Dijo hace poco Daniel Pécaut en una entrevista con María Jimena Duzán que no recordaba haber visto nada parecido a esta campaña presidencial y que “solo podría compararla con el clima que se vivió en los años 1946 y 1947 entre conservadores y liberales” (Semana, 16.05.14). Pécaut es un sociólogo francés que lleva 50 años estudiando la realidad colombiana y escribió uno de los libros más importantes sobre la gestación de la guerra civil de mediados del siglo pasado, que nosotros seguimos llamando eufemísticamente “La violencia”.
Lo dice un académico que viene de afuera –aunque con nacionalidad colombiana– y lo repite un empresario y político colombiano, Juan Manuel Ospina, quien añade que esto es un irrespeto a los ciudadanos y a la democracia (El Espectador, 22.05.14). Ospina llama a un voto que se salga de esta dinámica entre lo que él llama, “las dos campañas de origen uribista”. Ignoro los comentarios a su planteamiento, pero a mí me llovieron rayos y centellas por sostener algo parecido en mi columna de la semana pasada.
Eso no me sorprende. Lo sorpresivo es encontrar a alguien que esté pensando para votar. Pensando en el sentido de reflexionar, de ponderar las calidades de los candidatos, de evaluar la importancia de votar por x ó y partido, de examinar las posibles consecuencias de los resultados del 25 de mayo y de la inevitable segunda vuelta. Y es que el ambiente está tan polarizado que no hay J. J. Rendón ni hacker que conmuevan a los seguidores ardientes de los dos bandos que, al parecer, se tragaron la campaña.
Para quienes nacimos con el Frente Nacional la coyuntura actual es lo más semejante a los estados de fanatismo que narran nuestros padres. Pécaut aclara: “No estoy diciendo que el país esté al borde de una guerra civil”. Ya es muy sintomático que lo esté pensando, que se vea en la obligación de aclararlo.
Sin embargo, hay una gran diferencia entre 1946 y 2014. Ahora hay una población más educada, más clase media, más deliberación, más ciudadanía. Lo que significa que también le cabe más responsabilidad a cada persona que llega a la urna electoral. Cada ciudadano tiene la posibilidad de acrecentar o disminuir esta disputa, de prolongar el enfrentamiento político y social que tenemos hace cuatro años o de atemperarlo dándole una oportunidad a las opciones que han mostrado más decencia en la campaña.
Estamos ante la disyuntiva que Marco Polo le planteó al Gran Kan, según Italo Calvino en el epílogo de Las ciudades invisibles. La fácil: “aceptar el infierno y volverse parte de él hasta no verlo más”. La difícil: “buscar y saber y reconocer qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio”. Cada votante puede echarle un tarjetón a la llamarada o quitárselo.
El Colombiano, 25 de mayo
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