A propósito de la bajada de pantalones de Antanas Mockus en el recinto del Senado han proliferado los comentarios en la prensa y en las redes, lo cual demuestra que no fue un acto inocuo.
La ética tiene tres niveles, propongo. El nivel superficial, importante en las relaciones sociales, que llamamos urbanidad, civismo, que llega hasta la cortesía. El nivel profundo, al que nos referimos propiamente como ética o moral, que se afilia con el cumplimento de una serie de preceptos normativos que hacen posible la vida en sociedad y que pueden incluir normas tan antiguas como los diez mandamientos o tan modernas como los derechos humanos. El tercer nivel, contextual, es el modo de vida. Un modo de vida está compuesto por “las expectativas de comportamiento impuestas de forma duradera por el sistema a los individuos y a los grupos” (Hunyadi, 2015).
Los comportamientos que se ajustan a la cortesía, la ética y el modo de vida justo pueden estar disociados. Un ejemplo típico es el delincuente de cuello blanco que, es, con frecuencia, un hombre caballeroso y de buenos modales, y a la vez un inmoral, muchas veces afincado en un modo de vida neutro.
La mayoría de los críticos de Mockus recurren a las normas de urbanidad. Lo hacen refiriéndose a la idea de decencia y disminuyen el enorme peso ético que tiene el concepto decencia. En efecto, según el filósofo Avishai Margalit, una sociedad decente “es aquella cuyas instituciones no humillan a las personas” (1997), entendiendo que no se trata solo de las instituciones públicas. Ese grito en el cielo acusa de indecente un acto que, quizás, pueda ser calificado como descortés; y, haciéndolo, oculta que de los 103 senadores actuales (saco a los cinco de la Farc), uno fue destituido, 21 heredaron votos de personas condenadas, 22 heredaron votos de personas investigadas penalmente y 19 tienen investigaciones penales (La silla vacía). Es decir, hay 63 senadores con problemas éticos y, según ellos y algunos comentaristas, el que da mal ejemplo a la sociedad es Antanas que muestra las nalgas.
Parafraseando al crítico cultural Benjamin DeMott, el análisis ético serio se estropea cuando se equiparan o se anteponen las cuestiones de la urbanidad sobre las violaciones de la legalidad, la dignidad humana y los derechos (“Seduced by Civility”, 1996). Dice DeMott, que “la democracia puede coexistir con la creencia de que todos los humanos son pecadores, pero no con la creencia de que todos los pecados son iguales”. Uno de los principales problemas de la religiosidad frívola, que denunciaba Cayetano Betancur, es que le da más importancia a las buenas maneras que a los crímenes; por decirlo en el lenguaje del padre Astete, se trata de un puritanismo que se escandaliza por los pecados veniales y hace la vista gorda con los pecados mortales.
El Colombiano, 29 de julio.
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