La adrenalina envicia
Por: Francisco Gutiérrez Sanín
El Espectador, 08.05,15
CUANDO ACEPTÉ PARTICIPAR EN LA Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas estaba plenamente consciente de que, cualquiera fuera el producto, recibiría junto con mis coequiperos toda la madera del mundo. Un poco en broma, un poco en serio, comenté a muchos amigos, así como a mi familia, que con la Comisión estaba comprando el boleto que me conduciría directamente del anonimato al desprestigio.
De manera no muy sorprendente, esta pequeña predicción se cumplió. Comenzando por el procurador, quien se dignó regalarnos unos cuantos insultos profilácticos, hasta columnistas y académicos, han hecho diversas observaciones a los resultados de la Comisión. Algunas me han parecido acertadas; otras no tanto. Pero la crítica hace parte de la rutina natural de la vida intelectual, así que me prometí a mi mismo guardar silencio. Ya habrá tiempo para las evaluaciones.
Sin embargo, la reciente columna de León Valencia (http://bit.ly/1EZl00Z) me pareció tan descaminada que me obliga a una contestación. Habla León del “fracaso” de la Comisión. Cuando uno habla de fracaso, tiene que hacer explícito su criterio de evaluación. León no pone sobre la mesa el suyo, pero lo sugiere: quería que el informe “levantara una polvareda”. Pero esto es una ilusión óptica, creada por el acelere y los criterios periodísticos del propio autor. Los resultados de los textos de la Comisión se tienen que evaluar en centímetros cúbicos de materia gris, no en mililitros de adrenalina. Y lo mismo, lamento decirlo, debería suceder con una eventual Comisión de la Verdad. La investigación sistemática y la búsqueda insaciable de la primera plana —ambas aspiraciones legítimas— no son necesariamente compatibles; en realidad, rara vez lo son.
León le dirige a la Comisión tres reproches concretos. Primero, que en los textos “cada quien puede escoger lo que le convenga”. Quiero preguntarle a León cómo hará para lograr que estén representados todos los matices relevantes de opinión y, a la vez, no se presente el fenómeno que tanto le molesta. Idéntico ataque podría hacer a las delegaciones de víctimas: si prefiero puedo escuchar a aquellas que hablan de crímenes de las Farc, o del Estado, o de los paramilitares (o a todas, si me provoca). Es un duro hecho de la vida que el pluralismo genera esta clase de fenómenos. Pero no por eso estoy dispuesto a renunciar (ni creo que políticamente fuera posible, incluso de ser deseable) al pluralismo.
Segundo, que los textos de la Comisión “a nadie tocan...nadie se siente aludido”. Como León dice antes de esta aserción que “leyó y releyó” los informes, y sé que es persona honestísima, tengo que creerle; pero entonces la lectura le resbaló. Capaz leyó de afán. Porque uno de los tres encargos explícitos a los comisionados era que establecieran responsabilidades, y lo hicimos de manera detallada. Ciertamente, no dejamos indemnes a los poderosos de Colombia. Y a los actores que nombra León —militares, empresarios, políticos, guerrilleros, etc.— los textos les atribuyen una pesada carga de responsabilidad, obviamente de manera diferencial: porque en la Comisión confluyeron personas de distintas perspectivas, preferencias y convicciones.
Y eso me lleva al tercer reproche: el de no haber actuado como una comisión, “un grupo de personas —dice— encargadas de resolver un asunto”. León también leyó de afán los diccionarios. La primera acepción de comisionar según el de Construcción y Régimen, por ejemplo, es “encargar a una o más personas para entender de algún negocio”. Esperar que “resolviéramos” el tema de las responsabilidades era simplemente una expectativa descabellada, que no se podía cumplir ahora y no se cumplirá en una década. Sólo nos alcanzaba para tratar de entender (y contribuir a entender) el negocio del conflicto.
Naturalmente, la Comisión ha tenido muchísimos problemas, y sus resultados son irregulares. Sin embargo, no es por el camino de la impaciencia, el alarido y la precipitada búsqueda de la “polvareda” como podemos ir mejorando nuestra comprensión.
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