Se sabe del valor didáctico del álbum de láminas –de caramelos, le decimos los mayores–, aunque no suficientemente aprovechado. En el país tenemos a la mano álbumes legendarios de historia natural, geografía e historia (este era bellísimo) de Colombia, todos lanzados en los años sesenta. Durante su gestión como gobernador, Sergio Fajardo promovió uno sobre los municipios de Antioquia. Pero, ¿qué valor puede tener un álbum de fútbol?
Puede suponerse que estoy haciendo una transferencia freudiana entre el amor al fútbol y algunas de mis pequeñas habilidades memorísticas respecto a nombres, fisiognomía, idiomas, banderas, países, y datos adjuntos provistos por el –en otros tiempos– indispensable Almanaque Mundial. Pero se trata de simples dispositivos pedagógicos que la educación contemporánea olvidó y que están siendo reivindicados por notables investigadores de la mente y el aprendizaje: repetición, memoria, placer, entretenimiento. Y curiosidad.
¿Qué era Corea del Norte en la década del sesenta? ¿Por qué el jugador más deslumbrante en Inglaterra jugaba para Portugal siendo mozambiqueño? El de 1966 fue mi primer álbum y todavía recuerdo los apodos de los jugadores españoles y la infame nómina argentina que después se lavó la cara en el campeonato colombiano. Un aficionado puede distinguir nombres de coreanos y japoneses, alemanes y nórdicos, rusos y eslavos del sur; cosa difícil para una persona que no haya cogido más de un álbum o que tenga mucha cultura general.
Algunos álbumes de los años ochenta traían el lugar de nacimiento de los jugadores. Allí puede rastrearse el fenómeno de la migración africana a Europa y el lento proceso de abandono de la ciudadanía de sangre en algunos países. Desde 1982 la página de Francia empezó a mostrar caras negras, Alemania se demoró pero llegó; el equipo japonés y los árabes exhibieron brasileños nacionalizados.
Si uno toma la colección completa de álbumes surgen preguntas más difíciles: ¿Por qué en las Antillas españolas son tan malos para jugar al fútbol mientras países como Haití y Trinidad ya han ido a mundiales? ¿Por qué la antigua Yugoslavia pone cada cuatro años dos selecciones de sus despojos (Croacia y Serbia este año)? ¿Qué pasa con los chinos y los indios que de mil quinientos millones de hombres no son capaces de sacar 22 muchachos competitivos? ¿Por qué los africanos del este nunca han clasificado al mundial? ¿Por qué el socialismo del siglo XXI solo pegó en países de troncos (Bolivia, Nicaragua y Venezuela)?
Sin curiosidad, por supuesto, no hay aprendizaje. ¿Qué tanto aprendimos sobre Camerún después de que el anciano Roger Milla nos sacara de octavos en 1990? ¿Nos interesamos por conocer a Rumania después de que Gheorghe Hagi colgara a Oscar Córdoba en 1994? ¿Sabemos ubicar en el mapa a Costa de Marfil, al que vencimos en 2014? ¿Cuántos colombianos se están informando sobre Polonia, Senegal y Japón?
El Colombiano, 13 de mayo
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