La corrupción está bastante extendida en el mundo, pero hay dos diferencias básicas entre los países. La primera, allí donde la corrupción está en el engranaje del funcionamiento de la administración o allá donde se trata de una anomalía, el famoso “caso aislado”. La segunda es la característica de aquellos países que tienen instituciones y líderes que pueden sancionar a los corruptos, la primera corresponde a los que no lo hacen.
Basta echar un vistazo a las noticias de este marzo para ver cómo son las cosas. En Corea del Sur acaban de destituir a la presidenta Park Geun-hye; en Brasil, una nueva lista de más de 80 políticos y funcionarios sospechosos engrosó el caso que ya se llevó por delante a Dilma Rousseff; en Perú, hay orden de captura contra un expresidente con allanamiento de su casa incluido. El contraste con Colombia no puede ser más patético: un mes de escándalo centrado en un excongresista, un excandidato y varios personajes de poca monta que participaron en las campañas de 2010 y 2014; el Presidente en las pantallas el 14 de marzo repitiendo sin imaginación ni emoción el verso aquel de Pedro Flores, “yo no sé nada… si algo pasó yo no estaba allí”.
Ese es mi resumen. Lo que dijo textualmente fue: “Lamento profundamente y pido excusas a los colombianos por este hecho bochornoso que acaba de suceder y del que me acabo de enterar”, dijo el mandatario (“Santos asegura que no autorizó ni sabía de dinero de Odebrecht”, El Tiempo, 14.03.17). Una corrección al Presidente, nada había acabado de suceder, estaba pasando desde el 2010 y volvió a pasar en el 2014, y todo indica que seguía pasando hasta la semana pasada. Concedámosle al Presidente que no sabía por la simple razón de que el diseño institucional está hecho para garantizar que las cosas se hagan sin que sea necesario que el máximo responsable se entere de los detalles.
Es probable que la falta de experiencia de Santos en política electoral y su estilo de delegar irresponsablemente le hayan impedido saber que estaba haciendo su gerente de campaña y reconocido hombre de confianza. Pero eso no lo exime de responsabilidad. Durante siete años no tomó una sola medida para mejorar su equipo ni auditar el comportamiento de sus colaboradores. Y durante siete años no hizo nada para mejorar las condiciones institucionales para prevenir la corrupción. Al contrario, contribuyó a empeorar esas condiciones, destrozando la ya precaria separación de poderes en el país y socavando su legitimidad.
No hay seriedad en el gobierno y está por verse si la haya en el Estado; solo se ve frivolidad entre los dirigentes y en la sociedad. Y mucho cinismo. Recuerdo las burlas de hace siete años cuando algunos gritaban “yo vine porque quise, a mí no me pagaron”.
El Colombiano, 19 de marzo
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