“El liderazgo político que hubo en la guerra bajo el gobierno de Uribe nos quedó faltando en la paz bajo la administración de Santos”: Jorge Giraldo
Fundación Liderazgo y Democracia
4 de Mayo de 2018
La Red Líder: ¿Cómo definiría el liderazgo político?
Jorge Giraldo: La manera tal vez más canónica de definirlo es por la capacidad de influir, de persuadir, de establecer una agenda política o unas prioridades para la sociedad. Una cosa que uno esperaría del líder, en general, y del líder político, en particular, es que sea capaz de mover a la población, o de mover a la ciudadanía de sus convicciones más tradicionales, o de su manera más habitual de mirar las cosas, y conducirlos a un camino o a una idea alternativa o a un cambio. Se reconoce al líder político como aquel que es capaz de introducir un cambio, así sea pequeño, en su país, convenciendo a las élites o a la ciudadanía, dependiendo del régimen.
R.L: Crear una fractura…
J.G: Sí. Por eso siempre miramos como líderes a Mandela, a Gorbachov, a Churchill, a Roosevelt, y en Colombia a López Pumarejo, a Lleras Camargo, es decir, la gente que es capaz de mover a la sociedad, de introducir algún cambio que se considera que es necesario, o que después demuestra que era necesario o fue positivo para la sociedad.
R.L: ¿Un líder nace o se hace?
J.G: La cultura tiene una vertiente que está instalada en la sociedad, pero creo sobre todo en la capacidad de hacerse de estos líderes, que aprenden de otros, que aprenden del pasado, y que tienen unas cualidades y una capacidad muy grande de aprovechar las circunstancias para emerger, así la tengan difícil. De hecho, todos estos líderes emergentes van un poco a contracorriente.
En el liderazgo político tiene que emerger esa capacidad de interpretar a la gente, pero para sacarla del lugar en donde está, no para quedarse en el mismo punto y reforzar las tendencias más atávicas y más reaccionarias en el sentido cultural. A veces le perdemos la noción a la palabra reaccionario. Reaccionario es básicamente el que se opone al cambio y el líder tiene que ser un líder de cambio, eso no significa que tenga que ser progresista, pero tiene que introducir un cambio, que no necesariamente debe ser hacia adelante o en términos ilustrados o liberales. Hay cambios que son muy duros. Ahora con las películas sobre Churchill uno se pone a pensar. Es un líder que está prometiendo sangre, sudor y lágrimas y meterse a una guerra hasta la victoria, y eso no es muy idílico y se contrapone a muchos de los valores modernos. Pero todo el mundo coincide en que esa era una necesidad del momento y afortunadamente la cosa le salió muy bien.
R.L: ¿A quiénes reconoce como líderes políticos en nuestro país actualmente?
J.G: Aquí ha habido dos tipos de liderazgos en los últimos 25 años y que son muy distintos. Ha habido un liderazgo que es el hegemónico, independientemente de cómo se cuenten después los votos y demás, que es el de Álvaro Uribe. Es hegemónico porque cambió la agenda, y más allá de las peleas entre Uribe y Santos y de las diferencias que ahora se noten con Vargas Lleras, todos ellos están enmarcados en el paradigma que creó Álvaro Uribe, y en una manera de gobernar que dejó un impacto en la gente. Le guste a uno o no, ese es el liderazgo hegemónico, sus ideas son las ideas que se han impuesto. Nadie hablaba de seguridad antes de 2001 o 2002, ahora todo el mundo tiene que hablar de eso, incluyendo a la izquierda.
Yo creo que hay otro liderazgo alternativo, que es más difícil de personalizar, pero que uno podría llamar la Ola Verde, que también tiene más o menos los mismos años. Cuando Uribe ganó la gobernación de Antioquia, Antanas había ganado la Alcaldía de Bogotá. Esta es la alternativa subalterna que no está afincada en la política tradicional, entonces tiene unos hándicaps más grandes para obtener triunfos, aunque ha obtenido muchos en los niveles regionales y locales. A nivel nacional todavía no ha pasado de ser un animador, pero está muy alrededor de la figura de Antanas, y después de Sergio Fajardo y de Claudia López, y de un proyecto que es político-cultural que hay alrededor de eso. Yo creo que el país se mueve entre esas dos tendencias.
R.L: ¿Qué virtudes deben caracterizar el ejercicio del liderazgo político democrático?
J.G: Hay una cosa que es muy clara y que está muy perdida hoy y es la capacidad argumentativa, la capacidad persuasiva. Desde la Antigüedad, por lo menos desde Demóstenes y Cicerón, siempre se pensó que el líder tenía que tener una gran capacidad de persuasión y eso implica muchas virtudes: capacidad de diálogo, de escuchar, de generar conversaciones, de recibir información, de dar información. Y una cosa que se ha perdido mucho últimamente: el diálogo con la intelectualidad y con los técnicos. Una característica común a los dos mandatos de Santos y de Uribe, y que es común también a Petro, es que ellos hacen lo que les da la gana, sin escuchar la opinión de los técnicos, así el técnico sea su Ministro de Hacienda o su Director de Planeación.
La otra característica crucial, que es algo que se ha venido discutiendo desde hace pocos años en Europa y en Estados Unidos, es el tema del ejemplo. Lo que un intelectual español llama, en un libro muy bonito que salió hace algunos años, la “ejemplaridad pública”. Ahí es donde se nota el gran contraste entre esas dos corrientes de las que hablo yo. La gran ruptura que generó la corriente tradicional respecto a sus predecesores es la del ejemplo. Entre estos jefes de ahora Santos no tiene nada que ver con su tío abuelo; Uribe no tiene nada que ver con un tipo como Lleras Camargo; Vargas Lleras, a pesar de lo combativo que era su abuelo, tampoco tiene nada que ver con la ejemplaridad pública de su abuelo. Ese tema de la ejemplaridad pública creo que es crucial hoy, porque el líder que no es ejemplar genera mucha confusión en la sociedad. Es lo que estamos viendo en Estados Unidos con Trump, desvertebra a la sociedad, confunde a todas las organizaciones sociales, confunde a los partidos políticos, a los líderes empresariales.
R.L: ¿Qué hace que un líder político pierda su liderazgo?
J.G: Yo creo que la paradoja de la pérdida de liderazgo en los lideres es su incapacidad de cambiar de medio. Por ejemplo, si uno mira estos líderes históricos que reconocemos en el siglo XX, una de sus características es que supieron salir de la política, salir del Estado, de la administración o de los partidos, y pasar al plano más público, más ideológico, más moral.
Uno de los problemas que tenemos en Colombia es que muy pocos líderes políticos han sabido entender que su capacidad de influencia, e incluso su propia figura, se conservan mejor pasando a otro medio distinto al de la lucha política y al de la administración pública. Esto también se ejemplifica claramente en Uribe, el no salir nunca de la contienda política, el estar siempre intentando gobernar y perpetuar, y una de las mayores posibilidades es que tengamos Uribismo por ahí para otra década.
Yo creo que el líder sabe cuándo tiene que cambiar de espacio y de modalidad de intervención. Eso se vio muy claro en casos históricos como el de De Gaulle, el caso de Gorbachov, el caso de Mandela. Mandela hubiera podido gobernar hasta su muerte, o hubiera podido seguir siendo el Jefe del Congreso Nacional Africano, pero no. Sabe cuándo se acaba su momento en la lucha política y en la administración del Estado y pasa a ejercer ese liderazgo desde otro lugar. El liderazgo, sino se transforma, se agota.
R.L: Usted que ha trabajado de cerca con el tema del conflicto armado, desde la Comisión Histórica del Conflicto y sus víctimas, ¿qué les faltó a quienes lideraron los acuerdos con las Farc?
J.G: Yo creo que es difícil que esa Comisión que nombró Santos hubiera podido ser mejor. El problema es que Santos no es un líder. Santos tenía una tarea que al final del día no era tan complicada, que era convencer al país y a la ciudadanía de la importancia del proceso de paz. Yo digo que no era tan difícil porque este es un país en el que estamos negociando desde hace 200 años. Es un país que ha hecho muchas guerras, pero cada guerra ha terminado con un acuerdo de paz, incluyendo la violencia de mitad de siglo, la Guerra de los Mil Días, para hablar nada más de los eventos más cercanos, y pues los N acuerdos que firmamos en los noventa con multitud de organizaciones. Había un ADN nacional propenso a la negociación. Creo que con una persona que hubiera tenido más en cuenta a la ciudadanía, que hubiera entendido su responsabilidad de orientar y de llevar a esa ciudadanía, y de mostrar esas bondades de la negociación y del acuerdo en sí mismo, se habría logrado un resultado mejor. La tarea no era tan complicada. Pero yo me quedo con la idea de que Santos ni siquiera lo intentó.
El otro tema que desgraciadamente estamos viendo ahora es la negligencia con el proceso de implementación, porque esto también lo dijimos y se lo escuchamos mucho a los negociadores y a algunos funcionarios del gobierno. Era clave para ganar la confianza pública el primer año y medio, después de la firma en la obtención, de lo que se llamaban las victorias tempranas para rodear de confianza el proceso y convencer finalmente a los escépticos, traerlos al apoyo. Pero nada de eso se dio. Creo que lo que pasó ahí fue un déficit de liderazgo político. El liderazgo político que hubo en la guerra bajo el gobierno de Uribe nos quedó faltando en la paz bajo la administración de Santos.
R.L: Y frente a las Farc, ¿qué faltó? La gente piensa que hubo mucha laxitud y muchas concesiones con ellos.
J.G: Hablar y juzgar es más fácil después de que las cosas han pasado. Todos sabíamos que era una negociación compleja. Creo que las concesiones que se les hicieron a las Farc en específico no eran gravosas para el país y que los puntos más difíciles del acuerdo, más ambiciosos, no eran para ellos, eran para el fortalecimiento del Estado y para el beneficio de las periferias colombianas y de sus habitantes. Lo más gravoso del acuerdo era el tema rural, y el tema rural son simplemente las tareas que ha dejado de hacer el Estado colombiano en 200 años. Cosas tan sencillas como tener un catrasto de todos los predios del país, titular las tierras, que permitieran abrir el mercado de tierras en el país, y crear unas infraestructuras en esos territorios que son parte de las obligaciones constitucionales del Estado. Eso era lo costoso, lo exigente desde el punto de vista estructural, pero eso no era para las Farc, eso era para la periferia colombiana.
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