Las Empresas Públicas de Medellín se han vuelto parte del paisaje, como los servicios que provee: agua, energía, gas, telefonía. Esta condición natural con la que es recibida por muchas personas es una prueba de su éxito. Durante sesenta años no ha habido intentos de privatizarla, ni barricadas contra la carencia del servicio o cuestionamientos sobre su función pública.
Pero no hay nada natural en ello. Las empresas de servicios públicos en Colombia fueron privatizadas en gran medida durante las gestiones de César Gaviria y Ernesto Samper; EPM no. No es solo la propiedad. Se trata de la prestación de un servicio básico, universal y de calidad, y también del impacto que los excedentes de la actividad productiva tienen sobre la calidad de vida de los habitantes de Medellín y Antioquia. Muchos ignoran que EPM ofrece un mínimo vital de agua a los hogares más pobres -gracias a una iniciativa de la administración de Alonso Salazar- y que gran parte de la inversión social en Medellín se financia con recursos de EPM. Es decir que se trata de una empresa auténticamente pública, y que los detractores gratuitos y radicales de EPM lo que hacen es darse tiros en los pies.
EPM no es administrada por la élite económica de la ciudad. Es dirigida de modo autónomo por un organismo que está conformado por personas de prestancia académica, social y profesional, como puede constatarlo cualquiera que se digne buscar la información en la red. Y es orientada, en términos generales, por el alcalde de la ciudad quien, a su vez, es elegido democráticamente cada cuatro años. Que la ignorancia o la malevolencia quieran ver en el sustantivo “empresas” al lobo feroz es otra cosa.
EPM no carece de problemas, como cualquier organización de este mundo. Yo mismo la he criticado cada que creo que lo amerita. Sus problemas derivan, a mi modo de ver, de su condición monopólica en el mercado y de una visión demasiado ingenieril en un sector que tiene profundo alcance social. Pero es una empresa que aprende. Mucha diferencia hay entre los terribles errores políticos que se cometieron durante la construcción de la represa de El Peñol hasta sus proyectos más recientes. Hace cuatro años tuve la oportunidad de ver sobre el terreno la intervención social y física admirable de EPM en Toledo e Ituango. Estuve en el lecho del río, en los túneles, la casa de máquinas y otro lugar con el fabuloso nombre de “caverna de trasformadores”. A la magnitud de esa obra no le hacen justicia ni los números ni las imágenes.
Ante la actual emergencia, la gerencia de EPM decidió sacrificar parte de esa infraestructura para salvar vidas humanas y está atendiendo a los damnificados de una manera inédita. ¿Cómo hubiera sido el desbordamiento del Cauca sin EPM?
El Colombiano, 27 de mayo
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