De reclamos a la historia
Eduardo Posada Carbó
El Tiempo, 21 de mayo de 2015
“Estruendoso fracaso”. Tal es el juicio de León Valencia sobre el trabajo de la Comisión Histórica del Conflicto, como se conoce al grupo de 14 académicos acordado por los negociadores en La Habana, cuyo informe se publicó en febrero pasado (Semana, 2-5-15).
Es un juicio severo. Según Valencia, los comisionados no habrían cumplido su encargo: no “resolvieron el asunto” asignado. Les reclama que el informe no hubiese “levantado ninguna polvareda”, ni aquí ni en el exterior. Se trataría de una obra “inane” –vana e inútil–.
Valencia se siente decepcionado: ni el Gobierno ni las Farc han hecho “una valoración seria del trabajo”; los comisionados no han explicado su “fracaso”; “nadie”, ni los contradictores del proceso, se habría referido al tema.
No hay necesidad de haberse leído todo el informe para considerar que el veredicto de Valencia es injusto y desbordado. Pareciera, además, esperar de la historia resultados que la disciplina ni puede, ni debe ofrecer.
Reclama de la Comisión tareas que nunca le fueron encomendadas. Les critica no haber prestado “un mínimo de atención al comunicado de La Habana del 5 de agosto del 2014”, donde se detallaba su “mandato”. Pero ese “mínimo de atención” revela que a la Comisión no se le pidió “resolver el asunto” que Valencia quiere ver resuelto: el de las responsabilidades.
La tarea asignada a los comisionados fue la de ofrecer en sus respectivos informes, ante todo individuales, “insumos” para la “comprensión” del conflicto y sus complejidades. Se les pidió, a cada uno, examinar los orígenes del conflicto, las causas de su persistencia, y su impacto. Todo, en cuatro meses.
Importa tener claridad sobre la naturaleza del ejercicio que se propuso con esta comisión. Por su composición y “criterios orientadores”, es claro que se trató de un ejercicio pluralista y, como tal, conducente a visiones diversas y hasta encontradas. No podían surgir de allí “definiciones colectivas”, ni consensos.
A veces se le exigen a la historia narrativas únicas y definitivas sobre el pasado, un reflejo de incomprensión sobre el oficio. Como observa Eric Foner, es posible acercarnos a la “verdad histórica”, pero la “más difícil verdad para aquellos fuera de las filas de los historiadores profesionales es aceptar que con frecuencia existe más de una forma legítima de contar los eventos del pasado”.
Además, toda “verdad histórica” está abierta a ser reinterpretada a la vista de nuevas evidencias. En contraste con las novelas, la historia puede ser refutada: esta es, según Bernard Bailyn, la gran diferencia entre ambos géneros.
Tampoco entiendo el sentido de la exigencia al Gobierno y las Farc de hacer una “valoración seria” del informe, ni cómo se haría tal valoración. Otros analistas, como Javier Felipe Ortiz, quisieran ver mayor difusión de la obra (El Espectador, 16-5-15). Claro que debe publicarse en forma de libro. Pero su debate corresponde ahora más a la sociedad que a quienes negocian en La Habana. Y sospecho que ha habido más divulgación y debate que lo que sugieren los críticos.
Hasta hace poco dominó en el país la errada idea –propagada, entre otros, por Gabriel García Márquez, nuestro ícono nacional– de la existencia de una “historia oficial”. Mal haríamos en exigir una “historia oficial” del conflicto. Ese nunca fue el mandato de la Comisión.
Podrá, por supuesto, discreparse del contenido y calidad de algunos o de todo el trabajo de la Comisión. Pero hay que apreciar, por lo menos, el valor pedagógico –por su sola pluralidad– del ejercicio. “Los 14 ensayos dan para todo y para todos”, dice Valencia. Esto debe resaltarse como un buen éxito, en vez de un fracaso.
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