Como se sabe hoy es el Día de los Inocentes. Día cuyo origen se ha perdido en la memoria popular y en el que lo único que se conserva son las inocentadas. Los engaños inteligentes basados en premisas verosímiles y hechos por personas creíbles que hacen quedar como un tonto a la persona que recibe de buena fe la información. La inocentada se institucionalizó sobre todo en los medios de comunicación.
Pero si la definición planteada es correcta, no está bien que dejemos solo el 28 de diciembre como celebración de los inocentes. Si la definición es correcta en todos los días del año, del primero al último, nos hacen pasar por inocentes. Cada día personas creíbles como el presidente de la república y demás gobernantes, jefes eclesiásticos y directores de medios, columnistas de prensa y miembros de la farándula, engañan al público.
Hace dos años, por ejemplo, el Presidente y el ministro de Hacienda hicieron una fiesta y una promesa. La fiesta fue, dijeron, porque la economía colombiana ya era más grande que la argentina; la promesa fue que harían una reforma tributaria técnica porque el país no necesitaba dinero. Bueno. Nada resultó cierto. Hicieron malabares contables un día, para tapar al otro que Argentina sigue siendo más rica que Colombia. No pasó una luna nueva antes que tuvieran que admitir que los programas gubernamentales estaban desfinanciados. Ahora nos aprobaron otra reforma tributaria, ampliamente criticada por expertos y empresarios.
Hace casi tres meses, por ejemplo, el sector judicial colombiano está en paro. Casi no se nota. El país mantiene se anormal normalidad aunque una de las ramas del poder público no funciones, las tasas de homicidio incluso bajan y las fiestas de fin de año se pudieron hacer con relativa tranquilidad. Pero los jueces nos hacen pasar por inocentes. Un día se despiertan animados, burlan el paro y van al despacho a liberar al Turco Hilsaca o a darle la casa por cárcel a Carlos Pesebre. Libre solo queda el gran delincuente.
Hace quince días, por ejemplo, la periodista María Elvira Bonilla –con un cuarto de siglo de experiencia y tres premios Simón Bolívar en la sala, según su perfil– nos contó la romántica historia de su encuentro con Pablo Catatumbo, el comandante de las Farc, en los jardines del Hotel Nacional en La Habana, mirando la belleza del Caribe en el horizonte y, tal vez, imaginando a Miami detrás del mar. Y nos quiso convencer de que la violencia de las Farc se produjo por “imperativos circunstanciales”, “equivocaciones”, pero “con ideales y sueños” (El Espectador, 14.12.14).
Tal vez sea mejor dejar el 28 de diciembre como celebración de los que no se dejan meter los dedos a la boca. Para los inocentes quedan los restantes 364 días del año y de todos los años.
El Colombiano, 28 de diciembre.
miércoles, 31 de diciembre de 2014
miércoles, 24 de diciembre de 2014
Tribuna, escritorio, gramado
Hace un año se celebró el primer centenario del Deportivo Independiente Medellín. El contexto no podía ser peor. La institución pasaba por una de las peores crisis de su historia debida al manejo de dueños con mentalidad mafiosa que invirtieron para sacar ganancias multimillonarias en tres o cuatro años y marcharse dejando al club en ruinas, sin patrimonio, sin liquidez y sin alientos.
En medio de la desolación apareció quien tenía que aparecer: la afición. El estadio se llenó para una celebración en la que no hubo partido de estrellas, ni enfrentamiento entre el equipo y alguna famosa formación extranjera, ningún espectáculo farandulero que enganchara a los tibios. Un estadio repleto solo para recordar que así no hubiera equipo, ni administración, el Medellín existe porque existen sus hinchas.
Hace poco Jorge Barraza afirmó que lo determinante en los clubes de fútbol es la tradición y la afición. Si eso es cierto el equipo más verdadero de Colombia es el Medellín que tiene la tradición más venerable y la fanaticada más ferviente. Para confirmarlo hay un amigo que, sin ambages, dice que no sigue ninguna divisa; es más, que ni siquiera le gusta el fútbol, pero que no le cabe dudas de ser hincha de los hinchas del Medellín.
Un año después el equipo ha resucitado como tantas veces en el pasado. Esa resurrección se debe a aquella demostración amorosa de los hinchas, en primer lugar. Después a la conjunción de sucesos que esa afectividad pública desató. La llegada de nuevos inversionistas, aficionados genuinos, según se comenta, y con ellos, una administración liderada por Eduardo Silva Meluk que se ha ganado elogios en el país y a nivel continental. Después vino el componente deportivo de la ecuación.
El resultado en todos los frentes es asombroso. En menos de un año, la entidad mejoró sus condiciones financieras, volvió a ser atractiva para los patrocinadores y recobró la confianza pública en la administración. Con migajas y buen tino, el club alcanzó a conformar un equipo competitivo que logró llegar a la final después de tres torneos consecutivos de eliminaciones tempranas.
Lo crucial en estos momentos es consolidar la institución y la gestión en el club. La pasión sobra y los resultados deportivos dan dos y hasta más oportunidades por año. Si los nuevos dueños mantienen una perspectiva de largo plazo –indispensable en todo negocio serio y exitoso– y los nuevos administradores afianzan el modelo de gestión organizativo y deportivo, el Medellín mejorará notablemente sus perspectivas.
Por primera vez, que yo recuerde, hay cierto equilibrio entre quienes estamos en la tribuna y los que están en los escritorios. Falta muy poco para que los que bajan al gramado se pongan a la altura de los otros dos factores. Tendremos fe, como hoy y como siempre.
El Colombiano, 21 de diciembre
En medio de la desolación apareció quien tenía que aparecer: la afición. El estadio se llenó para una celebración en la que no hubo partido de estrellas, ni enfrentamiento entre el equipo y alguna famosa formación extranjera, ningún espectáculo farandulero que enganchara a los tibios. Un estadio repleto solo para recordar que así no hubiera equipo, ni administración, el Medellín existe porque existen sus hinchas.
Hace poco Jorge Barraza afirmó que lo determinante en los clubes de fútbol es la tradición y la afición. Si eso es cierto el equipo más verdadero de Colombia es el Medellín que tiene la tradición más venerable y la fanaticada más ferviente. Para confirmarlo hay un amigo que, sin ambages, dice que no sigue ninguna divisa; es más, que ni siquiera le gusta el fútbol, pero que no le cabe dudas de ser hincha de los hinchas del Medellín.
Un año después el equipo ha resucitado como tantas veces en el pasado. Esa resurrección se debe a aquella demostración amorosa de los hinchas, en primer lugar. Después a la conjunción de sucesos que esa afectividad pública desató. La llegada de nuevos inversionistas, aficionados genuinos, según se comenta, y con ellos, una administración liderada por Eduardo Silva Meluk que se ha ganado elogios en el país y a nivel continental. Después vino el componente deportivo de la ecuación.
El resultado en todos los frentes es asombroso. En menos de un año, la entidad mejoró sus condiciones financieras, volvió a ser atractiva para los patrocinadores y recobró la confianza pública en la administración. Con migajas y buen tino, el club alcanzó a conformar un equipo competitivo que logró llegar a la final después de tres torneos consecutivos de eliminaciones tempranas.
Lo crucial en estos momentos es consolidar la institución y la gestión en el club. La pasión sobra y los resultados deportivos dan dos y hasta más oportunidades por año. Si los nuevos dueños mantienen una perspectiva de largo plazo –indispensable en todo negocio serio y exitoso– y los nuevos administradores afianzan el modelo de gestión organizativo y deportivo, el Medellín mejorará notablemente sus perspectivas.
Por primera vez, que yo recuerde, hay cierto equilibrio entre quienes estamos en la tribuna y los que están en los escritorios. Falta muy poco para que los que bajan al gramado se pongan a la altura de los otros dos factores. Tendremos fe, como hoy y como siempre.
El Colombiano, 21 de diciembre
miércoles, 17 de diciembre de 2014
Inocencia
El Presidente de la República abrió una caja de Pandora cuando dijo en una entrevista que consideraba que el narcotráfico podía tratarse como delito político. Una vez cerró la boca, medio país se lanzó a opinar, con más visibilidad la habitual comisión de aplausos de la Casa de Nariño. Que sí, que cómo no, qué claro, el narcotráfico es muy político. Ningún imberbe entre ellos: gentes que pedían lanzar al océano a los paramilitares, gentes que no le bajan a Pablo Escobar de monstruo. Eso dijo el Presidente el lunes; el martes dijo lo contrario. “Santos dice que no aceptará el narcotráfico como delito político” (El Tiempo, 09.12.14). La comisión de aplausos quedó viendo un chispero.
Entre el alud de comentarios suscitados por las ocurrencias presidenciales, apareció este de Andrés Hoyos: “Sólo una persona muy despistada, fanática o de mente colonizada puede pensar que un crimen que consiste en sembrar unas matas prohibidas, cosecharlas, procesarlas y luego vender sus productos o subproductos con ganancia a terceros es comparable a masacrar decenas de personas, dar un tiro de gracia en la nuca a un secuestrado, poner una bomba en un lugar repleto de civiles o llenar una vereda de minas quiebrapatas, entre otras conductas espantosas” (El Espectador, 09.12.14).
Este párrafo, en realidad tiene más sentido así: Sólo una persona muy despistada puede pensar que un crimen que consiste en sembrar unas matas prohibidas, cosecharlas, procesarlas y luego vender sus productos no implica, también, masacrar decenas de personas, dar un tiro de gracia en la nuca a un secuestrado, poner una bomba en un lugar repleto de civiles, entre otras conductas espantosas. El narcotráfico en Latinoamérica –desde el Río Grande hasta la Patagonia– no es solo una industria (sembrar, cosechar, procesar, vender) sino también una empresa criminal (masacrar, asesinar, poner bombas).
Pero no se trata solo de dinero y violencia. Como señala el profesor Gustavo Duncan en su libro Más que plata o plomo (Debate, 2014), el narcotráfico establece regulaciones sociales y produce poder social y poder político que amenaza y compite con el poder del Estado. En ese sentido, la guerra contra las drogas no es –como suele plantearse de modo ingenuo– tanto contra la difusión de unas sustancias más o menos dañinas, sino más bien contra el desafío a las reglas y al poder estable y legítimo de un país. En Colombia, ese nudo entre dinero, violencia y poder es imposible de desatar. El narco puro no existe. Y en ese nudo quedaron atrapados muchos sectores políticos, económicos, periodísticos y de la iglesia católica.
Esta columna debía ser publicada el 28 de diciembre, que cae domingo. Pero la oportunidad obliga. Hablar de mariguana medicinal, legalización, narcos buenos y malos, es seguir viviendo en la edad de la inocencia y eludiendo el meollo del asunto.
El Colombiano, 14 de diciembre.
Entre el alud de comentarios suscitados por las ocurrencias presidenciales, apareció este de Andrés Hoyos: “Sólo una persona muy despistada, fanática o de mente colonizada puede pensar que un crimen que consiste en sembrar unas matas prohibidas, cosecharlas, procesarlas y luego vender sus productos o subproductos con ganancia a terceros es comparable a masacrar decenas de personas, dar un tiro de gracia en la nuca a un secuestrado, poner una bomba en un lugar repleto de civiles o llenar una vereda de minas quiebrapatas, entre otras conductas espantosas” (El Espectador, 09.12.14).
Este párrafo, en realidad tiene más sentido así: Sólo una persona muy despistada puede pensar que un crimen que consiste en sembrar unas matas prohibidas, cosecharlas, procesarlas y luego vender sus productos no implica, también, masacrar decenas de personas, dar un tiro de gracia en la nuca a un secuestrado, poner una bomba en un lugar repleto de civiles, entre otras conductas espantosas. El narcotráfico en Latinoamérica –desde el Río Grande hasta la Patagonia– no es solo una industria (sembrar, cosechar, procesar, vender) sino también una empresa criminal (masacrar, asesinar, poner bombas).
Pero no se trata solo de dinero y violencia. Como señala el profesor Gustavo Duncan en su libro Más que plata o plomo (Debate, 2014), el narcotráfico establece regulaciones sociales y produce poder social y poder político que amenaza y compite con el poder del Estado. En ese sentido, la guerra contra las drogas no es –como suele plantearse de modo ingenuo– tanto contra la difusión de unas sustancias más o menos dañinas, sino más bien contra el desafío a las reglas y al poder estable y legítimo de un país. En Colombia, ese nudo entre dinero, violencia y poder es imposible de desatar. El narco puro no existe. Y en ese nudo quedaron atrapados muchos sectores políticos, económicos, periodísticos y de la iglesia católica.
Esta columna debía ser publicada el 28 de diciembre, que cae domingo. Pero la oportunidad obliga. Hablar de mariguana medicinal, legalización, narcos buenos y malos, es seguir viviendo en la edad de la inocencia y eludiendo el meollo del asunto.
El Colombiano, 14 de diciembre.
miércoles, 10 de diciembre de 2014
Codicia y valores
El historiador anglo-colombiano Malcolm Deas estuvo la semana pasada (26.12.14) en la Universidad Eafit hablando de varias cosas, entre ellas la situación colombiana desde la perspectiva del último medio siglo. El profesor Deas llegó a Colombia por primera vez en 1963 y esbozó algunas líneas sobre los grandes cambios en la sociedad colombiana desde ese entonces hasta ahora.
Uno de los cambios que expuso tiene que ver el crecimiento desmesurado del consumo o, mejor, con el consumismo masivo que nos caracteriza y que tiene una doble faz: de un lado, devela el mejoramiento creciente de las condiciones sociales y el ensanchamiento de la clase media; del otro, una falta de perspectiva respecto al manejo de la economía familiar. Ya un informe internacional mostró hace unos meses que el colombiano promedio no sabe manejar el dinero. No ahorra y –según se ve– se gasta la plata en pólvora.
A gran escala, a nivel social, este fenómeno adquiere otros ribetes y es llamado por el periodista Evan Osnos “la era de la ambición”, en el libro ganador del National Book Award de 2014. Como se sabe, en el ámbito anglosajón la ambición es un rasgo personal positivo en tanto denota la capacidad de actuar para el cumplimiento de las metas personales. Sin embargo, el análisis de Osnos apunta a un cambio consistente en que esa pulsión por la riqueza o el poder parece hacer perdido su norte y que, ahora, el dinero, la posición y la fama se buscan por sí mismos. La palabra precisa es codicia y significa acumular por acumular.
En Colombia, la codicia también ha explotado y, como dice el refrán, está rompiendo sacos. Pablo Escobar intentó ocultar su codicia ejerciendo la caridad, imitando el reflejo típico de los empresarios tradicionales, analfabetos en cuestiones sociales. El empresario tradicional cree que si primero tumba y después da limosna, entonces empata. Tomás Jaramillo y Juan Carlos Ortiz –los playboy de Interbolsa– ni siquiera se tomaron el trabajo de hacer caridad; se dedicaron a comprar yates, equipos de fútbol y a sacar sus reinas esposas a cruceros mensuales con cargo a los ahorradores. A las empresas de papel higiénico no les bastaba su tajada del mercado sino que manipularon los precios para aumentar sus ganancias y, seguramente, las primas de sus ejecutivos.
El capitalismo necesita del empuje de los ambiciosos para producir más y mejor, para generar riqueza y expandirla, pero el problema es que la ambición sin claridad de fines, especialmente de fines vinculados con el interés general de la sociedad, socava las bases de cooperación, legalidad y convivencia que él mismo requiere. Como dice David Brooks, comentado a Osnos, “para sobrevivir, el capitalismo debe integrarse en una cultura moral… que le ofrezca una escala de valores basada en razones morales, no monetarias” (“The Ambition Explosion”, NYT, 27.11.14).
El Colombiano, 7 de diciembre
Uno de los cambios que expuso tiene que ver el crecimiento desmesurado del consumo o, mejor, con el consumismo masivo que nos caracteriza y que tiene una doble faz: de un lado, devela el mejoramiento creciente de las condiciones sociales y el ensanchamiento de la clase media; del otro, una falta de perspectiva respecto al manejo de la economía familiar. Ya un informe internacional mostró hace unos meses que el colombiano promedio no sabe manejar el dinero. No ahorra y –según se ve– se gasta la plata en pólvora.
A gran escala, a nivel social, este fenómeno adquiere otros ribetes y es llamado por el periodista Evan Osnos “la era de la ambición”, en el libro ganador del National Book Award de 2014. Como se sabe, en el ámbito anglosajón la ambición es un rasgo personal positivo en tanto denota la capacidad de actuar para el cumplimiento de las metas personales. Sin embargo, el análisis de Osnos apunta a un cambio consistente en que esa pulsión por la riqueza o el poder parece hacer perdido su norte y que, ahora, el dinero, la posición y la fama se buscan por sí mismos. La palabra precisa es codicia y significa acumular por acumular.
En Colombia, la codicia también ha explotado y, como dice el refrán, está rompiendo sacos. Pablo Escobar intentó ocultar su codicia ejerciendo la caridad, imitando el reflejo típico de los empresarios tradicionales, analfabetos en cuestiones sociales. El empresario tradicional cree que si primero tumba y después da limosna, entonces empata. Tomás Jaramillo y Juan Carlos Ortiz –los playboy de Interbolsa– ni siquiera se tomaron el trabajo de hacer caridad; se dedicaron a comprar yates, equipos de fútbol y a sacar sus reinas esposas a cruceros mensuales con cargo a los ahorradores. A las empresas de papel higiénico no les bastaba su tajada del mercado sino que manipularon los precios para aumentar sus ganancias y, seguramente, las primas de sus ejecutivos.
El capitalismo necesita del empuje de los ambiciosos para producir más y mejor, para generar riqueza y expandirla, pero el problema es que la ambición sin claridad de fines, especialmente de fines vinculados con el interés general de la sociedad, socava las bases de cooperación, legalidad y convivencia que él mismo requiere. Como dice David Brooks, comentado a Osnos, “para sobrevivir, el capitalismo debe integrarse en una cultura moral… que le ofrezca una escala de valores basada en razones morales, no monetarias” (“The Ambition Explosion”, NYT, 27.11.14).
El Colombiano, 7 de diciembre
lunes, 8 de diciembre de 2014
Ránquin 2014
Balances. No se pueden agotar en el pobre alcance de un individuo pero cada uno debe hacer lo suyo.
Discos
1. High Hopes. Bruce Springsteen. Primer álbum en estudio en que se digna hacer versiones, una vieja costumbre de los mejores. Homenaje a los muertos de la E Street Band. Conexión con el underground: Suicide, Rage Against the Machine.
2. Hypnotic Eyes. Tom Petty & The Heartbreakers. Una pianola. Una tras otra, todas las canciones son excelentes. Un crítico recordó 1984, pero es tres décadas después.
3. Paisajes sonoros de Antioquia. Sereno. Mucha paciencia. Dos años de trabajo, la colaboración de investigadores, escritores, muy buenos músicos, en un proyecto que muestra la diversidad musical de la región y las posibilidades que ofrece a los músicos populares de hoy.
Libros ficción
1. El testamento de María. Colm Toíbin. Ver comentario acá: http://giraldoramirez.blogspot.com/2014/06/pocos-dudan-de-la-importancia-de-maria.html
2. Poesía de uso. Jaime Jaramillo Escobar. Es muy extraño encontrar un libro de poesía; Jaramillo es conciente de ello y se excusa diciendo que no es un libro. Más ignorante, yo tampoco sé si es un libro, lo cierto es que no hay poema malo y son raros los libros así.
Libros no ficción
1. Empezar de cero. Jimi Hendrix. La historia del genio contada por sí mismo. Una traducción madrileña, plena de hostias y bolos no alcanza a arruinar la sinceridad y el humor del autor de "Purple Haze".
2. Más que plata o plomo: el poder político del narcotráfico en Colombia y México. Gustavo Ducan. Un examen riguroso de la zona gris entre la rebeldía política y el crimen organizado.
3. Emociones políticas: ¿por qué el amor es importante para la justicia? Martha Nussbaum. La profesora de Harvard reflexiona sobre un tema recuperado hace algunos años por la filosofía política, después de los fracasos del racionalismo puro y duro.
Fútbol
1. La selección Colombia. Un sueño nuestro mundial, ni las equivocaciones de Pekerman contra Brasil ni las bobadas de Santos alcanzaron a empañar nuestra alegría.
2. Rojo profundo. La mejor hinchada de América, el mejor dirigente de Suramérica y un técnico serio se alinearon para resucitar al Medellín un año después del centenario.
3. James Rodríguez. Gaseosas Falcao, papel higiénico Falcao, Falcao presidente, hasta que llegó el Mundial.
Discos
1. High Hopes. Bruce Springsteen. Primer álbum en estudio en que se digna hacer versiones, una vieja costumbre de los mejores. Homenaje a los muertos de la E Street Band. Conexión con el underground: Suicide, Rage Against the Machine.
2. Hypnotic Eyes. Tom Petty & The Heartbreakers. Una pianola. Una tras otra, todas las canciones son excelentes. Un crítico recordó 1984, pero es tres décadas después.
3. Paisajes sonoros de Antioquia. Sereno. Mucha paciencia. Dos años de trabajo, la colaboración de investigadores, escritores, muy buenos músicos, en un proyecto que muestra la diversidad musical de la región y las posibilidades que ofrece a los músicos populares de hoy.
Libros ficción
1. El testamento de María. Colm Toíbin. Ver comentario acá: http://giraldoramirez.blogspot.com/2014/06/pocos-dudan-de-la-importancia-de-maria.html
2. Poesía de uso. Jaime Jaramillo Escobar. Es muy extraño encontrar un libro de poesía; Jaramillo es conciente de ello y se excusa diciendo que no es un libro. Más ignorante, yo tampoco sé si es un libro, lo cierto es que no hay poema malo y son raros los libros así.
Libros no ficción
1. Empezar de cero. Jimi Hendrix. La historia del genio contada por sí mismo. Una traducción madrileña, plena de hostias y bolos no alcanza a arruinar la sinceridad y el humor del autor de "Purple Haze".
2. Más que plata o plomo: el poder político del narcotráfico en Colombia y México. Gustavo Ducan. Un examen riguroso de la zona gris entre la rebeldía política y el crimen organizado.
3. Emociones políticas: ¿por qué el amor es importante para la justicia? Martha Nussbaum. La profesora de Harvard reflexiona sobre un tema recuperado hace algunos años por la filosofía política, después de los fracasos del racionalismo puro y duro.
Fútbol
1. La selección Colombia. Un sueño nuestro mundial, ni las equivocaciones de Pekerman contra Brasil ni las bobadas de Santos alcanzaron a empañar nuestra alegría.
2. Rojo profundo. La mejor hinchada de América, el mejor dirigente de Suramérica y un técnico serio se alinearon para resucitar al Medellín un año después del centenario.
3. James Rodríguez. Gaseosas Falcao, papel higiénico Falcao, Falcao presidente, hasta que llegó el Mundial.
miércoles, 3 de diciembre de 2014
Ramón Hoyos
Nadie más ha ganado cuatro vueltas a Colombia consecutivas; puede ser extraordinario aunque provinciano. Fue la gran estrella deportiva de Colombia, hasta que emergieron Cochise y Pambelé, década y media después; puede ser un dato notable pero casi prehistórico, en todo caso premoderno. Es, quizás, el único personaje popular –en el sentido de querido por el pueblo– que llamó la atención simultánea de dos de nuestras figuras más importantes del siglo pasado, Gabriel García Márquez y Fernando Botero. Largo reportaje y enorme lienzo.
Fue Ramón Hoyos Vallejo, simplemente ramónhoyos. Su despunte ocurrió en 1953, pocos meses antes del 13 de junio cuando las “fuerzas vivas” del país se atravesaron en la vida de un general boyacense y lo pusieron en la presidencia de la república, llenando de tranquilidad al país. La vuelta empezó a correrse en 1951 en medio de la guerra civil bipartidista y el ciclismo intentaba superar la dualidad liberal-conservadora e instalar una rivalidad múltiple entre regiones, que al principio parecía concentrarse entre Antioquia y Cundinamarca.
La emoción comenzó con el triunfo de ramónhoyos en Aguadas, al que le siguieron las victorias en Medellín, Riosucio y Pereira, que le dieron la camiseta de líder. Cinco días antes de terminar la carrera, parecía inevitable que ramónhoyos ganara la tercera edición de la vuelta a Colombia.
Mi papá tenía veinte años recién cumplidos y con 120 pesos prestados se apuntó a una excursión que salía de Medellín a Bogotá, con el objeto de esperar al ganador en la raya de sentencia de la última etapa. Había que vencer primero siete horas de jornada desde Jardín hasta Medellín antes de embarcarse en un bus de escalera, de Aranjuez, cuenta él, hacia la capital por una vieja carretera que en 1970 ya habíamos abandonado.
Qué entusiasmo sería indispensable para meterse en esta travesía. Qué desahogo necesitaba la gente en medio de la violencia. Jardín era muy pequeño, pero no tanto como para que 17 liberales les ganaran seguidamente las elecciones a 200 conservadores. Jardín era muy tranquilo, pero no tanto como para que 17 liberales fueran obligados, después, a dejar el pueblo. Ramónhoyos no defraudó a sus seguidores y también –ese domingo 8 de marzo– llegó primero a Bogotá. El ciclismo y el fútbol fueron, desde entonces, la distracción de la sangre.
Es una referencia lejana ramónhoyos; también para mí. Para la generación del Frente Nacional los héroes son otros, pero la historia importa. El día que murió ramónhoyos, Julio Sánchez Cristo, el de la W, llamada así tal vez por la generación W (¿existe una generación w?), perdió por w. Sus lágrimas fueron por la duquesa de Alba, un mandril que murió en Sevilla. Un motivo adicional para recordar a ramónhoyos, estrella de Botero y García Márquez, y de la generación de mi papá y mis abuelos.
El Colombiano, 30 de noviembre.
Fue Ramón Hoyos Vallejo, simplemente ramónhoyos. Su despunte ocurrió en 1953, pocos meses antes del 13 de junio cuando las “fuerzas vivas” del país se atravesaron en la vida de un general boyacense y lo pusieron en la presidencia de la república, llenando de tranquilidad al país. La vuelta empezó a correrse en 1951 en medio de la guerra civil bipartidista y el ciclismo intentaba superar la dualidad liberal-conservadora e instalar una rivalidad múltiple entre regiones, que al principio parecía concentrarse entre Antioquia y Cundinamarca.
La emoción comenzó con el triunfo de ramónhoyos en Aguadas, al que le siguieron las victorias en Medellín, Riosucio y Pereira, que le dieron la camiseta de líder. Cinco días antes de terminar la carrera, parecía inevitable que ramónhoyos ganara la tercera edición de la vuelta a Colombia.
Mi papá tenía veinte años recién cumplidos y con 120 pesos prestados se apuntó a una excursión que salía de Medellín a Bogotá, con el objeto de esperar al ganador en la raya de sentencia de la última etapa. Había que vencer primero siete horas de jornada desde Jardín hasta Medellín antes de embarcarse en un bus de escalera, de Aranjuez, cuenta él, hacia la capital por una vieja carretera que en 1970 ya habíamos abandonado.
Qué entusiasmo sería indispensable para meterse en esta travesía. Qué desahogo necesitaba la gente en medio de la violencia. Jardín era muy pequeño, pero no tanto como para que 17 liberales les ganaran seguidamente las elecciones a 200 conservadores. Jardín era muy tranquilo, pero no tanto como para que 17 liberales fueran obligados, después, a dejar el pueblo. Ramónhoyos no defraudó a sus seguidores y también –ese domingo 8 de marzo– llegó primero a Bogotá. El ciclismo y el fútbol fueron, desde entonces, la distracción de la sangre.
Es una referencia lejana ramónhoyos; también para mí. Para la generación del Frente Nacional los héroes son otros, pero la historia importa. El día que murió ramónhoyos, Julio Sánchez Cristo, el de la W, llamada así tal vez por la generación W (¿existe una generación w?), perdió por w. Sus lágrimas fueron por la duquesa de Alba, un mandril que murió en Sevilla. Un motivo adicional para recordar a ramónhoyos, estrella de Botero y García Márquez, y de la generación de mi papá y mis abuelos.
El Colombiano, 30 de noviembre.
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