El caso de Odebrecht ha suscitado muchas reacciones entre los generadores de opinión pública. Me ocuparé de una. Diana Calderón, directora de noticias de Caracol, actuó con presteza para defender al Presidente de la República en un periódico español (“Instituciones a prueba”, El País, 11.02.17). Los argumentos básicos de Calderón son malos. El primero es que es una irresponsabilidad “hacer política con las instituciones en medio de la catástrofe”, es decir, el viejo dicho perverso de que lo mata es el escándalo. De otra manera, mejor tapar antes que debilitar el poder presidencial. El segundo es que tenemos que “dejar a la justicia actuar” y devolverle “a Santos al menos la presunción de inocencia”.
Que el primer argumento es malo lo dice la experiencia reciente y toda la literatura sobre lucha contra la corrupción. Sociedades con veeduría y controles civiles fuertes, con libertad de expresión y suficiente poder moral, son imprescindibles para vigilar el manejo de la cosa pública. Nuestro problema es que acá hay poco escándalo, porque pocos denuncian y pocos se asombran. El problema es la corrupción, no la denuncia de la corrupción.
El segundo es peor. La opinión pública no ejerce justicia y no se le puede pedir que calle mientras los tribunales se pronuncian. Que la directora de un medio de noticias pida que nos callemos y que esperemos el dictamen de los jueces es una vergüenza, al menos argumentativa. Los magistrados del poder público no solo responden ante los tribunales, responden ante los electores. Y a ese responder es al que se llama responsabilidad. No es necesario que vayan a la cárcel pero sería obligatorio, en una sociedad bien ordenada, que respondieran.
El problema con Santos no son los 12 millones de Comba, ni la vueltecita gratis (eso dijo) de JJ Rendón, ni el miserable millón de Odebrecht. Asumamos que él nada supo, aunque nadie puede decir que no pasó nada. El problema con el Presidente es de confianza; a él no le cree la mayoría de la población y no parece importarle. Los partidos y congresistas tampoco le creen; transan al contado.
Como dice el filósofo Byun Chul-han, “confianza significa: a pesar del no saber en relación con el otro, construir una relación positiva con él” (La sociedad de la transparencia, Herder, 2013). Que la corrupción es sistémica, es verdad. Como también lo es que Santos ha propiciado incentivos y oportunidades para que aumente, y que no ha hecho nada para detenerla. El Presidente tenía que haber mostrado voluntad de controlar a los corruptos pero, al contrario, los hizo aliados. En esta inacción se pierden más de mil millones de dólares al año. Ante los tribunales el Presidente tiene que ser objeto de la presunción de inocencia, pero todo indica que ante los ciudadanos no goza del beneficio de la duda.
El Colombiano, 19 de febrero
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