Las ideas por la paz y la corrupción
Salomón Kalmanovitz
El Espectador, 20 de marzo de 2017
Hoy en día todos hablan de paz, pero hace 30 o 40 años eran pocas las voces que se alzaban contra las ideas comunistas, cristianas o nacionalistas que hacían la apología de la violencia. Estanislao Zuleta, Francisco de Roux, Jorge Orlando Melo y Antanas Mockus fueron intelectuales que insistieron en que los proyectos de revolución o de liberación nacional, apoyados en la violencia, conducían al fracaso de esas luchas, empeoraban incluso las condiciones de vida de la población afectada. Este es uno de los temas del libro de Jorge Giraldo Las ideas en la guerra.
Antanas planteó que la ley, la moral y las cultura están en colisión en Colombia: no existe el imperio de la ley, la moral religiosa cesó de operar sin alcanzar a ser reemplazada por una moral laica y la cultura del oportunista hace parte del imaginario nacional. Se propuso por medio de la política limpia y de la educación transformar pacíficamente la sociedad.
Esas ideas por la paz fueron cuajando con el debilitamiento militar de las Farc y con el gran revés político que sufrió, expresado por las enormes manifestaciones contra el secuestro de febrero de 2008, a la vez que la izquierda pacífica obtenía victorias electorales por toda América Latina y en Colombia. Juan Manuel Santos tuvo la visión de que las condiciones estaban maduras para emprender una negociación exitosa que llevara a la desmovilización de las Farc, pero se ha encontrado con escollos a lo largo del camino; el más reciente ha sido el surgimiento de evidencias de corrupción en sus campañas presidenciales.
Los conservadores están de plácemes: exagera Osuna cuando iguala a Samper con Santos, como si recibir US$ 6 millones de la mafia en 1993 fuera lo mismo que aceptar US$ 400.000 de una empresa entonces respetable en 2010; ambos exhiben, es cierto y reprochable, evasión de responsabilidad.
Antanas minimizó la extraña acusación del Partido Verde —“Nos robaron las elecciones”— como si la ola verde hubiera sido de su autoría o sin tener en cuenta el derrumbe autoinfligido por el candidato en el remate de la campaña de 2010. Algún personaje de la internet le pide a Antanas que se vaya del país, aduciendo que no es colombiano, expresando una versión local del nacionalismo trumpista; un columnista afirma que Antanas recibió contratos de Santos y seguramente por eso lo defiende. Lo cierto es que Mockus prioriza la paz como un bien superior, suficiente razón para defender al presidente.
La corrupción hace parte de la política cuando esta reposa en el clientelismo. Mientras mayor el recurso al clientelismo como base de los gobiernos, es mayor la corrupción, que es claramente el caso colombiano. Lincoln hizo intercambios políticos para hacer aprobar la enmienda constitucional que prohibió la esclavitud; lo que aquí llamamos peyorativamente mermelada puede ser un intercambio legítimo en el que el poder central entrega recursos a las regiones a cambio del apoyo de sus representantes en ciertas decisiones.
La acusación de que todos son corruptos, enarbolada incluso por los más corruptos y violentos, impide que se busquen los cambios institucionales que penalicen el desvío de recursos; se encubren además malas prácticas graves y sistémicas, como las que envuelven a las altas cortes y a la Procuraduría o las que conducen a la apropiación de recursos públicos, evidentes en las pensiones ($36 billones, 4,5 % del PIB) aprobadas por los que las disfrutan.
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