La corrupción es un hecho social que resulta de arreglos institucionales (corrupción sistémica) y acciones individuales (corrupción como desviación). Para todos, excepción hecha de algunos personajes complacientes, es evidente que la corrupción en Colombia hace parte ya del sistema administrativo. Casos aberrantes como el de La Guajira salen a la luz simplemente porque no saben robar. Se roba con impunidad cuando se crea la regla, se manejan los recursos, se nombran los contralores.
Todo hecho social resulta de un conjunto de acciones humanas en las que participa mucha gente con diversas intenciones y propósitos, y diversos niveles de conocimiento o sentido estratégico. Las reflexiones éticas sobre la responsabilidad –que prácticamente se circunscriben al siglo XX– ayudan a entender los pilares de la responsabilidad.
Menciono algunas conclusiones filosóficas: la responsabilidad “consiste en deliberar sobre las opciones antes de actuar”, tomar las mejores decisiones para todos los afectados y preocuparse por las consecuencias dañinas sobre los demás (Nussbaum). La responsabilidad es mayor mientras mayor sea el poder o la influencia de quienes participan en las acciones (Jonas). “La responsabilidad política existe con total independencia de los actos de los individuos concretos que forman el grupo” (Arendt). En últimas, la responsabilidad siempre es personal (Young).
A falta de más espacio, espero que los lectores entiendan una noción más completa de la responsabilidad política: el más poderoso es más responsable y lo es así no haya sido el ejecutor directo del acto que se reprocha. A pesar del cinismo contemporáneo, el año pasado tuvimos casos de actuaciones responsables en Gran Bretaña e Italia, cuando los respectivos primeros ministros David Cameron y Matteo Renzi renunciaron a sus cargos por los resultados fallidos de sus iniciativas gubernamentales.
En Colombia se renunciaba: López Pumarejo y Laureano Gómez dejaron la presidencia, Darío Echandía convirtió la renuncia en un magisterio. Desde entonces, solo Humberto de la Calle se atreve: renunció a la vicepresidencia en 1996 y a su cargo de negociador de paz 20 años después. Es probable que si se deja acompañar del liberalismo y del partido de la U le toque renunciar a la presidencia, de ganarla. Con sus renuncias De la Calle dejó en evidencia la falta de responsabilidad, por lo menos, de Samper y Santos.
Se dijo el año pasado que no era lo mismo renunciar en un régimen parlamentario que en uno presidencialista. Verdad a medias. Genera menos inestabilidad la caída de un primer ministro pero tiene más responsabilidad un presidente. Sobre todo en países como Colombia donde el republicanismo está teñido de tonos aristocráticos. El republicanismo aristocrático pretende que los dirigentes sean modelos para elevar el nivel moral de la masa inculta. A los altos cargos se les llamaba dignatarios, por aquello de la dignidad del cargo. ¿No perjudica más a las instituciones la permanencia de dignatarios sin dignidad?
El Colombiano, 26 de febrero
No hay comentarios.:
Publicar un comentario