De reclamos a la historia
Eduardo Posada Carbó
El Tiempo, 21 de mayo de 2015
“Estruendoso fracaso”. Tal es el juicio de León Valencia sobre el trabajo de la Comisión Histórica del Conflicto, como se conoce al grupo de 14 académicos acordado por los negociadores en La Habana, cuyo informe se publicó en febrero pasado (Semana, 2-5-15).
Es un juicio severo. Según Valencia, los comisionados no habrían cumplido su encargo: no “resolvieron el asunto” asignado. Les reclama que el informe no hubiese “levantado ninguna polvareda”, ni aquí ni en el exterior. Se trataría de una obra “inane” –vana e inútil–.
Valencia se siente decepcionado: ni el Gobierno ni las Farc han hecho “una valoración seria del trabajo”; los comisionados no han explicado su “fracaso”; “nadie”, ni los contradictores del proceso, se habría referido al tema.
No hay necesidad de haberse leído todo el informe para considerar que el veredicto de Valencia es injusto y desbordado. Pareciera, además, esperar de la historia resultados que la disciplina ni puede, ni debe ofrecer.
Reclama de la Comisión tareas que nunca le fueron encomendadas. Les critica no haber prestado “un mínimo de atención al comunicado de La Habana del 5 de agosto del 2014”, donde se detallaba su “mandato”. Pero ese “mínimo de atención” revela que a la Comisión no se le pidió “resolver el asunto” que Valencia quiere ver resuelto: el de las responsabilidades.
La tarea asignada a los comisionados fue la de ofrecer en sus respectivos informes, ante todo individuales, “insumos” para la “comprensión” del conflicto y sus complejidades. Se les pidió, a cada uno, examinar los orígenes del conflicto, las causas de su persistencia, y su impacto. Todo, en cuatro meses.
Importa tener claridad sobre la naturaleza del ejercicio que se propuso con esta comisión. Por su composición y “criterios orientadores”, es claro que se trató de un ejercicio pluralista y, como tal, conducente a visiones diversas y hasta encontradas. No podían surgir de allí “definiciones colectivas”, ni consensos.
A veces se le exigen a la historia narrativas únicas y definitivas sobre el pasado, un reflejo de incomprensión sobre el oficio. Como observa Eric Foner, es posible acercarnos a la “verdad histórica”, pero la “más difícil verdad para aquellos fuera de las filas de los historiadores profesionales es aceptar que con frecuencia existe más de una forma legítima de contar los eventos del pasado”.
Además, toda “verdad histórica” está abierta a ser reinterpretada a la vista de nuevas evidencias. En contraste con las novelas, la historia puede ser refutada: esta es, según Bernard Bailyn, la gran diferencia entre ambos géneros.
Tampoco entiendo el sentido de la exigencia al Gobierno y las Farc de hacer una “valoración seria” del informe, ni cómo se haría tal valoración. Otros analistas, como Javier Felipe Ortiz, quisieran ver mayor difusión de la obra (El Espectador, 16-5-15). Claro que debe publicarse en forma de libro. Pero su debate corresponde ahora más a la sociedad que a quienes negocian en La Habana. Y sospecho que ha habido más divulgación y debate que lo que sugieren los críticos.
Hasta hace poco dominó en el país la errada idea –propagada, entre otros, por Gabriel García Márquez, nuestro ícono nacional– de la existencia de una “historia oficial”. Mal haríamos en exigir una “historia oficial” del conflicto. Ese nunca fue el mandato de la Comisión.
Podrá, por supuesto, discreparse del contenido y calidad de algunos o de todo el trabajo de la Comisión. Pero hay que apreciar, por lo menos, el valor pedagógico –por su sola pluralidad– del ejercicio. “Los 14 ensayos dan para todo y para todos”, dice Valencia. Esto debe resaltarse como un buen éxito, en vez de un fracaso.
viernes, 29 de mayo de 2015
miércoles, 27 de mayo de 2015
Ecos de la Comisión Histórica: Francisco Cortés
¿Fue un fracaso la comisión histórica del conflicto?
FRANCISCO CORTÉS RODAS
El Colombiano, 12 de mayo 2015
El analista León Valencia escribió en la penúltima revista Semana que la Comisión Histórica del Conflicto fue un fracaso. Afirmó que el texto que entregó el grupo de expertos a la Mesa de La Habana contiene “un informe inane. Porque no toca a nadie. No se sienten aludidas las guerrillas, ni las élites políticas con sus aliados paramilitares, ni los militares, ni los empresarios, nadie”.
Valencia es realmente drástico con la Comisión, pero lo es de tal manera que termina siendo injusto. Metodológicamente, les fue propuesto que escribieran informes individuales y no un informe colectivo, producido mediante el consenso de los 12 comisionados. Y sobre el asunto del establecimiento de las responsabilidades es imposible esperar que un grupo de expertos académicos, con visiones políticas diferentes, puedan determinar, como colectivo, quiénes son responsables individualmente por los graves crímenes que se cometieron en la guerra. Este asunto no le corresponde a una comisión de académicos, lo deben resolver los jueces o una comisión de la verdad.
Sobre el esclarecimiento de las responsabilidades en la guerra que se inició en los ochenta, los miembros de esta Comisión han presentado individualmente importantes estudios que señalan a diferentes actores como responsables. Para unos, el Estado colombiano es responsable jurídica y moralmente por las violaciones de los derechos humanos cometidas por sus agentes, en tanto que él mismo contribuyó, directa e indirectamente, a crear, mantener y sostener estructuras de poder que fueron funcionales a la consolidación del proyecto paramilitar.
Otros consideran que el mayor responsable es el paramilitarismo, por las consecuencias que produjo su estrategia homicida antiinsurgente, desarrollada en consonancia con las élites regionales, la cual comprendió el despojo de tierras, múltiples masacres y miles de asesinatos. Igualmente responsables son los narcotraficantes por haber lanzado una ofensiva brutal contra el Estado. Otros autores afirman que las Farc tienen una responsabilidad política y jurídica por haber articulado desde los ochenta su proyecto político con la economía del narcotráfico y por haber impulsado la industria del secuestro extorsivo.
Tenemos, entonces, que académicamente han sido señaladas formas de responsabilidad política, moral y jurídica, y hay actores, individuales y colectivos, muchos de ellos identificados, que deberían responder por tales actos. Por estas razones considero que la Comisión Histórica del Conflicto no es un fracaso. Su trabajo es muy serio y sistemático sobre la historia de la guerra, la acumulación de violencias, contraviolencias y victimizaciones. El informe se constituye en uno de los insumos para proponer una comisión de la verdad que podrá tratar las distintas formas de responsabilidad: penal, política, moral.
En este sentido, una comisión de la verdad podría ayudar a que se produzca una confianza en el proceso de transición y en la utilización de los mecanismos de justicia transicional, para lo cual es definitivo que las graves injusticias cometidas en el pasado sean reconocidas públicamente como graves injusticias, como males morales, y que los perpetradores de esos daños reconozcan su completa responsabilidad por sus actos criminales. Una comisión de la verdad debe servir para restaurar la dignidad humana de las víctimas e imponer medidas adecuadas de responsabilidad a los perpetradores.
FRANCISCO CORTÉS RODAS
El Colombiano, 12 de mayo 2015
El analista León Valencia escribió en la penúltima revista Semana que la Comisión Histórica del Conflicto fue un fracaso. Afirmó que el texto que entregó el grupo de expertos a la Mesa de La Habana contiene “un informe inane. Porque no toca a nadie. No se sienten aludidas las guerrillas, ni las élites políticas con sus aliados paramilitares, ni los militares, ni los empresarios, nadie”.
Valencia es realmente drástico con la Comisión, pero lo es de tal manera que termina siendo injusto. Metodológicamente, les fue propuesto que escribieran informes individuales y no un informe colectivo, producido mediante el consenso de los 12 comisionados. Y sobre el asunto del establecimiento de las responsabilidades es imposible esperar que un grupo de expertos académicos, con visiones políticas diferentes, puedan determinar, como colectivo, quiénes son responsables individualmente por los graves crímenes que se cometieron en la guerra. Este asunto no le corresponde a una comisión de académicos, lo deben resolver los jueces o una comisión de la verdad.
Sobre el esclarecimiento de las responsabilidades en la guerra que se inició en los ochenta, los miembros de esta Comisión han presentado individualmente importantes estudios que señalan a diferentes actores como responsables. Para unos, el Estado colombiano es responsable jurídica y moralmente por las violaciones de los derechos humanos cometidas por sus agentes, en tanto que él mismo contribuyó, directa e indirectamente, a crear, mantener y sostener estructuras de poder que fueron funcionales a la consolidación del proyecto paramilitar.
Otros consideran que el mayor responsable es el paramilitarismo, por las consecuencias que produjo su estrategia homicida antiinsurgente, desarrollada en consonancia con las élites regionales, la cual comprendió el despojo de tierras, múltiples masacres y miles de asesinatos. Igualmente responsables son los narcotraficantes por haber lanzado una ofensiva brutal contra el Estado. Otros autores afirman que las Farc tienen una responsabilidad política y jurídica por haber articulado desde los ochenta su proyecto político con la economía del narcotráfico y por haber impulsado la industria del secuestro extorsivo.
Tenemos, entonces, que académicamente han sido señaladas formas de responsabilidad política, moral y jurídica, y hay actores, individuales y colectivos, muchos de ellos identificados, que deberían responder por tales actos. Por estas razones considero que la Comisión Histórica del Conflicto no es un fracaso. Su trabajo es muy serio y sistemático sobre la historia de la guerra, la acumulación de violencias, contraviolencias y victimizaciones. El informe se constituye en uno de los insumos para proponer una comisión de la verdad que podrá tratar las distintas formas de responsabilidad: penal, política, moral.
En este sentido, una comisión de la verdad podría ayudar a que se produzca una confianza en el proceso de transición y en la utilización de los mecanismos de justicia transicional, para lo cual es definitivo que las graves injusticias cometidas en el pasado sean reconocidas públicamente como graves injusticias, como males morales, y que los perpetradores de esos daños reconozcan su completa responsabilidad por sus actos criminales. Una comisión de la verdad debe servir para restaurar la dignidad humana de las víctimas e imponer medidas adecuadas de responsabilidad a los perpetradores.
martes, 26 de mayo de 2015
Salgar, Riosucio, etcétera
Las recientes tragedias en el país se parecen entre sí y con todas las anteriores. La naturaleza tiene sus mañas y el azar es impenetrable, pero siempre está la mano del hombre. También cuando no está. ¿Cuántas muertes en la minería del oro y el carbón? ¿Cuántas en ríos y quebradas después de tres aguaceros? El acumulado de imprevisión, descuido y mala gestión se paga con vidas, por lo general las de los más pobres.
Las muertes en accidentes laborales superaron las quinientas en 2012 y la mayoría de ellas ocurrieron en el sector informal de la economía: minería, construcción, transporte. Es vergonzoso que algunas se presenten en empresas legales. Las muertes por desastres representan una porción creciente de las muertes violentas en Colombia. Me niego a llamarlos desastres naturales porque en la era del antropoceno todo daño se debe a la acción humana, así ella no sea intencional.
Según Santiago Montenegro, "muchos estiman que dos terceras partes de las edificaciones de las ciudades son informales" ("País formal e informal", El Espectador, 03.05.15). Si así fuera, el porcentaje para pequeños municipios y ciudades puede acercarse, con certeza, al ciento por ciento. En Medellín se le cayó un conjunto residencial a uno de los constructores más reconocidos de la región; en Barranquilla, un barrio completo de la familia Char se fue al suelo, sin escándalo porque son amigos del Presidente. ¡Qué diremos de nuestros pueblos!
En el artículo citado, Montenegro afirma que la informalidad es uno de los principales problemas del país. Sin duda. Y está conectado claramente con otros problemas como el clientelismo, la corrupción, el paternalismo y, por definición, con la cultura de la ilegalidad. El urbanismo ilegal nació de la mano con el clientelismo, auspiciado por algunos políticos que ofrecieron protección a cambio de votos. El paternalismo ha impedido acciones eficaces jugando la vida de los pobladores a la suerte, antes que buscar alternativas de largo plazo.
Nuestro país de abogados se solaza con legislaciones perfectas pero inaplicables, en lugar de procurar leyes sencillas, que atiendan lo fundamental, que ayuden a regular los asuntos cruciales de la vida ciudadana y que sean asequibles para su cumplimiento y vigilancia. En parte, debido a ello, la mayoría de los habitantes y localidades del país viven, básicamente, al margen de la ley.
La informalidad está conectada, también, con la cultura del riesgo y del corto plazo que siguen caracterizadonos. La imprudencia y la irresponsabilidad de quien lleva a sus hijos a vivir a la orilla de un río, esperando amparo y providencias extrañas, aunque estén presionadas por la necesidad no dejan de ser injustificables. No hay pobreza ni ignorancia que justifiquen esta línea de conducta. El círculo vicioso entre imprevisión oficial y temeridad privada hay que cortarlo.
El Colombiano, 24 de mayo
Las muertes en accidentes laborales superaron las quinientas en 2012 y la mayoría de ellas ocurrieron en el sector informal de la economía: minería, construcción, transporte. Es vergonzoso que algunas se presenten en empresas legales. Las muertes por desastres representan una porción creciente de las muertes violentas en Colombia. Me niego a llamarlos desastres naturales porque en la era del antropoceno todo daño se debe a la acción humana, así ella no sea intencional.
Según Santiago Montenegro, "muchos estiman que dos terceras partes de las edificaciones de las ciudades son informales" ("País formal e informal", El Espectador, 03.05.15). Si así fuera, el porcentaje para pequeños municipios y ciudades puede acercarse, con certeza, al ciento por ciento. En Medellín se le cayó un conjunto residencial a uno de los constructores más reconocidos de la región; en Barranquilla, un barrio completo de la familia Char se fue al suelo, sin escándalo porque son amigos del Presidente. ¡Qué diremos de nuestros pueblos!
En el artículo citado, Montenegro afirma que la informalidad es uno de los principales problemas del país. Sin duda. Y está conectado claramente con otros problemas como el clientelismo, la corrupción, el paternalismo y, por definición, con la cultura de la ilegalidad. El urbanismo ilegal nació de la mano con el clientelismo, auspiciado por algunos políticos que ofrecieron protección a cambio de votos. El paternalismo ha impedido acciones eficaces jugando la vida de los pobladores a la suerte, antes que buscar alternativas de largo plazo.
Nuestro país de abogados se solaza con legislaciones perfectas pero inaplicables, en lugar de procurar leyes sencillas, que atiendan lo fundamental, que ayuden a regular los asuntos cruciales de la vida ciudadana y que sean asequibles para su cumplimiento y vigilancia. En parte, debido a ello, la mayoría de los habitantes y localidades del país viven, básicamente, al margen de la ley.
La informalidad está conectada, también, con la cultura del riesgo y del corto plazo que siguen caracterizadonos. La imprudencia y la irresponsabilidad de quien lleva a sus hijos a vivir a la orilla de un río, esperando amparo y providencias extrañas, aunque estén presionadas por la necesidad no dejan de ser injustificables. No hay pobreza ni ignorancia que justifiquen esta línea de conducta. El círculo vicioso entre imprevisión oficial y temeridad privada hay que cortarlo.
El Colombiano, 24 de mayo
lunes, 25 de mayo de 2015
Empresarios
Si hay un campo de la vida social en el que las generalizaciones funcionan mal, es el de la guerra. En parte, eso explica que en Colombia los juicios sobre la guerra sean tan cambiantes, caprichosos, susceptibles al momento, al lugar y a los actores a los que se refieran. Somos generalistas, esto es, acomodaticios y mal dados al detenimiento y la distancia para emitir veredictos.
Las generalizaciones más habituales en la guerra colombiana son muy incorrectas. Se acostumbra achacar la guerra a los marxistas, pero gran parte de ellos siempre fue crítica de las armas. Los comunistas tienen mayor responsabilidad pero importantes sectores y dirigentes del partido comunista se opusieron en varias ocasiones a la lucha armada y a las Farc. Se cree que no, pero el catolicismo tiene muchas velas en los centenares de miles de entierros que hemos tenido.
Llegó el tiempo de generalizar sobre los empresarios. Al Alto Comisionado para la Paz se le escapó un comentario al respecto y nuestra opaca justicia, poco después, le puso números: quiere juzgar a doce mil. Nadie se preocupa por definir a los empresarios. Los hay muy grandes y muy pequeños, muy modernos y muy informales, globales y provincianos, productivos y rentistas. Como no se definen, el conjunto de los empresarios del país queda en la picota y con ellos la actividad económica que desempeñan.
Pero, como en el país se acostumbra a hablar con sobreentendidos, todos se imaginan que están hablando de los empresarios de la periferia; de los comerciantes, agricultores y ganaderos de las zonas donde la guerra fue más feroz. Y si se quiere señalar una forma especial de participación en el conflicto, ella tiende a reducirse a dinero y a paramilitares. Es más enredado: datos indicativos muestran que la mitad de los ganaderos (50,8) dieron apoyos a la guerrilla y una porción más alta (65,7) a los paramilitares. Dos de cada tres atribuyeron esta conducta a la ausencia de la fuerza pública (Francisco Gutiérrez, El orangután con sacoleva, Debate, 2014, pp. 326-327).
En el país todavía se soslaya la importancia del secuestro como forma de victimización y como detonante de nuevos componentes del conflicto. La inmensa mayoría del secuestro ocurrió en el campo y allí fueron las reacciones. En una guerra periférica es fácil ser un santo en la ciudad. Un proceso de verdad hecho bajo amenaza, nace muerto. Si el Estado quiere llevar a los empresarios a la justicia transicional, debe empezar por reconocer su condición simultánea de víctimas y no puede olvidar que su incapacidad llevó a los civiles al conflicto.
El Colombiano, 17 de mayo
Las generalizaciones más habituales en la guerra colombiana son muy incorrectas. Se acostumbra achacar la guerra a los marxistas, pero gran parte de ellos siempre fue crítica de las armas. Los comunistas tienen mayor responsabilidad pero importantes sectores y dirigentes del partido comunista se opusieron en varias ocasiones a la lucha armada y a las Farc. Se cree que no, pero el catolicismo tiene muchas velas en los centenares de miles de entierros que hemos tenido.
Llegó el tiempo de generalizar sobre los empresarios. Al Alto Comisionado para la Paz se le escapó un comentario al respecto y nuestra opaca justicia, poco después, le puso números: quiere juzgar a doce mil. Nadie se preocupa por definir a los empresarios. Los hay muy grandes y muy pequeños, muy modernos y muy informales, globales y provincianos, productivos y rentistas. Como no se definen, el conjunto de los empresarios del país queda en la picota y con ellos la actividad económica que desempeñan.
Pero, como en el país se acostumbra a hablar con sobreentendidos, todos se imaginan que están hablando de los empresarios de la periferia; de los comerciantes, agricultores y ganaderos de las zonas donde la guerra fue más feroz. Y si se quiere señalar una forma especial de participación en el conflicto, ella tiende a reducirse a dinero y a paramilitares. Es más enredado: datos indicativos muestran que la mitad de los ganaderos (50,8) dieron apoyos a la guerrilla y una porción más alta (65,7) a los paramilitares. Dos de cada tres atribuyeron esta conducta a la ausencia de la fuerza pública (Francisco Gutiérrez, El orangután con sacoleva, Debate, 2014, pp. 326-327).
En el país todavía se soslaya la importancia del secuestro como forma de victimización y como detonante de nuevos componentes del conflicto. La inmensa mayoría del secuestro ocurrió en el campo y allí fueron las reacciones. En una guerra periférica es fácil ser un santo en la ciudad. Un proceso de verdad hecho bajo amenaza, nace muerto. Si el Estado quiere llevar a los empresarios a la justicia transicional, debe empezar por reconocer su condición simultánea de víctimas y no puede olvidar que su incapacidad llevó a los civiles al conflicto.
El Colombiano, 17 de mayo
miércoles, 20 de mayo de 2015
Ecos de la Comisión: Foro Universidad de la Sabana
El pasado 24 de abril, el programa de Ciencias Políticas de la Universidad de La Sabana organizó un conversatorio con dos de los miembros de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas, acordada por la Mesa de Diálogos de La Habana. El informe se entregó el 10 de febrero en la isla y su publicación en formato de libro está pendiente.
Para ver la sesión del "Foro Contrastes", seguir esta dirección: https://youtu.be/2oyMpVt1MVQ
Para ver la sesión del "Foro Contrastes", seguir esta dirección: https://youtu.be/2oyMpVt1MVQ
miércoles, 13 de mayo de 2015
Ecos de la Comisión: Francisco Gutiérrez
La adrenalina envicia
Por: Francisco Gutiérrez Sanín
El Espectador, 08.05,15
CUANDO ACEPTÉ PARTICIPAR EN LA Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas estaba plenamente consciente de que, cualquiera fuera el producto, recibiría junto con mis coequiperos toda la madera del mundo. Un poco en broma, un poco en serio, comenté a muchos amigos, así como a mi familia, que con la Comisión estaba comprando el boleto que me conduciría directamente del anonimato al desprestigio.
De manera no muy sorprendente, esta pequeña predicción se cumplió. Comenzando por el procurador, quien se dignó regalarnos unos cuantos insultos profilácticos, hasta columnistas y académicos, han hecho diversas observaciones a los resultados de la Comisión. Algunas me han parecido acertadas; otras no tanto. Pero la crítica hace parte de la rutina natural de la vida intelectual, así que me prometí a mi mismo guardar silencio. Ya habrá tiempo para las evaluaciones.
Sin embargo, la reciente columna de León Valencia (http://bit.ly/1EZl00Z) me pareció tan descaminada que me obliga a una contestación. Habla León del “fracaso” de la Comisión. Cuando uno habla de fracaso, tiene que hacer explícito su criterio de evaluación. León no pone sobre la mesa el suyo, pero lo sugiere: quería que el informe “levantara una polvareda”. Pero esto es una ilusión óptica, creada por el acelere y los criterios periodísticos del propio autor. Los resultados de los textos de la Comisión se tienen que evaluar en centímetros cúbicos de materia gris, no en mililitros de adrenalina. Y lo mismo, lamento decirlo, debería suceder con una eventual Comisión de la Verdad. La investigación sistemática y la búsqueda insaciable de la primera plana —ambas aspiraciones legítimas— no son necesariamente compatibles; en realidad, rara vez lo son.
León le dirige a la Comisión tres reproches concretos. Primero, que en los textos “cada quien puede escoger lo que le convenga”. Quiero preguntarle a León cómo hará para lograr que estén representados todos los matices relevantes de opinión y, a la vez, no se presente el fenómeno que tanto le molesta. Idéntico ataque podría hacer a las delegaciones de víctimas: si prefiero puedo escuchar a aquellas que hablan de crímenes de las Farc, o del Estado, o de los paramilitares (o a todas, si me provoca). Es un duro hecho de la vida que el pluralismo genera esta clase de fenómenos. Pero no por eso estoy dispuesto a renunciar (ni creo que políticamente fuera posible, incluso de ser deseable) al pluralismo.
Segundo, que los textos de la Comisión “a nadie tocan...nadie se siente aludido”. Como León dice antes de esta aserción que “leyó y releyó” los informes, y sé que es persona honestísima, tengo que creerle; pero entonces la lectura le resbaló. Capaz leyó de afán. Porque uno de los tres encargos explícitos a los comisionados era que establecieran responsabilidades, y lo hicimos de manera detallada. Ciertamente, no dejamos indemnes a los poderosos de Colombia. Y a los actores que nombra León —militares, empresarios, políticos, guerrilleros, etc.— los textos les atribuyen una pesada carga de responsabilidad, obviamente de manera diferencial: porque en la Comisión confluyeron personas de distintas perspectivas, preferencias y convicciones.
Y eso me lleva al tercer reproche: el de no haber actuado como una comisión, “un grupo de personas —dice— encargadas de resolver un asunto”. León también leyó de afán los diccionarios. La primera acepción de comisionar según el de Construcción y Régimen, por ejemplo, es “encargar a una o más personas para entender de algún negocio”. Esperar que “resolviéramos” el tema de las responsabilidades era simplemente una expectativa descabellada, que no se podía cumplir ahora y no se cumplirá en una década. Sólo nos alcanzaba para tratar de entender (y contribuir a entender) el negocio del conflicto.
Naturalmente, la Comisión ha tenido muchísimos problemas, y sus resultados son irregulares. Sin embargo, no es por el camino de la impaciencia, el alarido y la precipitada búsqueda de la “polvareda” como podemos ir mejorando nuestra comprensión.
Por: Francisco Gutiérrez Sanín
El Espectador, 08.05,15
CUANDO ACEPTÉ PARTICIPAR EN LA Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas estaba plenamente consciente de que, cualquiera fuera el producto, recibiría junto con mis coequiperos toda la madera del mundo. Un poco en broma, un poco en serio, comenté a muchos amigos, así como a mi familia, que con la Comisión estaba comprando el boleto que me conduciría directamente del anonimato al desprestigio.
De manera no muy sorprendente, esta pequeña predicción se cumplió. Comenzando por el procurador, quien se dignó regalarnos unos cuantos insultos profilácticos, hasta columnistas y académicos, han hecho diversas observaciones a los resultados de la Comisión. Algunas me han parecido acertadas; otras no tanto. Pero la crítica hace parte de la rutina natural de la vida intelectual, así que me prometí a mi mismo guardar silencio. Ya habrá tiempo para las evaluaciones.
Sin embargo, la reciente columna de León Valencia (http://bit.ly/1EZl00Z) me pareció tan descaminada que me obliga a una contestación. Habla León del “fracaso” de la Comisión. Cuando uno habla de fracaso, tiene que hacer explícito su criterio de evaluación. León no pone sobre la mesa el suyo, pero lo sugiere: quería que el informe “levantara una polvareda”. Pero esto es una ilusión óptica, creada por el acelere y los criterios periodísticos del propio autor. Los resultados de los textos de la Comisión se tienen que evaluar en centímetros cúbicos de materia gris, no en mililitros de adrenalina. Y lo mismo, lamento decirlo, debería suceder con una eventual Comisión de la Verdad. La investigación sistemática y la búsqueda insaciable de la primera plana —ambas aspiraciones legítimas— no son necesariamente compatibles; en realidad, rara vez lo son.
León le dirige a la Comisión tres reproches concretos. Primero, que en los textos “cada quien puede escoger lo que le convenga”. Quiero preguntarle a León cómo hará para lograr que estén representados todos los matices relevantes de opinión y, a la vez, no se presente el fenómeno que tanto le molesta. Idéntico ataque podría hacer a las delegaciones de víctimas: si prefiero puedo escuchar a aquellas que hablan de crímenes de las Farc, o del Estado, o de los paramilitares (o a todas, si me provoca). Es un duro hecho de la vida que el pluralismo genera esta clase de fenómenos. Pero no por eso estoy dispuesto a renunciar (ni creo que políticamente fuera posible, incluso de ser deseable) al pluralismo.
Segundo, que los textos de la Comisión “a nadie tocan...nadie se siente aludido”. Como León dice antes de esta aserción que “leyó y releyó” los informes, y sé que es persona honestísima, tengo que creerle; pero entonces la lectura le resbaló. Capaz leyó de afán. Porque uno de los tres encargos explícitos a los comisionados era que establecieran responsabilidades, y lo hicimos de manera detallada. Ciertamente, no dejamos indemnes a los poderosos de Colombia. Y a los actores que nombra León —militares, empresarios, políticos, guerrilleros, etc.— los textos les atribuyen una pesada carga de responsabilidad, obviamente de manera diferencial: porque en la Comisión confluyeron personas de distintas perspectivas, preferencias y convicciones.
Y eso me lleva al tercer reproche: el de no haber actuado como una comisión, “un grupo de personas —dice— encargadas de resolver un asunto”. León también leyó de afán los diccionarios. La primera acepción de comisionar según el de Construcción y Régimen, por ejemplo, es “encargar a una o más personas para entender de algún negocio”. Esperar que “resolviéramos” el tema de las responsabilidades era simplemente una expectativa descabellada, que no se podía cumplir ahora y no se cumplirá en una década. Sólo nos alcanzaba para tratar de entender (y contribuir a entender) el negocio del conflicto.
Naturalmente, la Comisión ha tenido muchísimos problemas, y sus resultados son irregulares. Sin embargo, no es por el camino de la impaciencia, el alarido y la precipitada búsqueda de la “polvareda” como podemos ir mejorando nuestra comprensión.
lunes, 11 de mayo de 2015
Cuesta abajo
Después de cinco años de presidencia sabemos de sobra que Juan Manuel Santos no aguanta un paro ni un ataque de la guerrilla. La escasa favorabilidad de Santos se debe a la ineficiencia y a la imprevisión de su gobierno en los frentes que ha delegado. Las malas lenguas dicen que también a la escasa dedicación al trabajo del presidente. Santos dilapidó su alto capital político sin atreverse a reformar la rama judicial durante su primer mandato. Su equipo carece de cualquier idea de lo que es el tratamiento de los conflictos sociales y busca resolver los problemas a punta de chequera. En el afán de reelegirse, Santos puso todos los huevos de su administración en la canasta de la negociación con las Farc, aumentando así el valor del probable acuerdo y atando su suerte a la conducta de la guerrilla.
Ante este panorama, alguna gente se frota las manos sin darse cuenta que esto nada tiene que ver con la persona de Santos, cuya épica biografía de 200 años publicada por un adulador se vería empañada. El problema son las instituciones públicas. Según Gallup, la imagen desfavorable de la justicia apenas supera en 14 puntos a la de las Farc y es peor que la del congreso; la favorabilidad del Fiscal es peor que la del Presidente; la Corte Constitucional está arruinada. El clima general se la opinión se ha vuelto más pesimista, lo cual es malo para toda la sociedad. La propia Presidencia de la República, tal vez la principal institución del país, se ahoga en el 29% casi 20 puntos por debajo de los sindicatos.
Las implicaciones políticas del mal momento del gobierno son engañosas. En el corto plazo es una mala noticia para las Farc, pero en el mediano es muy buena. Si negocian rápido pueden salir a pescar votos en medio del descrédito de todas las instituciones democráticas y de la clase política. Eso fue lo que pasó en Venezuela, Ecuador y Bolivia. Aunque la oposición crea que la caída de Santos le beneficia, en realidad le abre el camino a su pesadilla que es el “castro-chavismo”, el de verdad, no el que usan como propaganda. Y hay que recordarle al país que Santos es una herencia de Uribe. Si hay patriotismo en el Centro Democrático, tiene que ayudar a resolver el entuerto que le dejó al país poniendo a Santos de presidente.
Esta es una razón adicional para alentar un acuerdo básico entre el gobierno y la oposición alrededor de dos puntos básicos pero relacionados: el apoyo a la negociación que se lleva a cabo en La Habana y la despolitización de la justicia. En la práctica esto significa que Uribe entre a la Comisión Asesora de Paz y que Santos amarre al Fiscal Montealegre. No es tan difícil.
El Colombiano, 10 de mayo
Ante este panorama, alguna gente se frota las manos sin darse cuenta que esto nada tiene que ver con la persona de Santos, cuya épica biografía de 200 años publicada por un adulador se vería empañada. El problema son las instituciones públicas. Según Gallup, la imagen desfavorable de la justicia apenas supera en 14 puntos a la de las Farc y es peor que la del congreso; la favorabilidad del Fiscal es peor que la del Presidente; la Corte Constitucional está arruinada. El clima general se la opinión se ha vuelto más pesimista, lo cual es malo para toda la sociedad. La propia Presidencia de la República, tal vez la principal institución del país, se ahoga en el 29% casi 20 puntos por debajo de los sindicatos.
Las implicaciones políticas del mal momento del gobierno son engañosas. En el corto plazo es una mala noticia para las Farc, pero en el mediano es muy buena. Si negocian rápido pueden salir a pescar votos en medio del descrédito de todas las instituciones democráticas y de la clase política. Eso fue lo que pasó en Venezuela, Ecuador y Bolivia. Aunque la oposición crea que la caída de Santos le beneficia, en realidad le abre el camino a su pesadilla que es el “castro-chavismo”, el de verdad, no el que usan como propaganda. Y hay que recordarle al país que Santos es una herencia de Uribe. Si hay patriotismo en el Centro Democrático, tiene que ayudar a resolver el entuerto que le dejó al país poniendo a Santos de presidente.
Esta es una razón adicional para alentar un acuerdo básico entre el gobierno y la oposición alrededor de dos puntos básicos pero relacionados: el apoyo a la negociación que se lleva a cabo en La Habana y la despolitización de la justicia. En la práctica esto significa que Uribe entre a la Comisión Asesora de Paz y que Santos amarre al Fiscal Montealegre. No es tan difícil.
El Colombiano, 10 de mayo
jueves, 7 de mayo de 2015
Ecos de la Comisión: Reconciliación Colombia
Expertos de la Comisión Histórica dicen que su labor no fue un fracaso
Reconciliación Colombia
5 de mayo de 2015
La comisión histórica del conflicto fue un fracaso. Eso es lo que dice el analista León Valencia en su última columna publicada en la Revista Semana, en la que afirma que el informe que entregó el grupo de expertos a la Mesa de La Habana es inane y “no toca a nadie, porque nadie se siente aludido”.
La Comisión Histórica estaba conformada por 14 académicos. La mitad fueron escogidos por las Farc y la otra mitad por el Gobierno. A 12 de ellos se les dio la tarea de realizar, cada uno, un informe que resumiera los orígenes y las múltiples causas del conflicto, los principales factores y condiciones que han facilitado su persistencia, y los efectos más notorios en la población civil.
Los otros dos eran relatores, encargados de entregar un documento que resumiera los informes de sus compañeros. Ese documento tenía que servir a la Mesa de Conversaciones como “insumo fundamental para la comprensión de las complejidades del conflicto y las responsabilidades de quienes hayan participado o tenido incidencia en el mismo y para el esclarecimiento de la verdad”.
Pero a la hora de la verdad hubo pocas respuestas colectivas. Los dos relatores no se pusieron de acuerdo en un solo resumen y cada uno entregó uno con una visión diferente. El resultado fue un informe de 800 páginas en el que aparecen 14 versiones distintas sobre el origen del conflicto colombiano.
Para León Valencia con eso se incumplió la tarea que la Mesa de La Habana le había puesto a la comisión.
“La fuerza de un informe de esta naturaleza reside en los acuerdos establecidos, en las definiciones colectivas. En cambio los 14 ensayos dan para todo y para todos. En unos las elites políticas salvan sus responsabilidades, en otros las guerrillas, en otros los militares, en otros los empresarios. Cada quien puede escoger el que más le convenga”, escribió en su columna, que fue respondida por las Farc un día después.
Reconciliación Colombia buscó a seis de los académicos que hicieron parte de la comisión y les preguntó que opinaban de las críticas de León Valencia y si, efectivamente, su tarea había sido un fracaso. Esto fue lo que nos dijeron:
…..
"La gran falla ha sido la poca difusión": Alfredo Molano
No me parece un fracaso. Es una muy seria aproximación a la historia del conflicto armado a través de múltiples miradas. El tiempo y el espacio que nos dieron fue excesivamente estrecho. La gran falla ha sido la poca difusión que ha tenido el trabajo, quizá debido a su extensión. He propuesto, e insisto, en que un par de periodistas reconocidos hicieran una síntesis de los trabajos para facilitar su divulgación y adquirir un mayor peso en la Mesa de Negociación de La Habana
…..
“Las relatorías fueron más ensayos que relatorías”: Maria Emma Wills
El diseño de la comisión ponía el énfasis en la pluralidad y no en la homogeneidad de las memorias.
Además, él se salta el mandato que recibimos. A nosotros nos dijeron que teníamos que recoger de manera plural una visión que diera cuenta de la complejidad (y quiero recalcar la palabra complejidad) del conflicto en Colombia y sus orígenes. También teníamos que recoger los factores que habían sostenido el conflicto –algo que yo llame los engranajes de la guerra en Colombia– y el impacto del mismo en las victimas.
León nos reclama porque no hicimos una lista de responsables. Pero la complejidad del conflicto hace que tengamos que ver a los responsables dinámicamente y no haciendo una lista jerárquica. A esos responsables hay que ponerlos en contexto y eso fue lo que hicimos. ¿En qué ayuda una lista jerárquica a aglutinar a los actores que están en La Habana?
El problema fue que las relatorías sí debieron haber sido unas cartas de navegación sobre los 12 ensayos, especificando las coincidencias y las diferencias, para que así se guiaran las personas del común. Al final terminaron siendo más ensayos que relatorías.
….
“El objetivo no era alcanzar un consenso”: Gustavo Duncan:
Yo voy a responderle a León Valencia en una columna que publicaré en El Tiempo. Lo que puedo decir, por ahora, es que yo creo que él comete la misma imprecisión de las Farc al creer que una comisión, conformada por una serie de expertos académicos, puede establecer las responsabilidades en el conflicto de distintos sectores sociales en concreto.
El hecho de que tengan conocimiento acerca del conflicto no implica que lo puedan hacer. Mucho menos que puedan señalar como responsables a personas en particular, como él sugiere hacerlo con Alvaro Uribe Velez. Yo no creo que el objetivo de la comisión fuera decir que el conflicto es culpa de Uribe o de alguien en particular.
El objetivo tampoco era alcanzar un consenso. El trabajo académico de interpretar un conflicto es, por el contrario, producto de un debate y de una investigación permanente que nunca se acaba. Uno no puede dar una versión definitiva de la historia que le indilgue responsabilidades a la gente.
…..
“Le está pidiendo a la comisión algo para lo cual no se creó”: Jorge Giraldo:
Él le está pidiendo a la comisión algo para lo cual no se creó. En La Habana contemplaron que hubiera varios informes individuales y no un gran informe colectivo que saliera del consenso de los 12 comisionados. Incluso, en su discurso del 10 de febrero (el día que estuvimos en Cuba) ‘Iván Marquez’ dejó claro que celebraban que hubiera una pluralidad de visiones.
La comisión tenía un mandato preciso. Nos pedían indagar por los orígenes, las razones de la persistencia y la forma en la que el conflicto ha afectado a la sociedad. También estaba claro que cualquier información que saliera en los informes de tipo individual o colectivo no iba a contar para efectos penales o criminales.
Además, como yo lo digo en mi informe, hay varios tipos de responsabilidades: políticas, morales y penales (o cuasi-penales), como las que tienen que ver con el Derecho Internacional Humanitario. Es un tema muy complejo. De hecho, en La Habana se ha hablado de una comisión de la verdad y se está discutiendo el tema de la justicia transicional, que va a tocar las responsabilidades directamente relacionadas con el derecho internacional humanitario.
…..
“Nosotros no somos jueces”: Eduardo Pizarro
León Valencia plantea objetivos que no eran de la comisión y como no se cumplieron, dice que la comisión fracasó. Es una lectura absolutamente cuestionable.
Primero, dice que la comisión fracasó porque no sacó un documento de consenso. Pero nuestro trabajo no se trataba de eso, sino de que la Mesa de La Habana contara con múltiples miradas sobre tres preguntas centrales: los orígenes del conflicto, los factores que inciden en su prolongación y las consecuencias. También dice que no se señalaron responsabilidades, pero nosotros no somos jueces y está no era una comisión de la verdad, que sí tiene esa responsabilidad.
La comisión, por el contrario, ha sido muy útil para la Mesa de La Habana porque tanto las Farc como el Gobierno han encontrado una serie de percepciones que les permiten avanzar en los puntos que hacen falta, pero ante todo pensar en cómo construir el posconflicto.
...
Jairo Estrada: "No tengo interés en referirme a la columna de un opinador que demuestra falta de juicio y rigor en la lectura del Informe".
Fuente: http://reconciliacioncolombia.com/historias/detalle/855/expertos-de-la-comision-historica-dicen-que-su-labor-no-fue-un-fracaso
Reconciliación Colombia
5 de mayo de 2015
La comisión histórica del conflicto fue un fracaso. Eso es lo que dice el analista León Valencia en su última columna publicada en la Revista Semana, en la que afirma que el informe que entregó el grupo de expertos a la Mesa de La Habana es inane y “no toca a nadie, porque nadie se siente aludido”.
La Comisión Histórica estaba conformada por 14 académicos. La mitad fueron escogidos por las Farc y la otra mitad por el Gobierno. A 12 de ellos se les dio la tarea de realizar, cada uno, un informe que resumiera los orígenes y las múltiples causas del conflicto, los principales factores y condiciones que han facilitado su persistencia, y los efectos más notorios en la población civil.
Los otros dos eran relatores, encargados de entregar un documento que resumiera los informes de sus compañeros. Ese documento tenía que servir a la Mesa de Conversaciones como “insumo fundamental para la comprensión de las complejidades del conflicto y las responsabilidades de quienes hayan participado o tenido incidencia en el mismo y para el esclarecimiento de la verdad”.
Pero a la hora de la verdad hubo pocas respuestas colectivas. Los dos relatores no se pusieron de acuerdo en un solo resumen y cada uno entregó uno con una visión diferente. El resultado fue un informe de 800 páginas en el que aparecen 14 versiones distintas sobre el origen del conflicto colombiano.
Para León Valencia con eso se incumplió la tarea que la Mesa de La Habana le había puesto a la comisión.
“La fuerza de un informe de esta naturaleza reside en los acuerdos establecidos, en las definiciones colectivas. En cambio los 14 ensayos dan para todo y para todos. En unos las elites políticas salvan sus responsabilidades, en otros las guerrillas, en otros los militares, en otros los empresarios. Cada quien puede escoger el que más le convenga”, escribió en su columna, que fue respondida por las Farc un día después.
Reconciliación Colombia buscó a seis de los académicos que hicieron parte de la comisión y les preguntó que opinaban de las críticas de León Valencia y si, efectivamente, su tarea había sido un fracaso. Esto fue lo que nos dijeron:
…..
"La gran falla ha sido la poca difusión": Alfredo Molano
No me parece un fracaso. Es una muy seria aproximación a la historia del conflicto armado a través de múltiples miradas. El tiempo y el espacio que nos dieron fue excesivamente estrecho. La gran falla ha sido la poca difusión que ha tenido el trabajo, quizá debido a su extensión. He propuesto, e insisto, en que un par de periodistas reconocidos hicieran una síntesis de los trabajos para facilitar su divulgación y adquirir un mayor peso en la Mesa de Negociación de La Habana
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“Las relatorías fueron más ensayos que relatorías”: Maria Emma Wills
El diseño de la comisión ponía el énfasis en la pluralidad y no en la homogeneidad de las memorias.
Además, él se salta el mandato que recibimos. A nosotros nos dijeron que teníamos que recoger de manera plural una visión que diera cuenta de la complejidad (y quiero recalcar la palabra complejidad) del conflicto en Colombia y sus orígenes. También teníamos que recoger los factores que habían sostenido el conflicto –algo que yo llame los engranajes de la guerra en Colombia– y el impacto del mismo en las victimas.
León nos reclama porque no hicimos una lista de responsables. Pero la complejidad del conflicto hace que tengamos que ver a los responsables dinámicamente y no haciendo una lista jerárquica. A esos responsables hay que ponerlos en contexto y eso fue lo que hicimos. ¿En qué ayuda una lista jerárquica a aglutinar a los actores que están en La Habana?
El problema fue que las relatorías sí debieron haber sido unas cartas de navegación sobre los 12 ensayos, especificando las coincidencias y las diferencias, para que así se guiaran las personas del común. Al final terminaron siendo más ensayos que relatorías.
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“El objetivo no era alcanzar un consenso”: Gustavo Duncan:
Yo voy a responderle a León Valencia en una columna que publicaré en El Tiempo. Lo que puedo decir, por ahora, es que yo creo que él comete la misma imprecisión de las Farc al creer que una comisión, conformada por una serie de expertos académicos, puede establecer las responsabilidades en el conflicto de distintos sectores sociales en concreto.
El hecho de que tengan conocimiento acerca del conflicto no implica que lo puedan hacer. Mucho menos que puedan señalar como responsables a personas en particular, como él sugiere hacerlo con Alvaro Uribe Velez. Yo no creo que el objetivo de la comisión fuera decir que el conflicto es culpa de Uribe o de alguien en particular.
El objetivo tampoco era alcanzar un consenso. El trabajo académico de interpretar un conflicto es, por el contrario, producto de un debate y de una investigación permanente que nunca se acaba. Uno no puede dar una versión definitiva de la historia que le indilgue responsabilidades a la gente.
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“Le está pidiendo a la comisión algo para lo cual no se creó”: Jorge Giraldo:
Él le está pidiendo a la comisión algo para lo cual no se creó. En La Habana contemplaron que hubiera varios informes individuales y no un gran informe colectivo que saliera del consenso de los 12 comisionados. Incluso, en su discurso del 10 de febrero (el día que estuvimos en Cuba) ‘Iván Marquez’ dejó claro que celebraban que hubiera una pluralidad de visiones.
La comisión tenía un mandato preciso. Nos pedían indagar por los orígenes, las razones de la persistencia y la forma en la que el conflicto ha afectado a la sociedad. También estaba claro que cualquier información que saliera en los informes de tipo individual o colectivo no iba a contar para efectos penales o criminales.
Además, como yo lo digo en mi informe, hay varios tipos de responsabilidades: políticas, morales y penales (o cuasi-penales), como las que tienen que ver con el Derecho Internacional Humanitario. Es un tema muy complejo. De hecho, en La Habana se ha hablado de una comisión de la verdad y se está discutiendo el tema de la justicia transicional, que va a tocar las responsabilidades directamente relacionadas con el derecho internacional humanitario.
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“Nosotros no somos jueces”: Eduardo Pizarro
León Valencia plantea objetivos que no eran de la comisión y como no se cumplieron, dice que la comisión fracasó. Es una lectura absolutamente cuestionable.
Primero, dice que la comisión fracasó porque no sacó un documento de consenso. Pero nuestro trabajo no se trataba de eso, sino de que la Mesa de La Habana contara con múltiples miradas sobre tres preguntas centrales: los orígenes del conflicto, los factores que inciden en su prolongación y las consecuencias. También dice que no se señalaron responsabilidades, pero nosotros no somos jueces y está no era una comisión de la verdad, que sí tiene esa responsabilidad.
La comisión, por el contrario, ha sido muy útil para la Mesa de La Habana porque tanto las Farc como el Gobierno han encontrado una serie de percepciones que les permiten avanzar en los puntos que hacen falta, pero ante todo pensar en cómo construir el posconflicto.
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Jairo Estrada: "No tengo interés en referirme a la columna de un opinador que demuestra falta de juicio y rigor en la lectura del Informe".
Fuente: http://reconciliacioncolombia.com/historias/detalle/855/expertos-de-la-comision-historica-dicen-que-su-labor-no-fue-un-fracaso
lunes, 4 de mayo de 2015
Estadio lleno
El Deportivo Independiente Medellín, haciéndole honor a su condición de decano del fútbol colombiano, creó la política llamada “Todos en uno”, que tiene el mérito de darle estabilidad financiera a la institución, un vínculo material a la hinchada y un respaldo emocional al equipo. Se trata de una especie de condición intermedia entre la estructura social de los clubes de verdad –en Inglaterra o España– y las empresas criollas personalistas o de monopolios manufactureros.
El equilibrio entre administración, tribuna y cancha debería ser la meta. Se puede hacer una analogía con la concepción tripartita de la guerra de Clausewitz: la administración es la razón, la hinchada es la pasión y el equipo es el medio técnico. Hasta ahora, el resultado es parcial. Éxito de gerencia, constancia y fidelidad de los aficionados (que han existido siempre) y fracaso en las metas deportivas.
El año pasado la dirección deportiva no supo a qué apuntarle y al final se quedó sin nada. Descuidó la Copa Colombia, subestimó la reclasificación (yendo a no ganar a Cali) y perdió la final. Este año vamos por el mismo camino, con el agravante de que el equipo juega muy mal, no es capaz de ganar un clásico y no sabe ganar de local. Perdió los duelos contra todos los clasificados, menos el Huila, y le espera una serie final amarga. Aunque el fútbol es azaroso y después nos resulta un campeón sin alma.
En mis 50 años de ver fútbol había visto cosas raras, pero este semestre fue la tapa. Un equipo para el que un saque de banda en contra es un riesgo inminente de gol o en el cual los volantes se ganan el sueldo devolviéndole la pelota al arquero para que él haga el pase gol, son hechos insólitos. El modelo del técnico, que al parecer consistió en volver a armar una vieja alienación del Deportes Tolima y vestirla de azul y rojo, no está funcionando. No quiero decir que lo importante en la parte deportiva sea ganar –aunque también. Para la afición antioqueña, al menos la roja, jugar bien llena.
Pero lo más crucial es el aspecto cultural del deporte. Si vos llenás un estadio cada quince días no es para que el único espectáculo corra de cuenta de la tribuna y que después de que el once salga a la cancha lo que siga sea aburrimiento o desazón. La cultura pasa también por crear lealtades con los jugadores; hoy solo David González (Andrés Mosquera y Hernán Pertuz son candidatos), está anclado en la tradición. A los demás no les pesa ni la historia ni la casaca. Y lo más importante de la cultura son el respeto y el afecto. Lo que hizo Hernán Torres el fin de semana pasado es inaceptable. Esa no es la conducta deseada.
El Colombiano, 3 de mayo
El equilibrio entre administración, tribuna y cancha debería ser la meta. Se puede hacer una analogía con la concepción tripartita de la guerra de Clausewitz: la administración es la razón, la hinchada es la pasión y el equipo es el medio técnico. Hasta ahora, el resultado es parcial. Éxito de gerencia, constancia y fidelidad de los aficionados (que han existido siempre) y fracaso en las metas deportivas.
El año pasado la dirección deportiva no supo a qué apuntarle y al final se quedó sin nada. Descuidó la Copa Colombia, subestimó la reclasificación (yendo a no ganar a Cali) y perdió la final. Este año vamos por el mismo camino, con el agravante de que el equipo juega muy mal, no es capaz de ganar un clásico y no sabe ganar de local. Perdió los duelos contra todos los clasificados, menos el Huila, y le espera una serie final amarga. Aunque el fútbol es azaroso y después nos resulta un campeón sin alma.
En mis 50 años de ver fútbol había visto cosas raras, pero este semestre fue la tapa. Un equipo para el que un saque de banda en contra es un riesgo inminente de gol o en el cual los volantes se ganan el sueldo devolviéndole la pelota al arquero para que él haga el pase gol, son hechos insólitos. El modelo del técnico, que al parecer consistió en volver a armar una vieja alienación del Deportes Tolima y vestirla de azul y rojo, no está funcionando. No quiero decir que lo importante en la parte deportiva sea ganar –aunque también. Para la afición antioqueña, al menos la roja, jugar bien llena.
Pero lo más crucial es el aspecto cultural del deporte. Si vos llenás un estadio cada quince días no es para que el único espectáculo corra de cuenta de la tribuna y que después de que el once salga a la cancha lo que siga sea aburrimiento o desazón. La cultura pasa también por crear lealtades con los jugadores; hoy solo David González (Andrés Mosquera y Hernán Pertuz son candidatos), está anclado en la tradición. A los demás no les pesa ni la historia ni la casaca. Y lo más importante de la cultura son el respeto y el afecto. Lo que hizo Hernán Torres el fin de semana pasado es inaceptable. Esa no es la conducta deseada.
El Colombiano, 3 de mayo
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