El argumento subyacente a mis columnas sobre política nacional es el siguiente: en Colombia el problema más importante es el de la corrupción sistemática que –factores institucionales aparte– se alimenta del estilo y la falta de voluntad de los últimos dos gobiernos; el país vive un proceso de desinstitucionalización vinculado fuertemente, aunque no solo, con la figura de la reelección.
Planteo un tercero. Los dos últimos gobiernos sumieron al país en un ambiente de polarización y sectarismo que ya está amenazando seriamente nuestra precaria cultura política, la legitimidad de las autoridades y el recurso a la política. Los efectos de esta conducta en el comportamiento social y en las relaciones privadas son muy negativos, debido a lo que el filósofo italiano Alessandro Ferrara llama “la fuerza del ejemplo”. La intemperancia de Santos no es inferior a la de Uribe, como se colige de que el presidente descalifique un partido parlamentario como nazi (El Espectador, 23.04.14).
En el fondo de mi manera de ver la situación nacional está la convicción de que no hay diferencias políticas sustantivas entre Uribe y Santos, y que sus peleas provienen de intereses privados de pequeños grupos y rencillas personales. Ante este panorama, la solución más expedita la brinda la democracia electoral. Si Colombia se confina a la polaridad entre Santos y Uribe, la corrupción, la desinstitucionalización y el sectarismo nos desbarrancarán.
Según el maestro Norberto Bobbio (El tercero ausente, 1997), la inclusión de un tercero en condiciones de un conflicto larvado que amenaza la convivencia social y la estabilidad política es la solución más acorde a las necesidades de la tranquilidad, la libertad y la democracia. En el país hemos intentado tercerías ante situaciones críticas y todas han sido abortadas, al menos en el último siglo. Con fraude, como ocurrió con Anapo, o con sangre, como pasó con el Nuevo Liberalismo.
Hoy estamos de nuevo ante la urgencia de una tercería. Y hay sujeto. Se llama Enrique Peñalosa. Como potencial presidente Peñalosa tiene una formación más excelsa que la de cualquiera que haya ocupado la Casa de Nariño y la suficiente experiencia administrativa. En su campaña hay ideas y propuestas serias y claras (consultar: http://www.penalosapresidente.co). Sus defectos como candidato son bastante menores que los de sus rivales de hoy.
Pero lo que resulta, a mi manera de ver, definitivo para considerarlo la mejor opción para Colombia hoy es ser quien es. Un candidato independiente, moderno, buen administrador, comprometido con la gente. Un tipo que rompería el esquema actual de gobernabilidad, basado en la depredación de los dineros públicos y en transacciones que vulneran la moralidad pública. Pero la realización de esta tercería depende de la seriedad con que la ciudadanía asuma el ejercicio electoral, al menos que vote por convicción y no por miedo. El llamado voto útil es una vergüenza.
El Colombiano, 18 de mayo
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