Vengamos a la tierra nuestra, cotidiana, la parte más concreta y, a la vez, invisible de nuestra vida. De la mano de los contadores de historias, profesionales o no, que se ocupan de lugares que han amado o que están empezando a amar por puro telurismo, conciencia o aprendizaje. Historias que siguen fijándose al papel y creando insospechadas posibilidades para otros exploradores. Y vengamos hacia atrás en el tiempo y hacia el sur en el espacio.
Mala hierba (2016) es el resultado de un trabajo de investigación apalancado en el presupuesto participativo y canalizado por la Secretaría de Cultura Ciudadana. Lo llevó a cabo Carlos Alberto David, baterista de la banda Desadaptadoz y trata como lo dice el subtítulo de la historia del punk en Castilla, aunque más bien habla del rock en la comuna 5 de Medellín en los últimos 30 años. Conociendo las limitaciones de este tipo de proyectos, el libro demuestra la curiosidad y el cuidado previsor de un artista popular que le regala a la ciudad un pedazo de memoria tejido con trozos de fanzines, boletas, fotos, entrevistas e, incluso, mapeo de los lugares propios de la trayectoria del rock barrial.
En El arca de Noé (2007), el periodista John Saldarriaga penetra las corazas naturales que rodean a los protagonistas silenciosos de cualquier poblado quienes suelen confundirse en su mutismo con los templos, las estatuas y las calles. En este caso el poblado es Envigado y el tiempo es un ayer recordado. Comerciantes, vagos estrafalarios, artesanos, tertulianos aficionados a destruir el mundo en la mañana y a componerlo por la tarde. Saldarriaga nos ayuda a varias generaciones a darle sentido al paisaje humano en que crecimos y a darles voz a vecinos anónimos que esconden su adarme de locura y de ingenio. Esteban París ilustró este trabajo que no agota lo que ha dicho el autor sobre su tierra.
Santiago Jaramillo, Daniel Bustamante y Alejandro Montoya (ilustrador) nos llevan un par de generaciones más atrás y centenar y medio de kilómetros al sur, en Viaje a Balandú (2016). Con la excusa de buscar la geografía primigenia de Manuel Mejía Vallejo se desplazan del cemento al barro para andarse los caminos que la guerra había cerrado, internándose desde Jardín hasta Santa Gertrudis, La Mesenia y El Rosario, invocando los fantasmas de La casa de las dos palmas y La noche de la vigilia. Curiosamente, John Saldarriaga había titulado “La magia de Balandú” un par de crónicas escritas en un viaje similar y que fueron recogidas en libro por la editorial de la UPB (Vida y milagros, 2014). No hay redundancia: la belleza del suroeste antioqueño y de sus contigüidades en Risaralda y Chocó; el embrujo del Citará, sus ríos y sus abismos, sus plantas y la fauna que recién descubrimos, siguen demandando narradores.
El Colombiano, 5 de marzo
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