralidad.
Según Cardoso, esta mezcla puede estar a punto de generar una situación revolucionaria en su país. Según mi ciclo, Brasil estaría a punto de pasar de la fase 3 a la 2, de la mano de la popularidad del exmilitar Jair Bolsonaro. Cuando esta columna sea periódico de ayer, habrá ganado Andrés López Obrador en México.
Cardoso dice que “cualquiera que aprecie la democracia y la libertad sabe que hay que hacer” y que las demandas sociales son bien conocidas. Me temo que en Colombia no bastarán el pan ni el circo (en octavos del Mundial, y Nairo en el podio). Si no hay cambios en el régimen político ni formalización económica —incluyendo el catastro rural— tendremos turbulencias.
El Colombiano, 1 de julio.
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