El Deportivo Independiente Medellín, haciéndole honor a su condición de decano del fútbol colombiano, creó la política llamada “Todos en uno”, que tiene el mérito de darle estabilidad financiera a la institución, un vínculo material a la hinchada y un respaldo emocional al equipo. Se trata de una especie de condición intermedia entre la estructura social de los clubes de verdad –en Inglaterra o España– y las empresas criollas personalistas o de monopolios manufactureros.
El equilibrio entre administración, tribuna y cancha debería ser la meta. Se puede hacer una analogía con la concepción tripartita de la guerra de Clausewitz: la administración es la razón, la hinchada es la pasión y el equipo es el medio técnico. Hasta ahora, el resultado es parcial. Éxito de gerencia, constancia y fidelidad de los aficionados (que han existido siempre) y fracaso en las metas deportivas.
El año pasado la dirección deportiva no supo a qué apuntarle y al final se quedó sin nada. Descuidó la Copa Colombia, subestimó la reclasificación (yendo a no ganar a Cali) y perdió la final. Este año vamos por el mismo camino, con el agravante de que el equipo juega muy mal, no es capaz de ganar un clásico y no sabe ganar de local. Perdió los duelos contra todos los clasificados, menos el Huila, y le espera una serie final amarga. Aunque el fútbol es azaroso y después nos resulta un campeón sin alma.
En mis 50 años de ver fútbol había visto cosas raras, pero este semestre fue la tapa. Un equipo para el que un saque de banda en contra es un riesgo inminente de gol o en el cual los volantes se ganan el sueldo devolviéndole la pelota al arquero para que él haga el pase gol, son hechos insólitos. El modelo del técnico, que al parecer consistió en volver a armar una vieja alienación del Deportes Tolima y vestirla de azul y rojo, no está funcionando. No quiero decir que lo importante en la parte deportiva sea ganar –aunque también. Para la afición antioqueña, al menos la roja, jugar bien llena.
Pero lo más crucial es el aspecto cultural del deporte. Si vos llenás un estadio cada quince días no es para que el único espectáculo corra de cuenta de la tribuna y que después de que el once salga a la cancha lo que siga sea aburrimiento o desazón. La cultura pasa también por crear lealtades con los jugadores; hoy solo David González (Andrés Mosquera y Hernán Pertuz son candidatos), está anclado en la tradición. A los demás no les pesa ni la historia ni la casaca. Y lo más importante de la cultura son el respeto y el afecto. Lo que hizo Hernán Torres el fin de semana pasado es inaceptable. Esa no es la conducta deseada.
El Colombiano, 3 de mayo
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