martes, 22 de mayo de 2018

Bolombolo

Bolombolo

José Fernando Isaza
El Espectador
16 de mayo del 2018

Hasta 1970 existió el ferrocarril del Pacífico, Buenaventura-Medellín. Los pasajeros preferían bajarse en Bolombolo, corregimiento a orillas del río Cauca, para evitar el demorado trayecto en tren entre Bolombolo y Medellín, que debía subir la cordillera. Preferían utilizar incómodos buses. A medida que mejoraban las carreteras, más carga y pasajeros se movilizaban por ellas. En el invierno de 1970, parte de la banca sobre el cañón del río Cauca fue destruida. Fue la muerte de este transporte ferroviario. Subsiste la estación de Bolombolo, grande con relación a la población; su discutible arquitectura evoca una locomotora y unos vagones. En una de las salas está hoy el Centro Cultural León de Greiff. Es de suponer que el poeta debía completar los pocos ingresos que le proporcionaba su profesión con algún salario, de preferencia oficial. Los Ferrocarriles Nacionales hicieron el acertado papel de mecenas y De Greiff estuvo en su nómina. En los años 1926 y 1927 vivió en Bolombolo. La casa se conserva.

Bolombolo está lejos de ser un destino gastronómico. El café que ofrecen las fuentes de soda es posiblemente de lo peor del hemisferio occidental. Es famosa su torta de pescado. Hace unos diez años sólo había un restaurante que la ofrecía y hoy se encuentra en al menos seis. El olor y el sabor parecen recordar un plato común en Islandia: el tiburón podrido. La torta ofende al menos tres sentidos: la vista, el olfato y el gusto. Mis compañeros de viaje la devoraron con entusiasmo.

Buscando, infructuosamente, las huellas de León de Greiff, encontramos en la farmacia toda la información que necesitábamos. El administrador es el promotor y gestor del centro cultural; para sorpresa de quienes íbamos en búsqueda de la huella del poeta, el farmaceuta es el sobrino de Enrique Sánchez. Tal vez este nombre no les diga micho a los millennials. Sánchez era el dueño del café El Automático, que lo compró a su primer propietario, Fernando Jaramillo Botero.

El Automático fue una institución en las letras colombianas. En sus mesas se discutía de poesía, de política. León de Greiff, Jorge Gaitán Durán, Hernando Téllez, Juan Lozano y Luis Vidales eran sus contertulios habituales.

En los tiempos en que a las mujeres estaba vedado entrar a los cafés, a menos que fueran meseras, intelectuales de la talla de Emilia Pardo Umaña y Lucy Tejada desafiaron estas arcaicas prohibiciones e hicieron parte de las tertulias literarias y conspirativas.

Si bien el interlocutor más respetado era De Greiff, no siempre compartía la mesa con sus pares y prefería paliquear con otros clientes del Automático. Contrario a la imagen que tiene de ser un personaje distante.

Años antes de trasladarse a Bogotá, De Greiff instauró en Medellín una tertulia de escritores llamada Los Pánidas, la mayoría de ellos rebeldes, desafiantes de la sociedad clerical y cerrada en que vivían. Casi todos fueron expulsados de las universidades confesionales en las que estudiaban.

Hoy las sociedades prohíben el consumo de drogas; antes prohibieron el tabaco y el alcohol. En algunos regímenes fueron clausurados los cafés y desestimulado el consumo de esta bebida. Las reuniones en torno a ella se consideraban desestabilizadoras del régimen.

La construcción de la central de Cañafisto, aguas arriba de Ituango, ha sido aplazada. Su embalse inundaría a Bolombolo, llevándose vestigios de una época de literatura y trenes.

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