viernes, 28 de agosto de 2009

Tres modos de mirar la política

Entre las muchas maneras de mirar la política ninguna es más clásica que la de los antagonismos. La política trata de una cadena sinfín de conflictos y luchas que se resuelven en acuerdos y pactos, después de los cuales aparecen problemas que dan lugar a nuevos desacuerdos y enfrentamientos. La gran política siempre conduce a enfrentamientos entre dos bloques. De hecho, la mayoría de los mecanismos electorales en Occidente están diseñados para llevar las diferencias a una elección entre dos.

La manera más tradicional de ver la política ha sido a través de las gafas de la oposición entre derecha e izquierda. Mucho se ha discutido sobre el asunto y en una columna de prensa no se pueden dar muchos argumentos. Baste decir que me parece genial la sentencia de José Ortega y Gasset quien dijo que ser de izquierda o derecha es “una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil”. Son maneras parciales de ver la realidad y formas de simplificación que entierran valores importantes en una sociedad.

Hace 25 años Luis Carlos Galán planteó otra óptica distinta. En una sociedad permeada por el narcotráfico, la corrupción y la quiebra de los valores tradicionales, lo importante era tratar de hacer una política decente. Donde decente significa honesta, transparente y no subordinada a ningún interés criminal. No sé si Galán sabía, pero ya en esos años algunos filósofos políticos empezaron a usar la decencia como una categoría fuerte. Una sociedad decente es la que no humilla a sus ciudadanos, una sociedad decente es la que hace todo lo posible por aliviar el sufrimiento de la gente.

Uno de los mayores pensadores del siglo XX, Norberto Bobbio, propuso otra manera especial de mirar las confrontaciones políticas. Para el maestro italiano lo definitivo es la separación entre extremistas y moderados. Básicamente, los extremistas son los que no tienen escrúpulos para justificar o usar medios criminales para lograr objetivos políticos. Los que se alían con las mafias, los grupos armados ilegales, los que apelan a la violencia abierta o soterrada. Los moderados plantean sus diferencias sin pensar que los demás no puedan tener su propia verdad, están abiertos al diálogo y tratarán de resolver sus disputas sin derramar sangre.

En sociedades donde el orden todavía es precario, como Colombia, las gafas de Galán y Bobbio son más pertinentes que las que sólo sirven para ver a la derecha y a la izquierda. Galán tocó la clave de la política colombiana a fines de los años ochenta y esa clave suponía una lucha contra el clientelismo, la corrupción y el narcotráfico. Después desgraciadamente estos tres problemas se encontraron con los aparatos siniestros de las Farc, los paramilitares y las bandas criminales.

Si entendiéramos esto avanzaríamos mucho y nos quitaríamos de encima a los charlatanes y acusadores gratuitos que andan día a día pegándole a todo el mundo la etiqueta de “izquierdista” o “derechista” para poder sentirse seguros y sabios.

Publicado en El Colombiano, 24.08.09

domingo, 23 de agosto de 2009

Los vivos y los muertos II

En esa lección de política, historia y narrativa que es El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, Marx toma como punto de partida filosófico la contraposición entre los vivos y los muertos. A diferencia de las concesiones de Burke al mundo de los muertos y de la prudencia negociadora que sugiere Canetti, Marx llama a una insurrección de los vivos.

“La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”, sentencia. El espíritu revolucionario consiste en derribar el poder del mundo de los muertos que se expresa en la tradición. Por eso las revoluciones políticas tienen que estar precedidas de una revolución espiritual, de lo contrario toda imposición, todo despotismo que pretenda saltar sobre las circunstancias están condenados a volver a “la inmundicia anterior”. Esta es la sugerencia sobre la cual construyó Antonio Gramsci su atractiva interpretación.

Marx nunca creyó en la idea de reeditar el pasado; esa nostalgia se la deja a los herederos de Rousseau y al reaccionarismo romántico. Es famosa su alusión hegeliana de que la historia sólo se repite como tragedia o comedia. Cierto cinismo le lleva a reconocer que un pasado atractivo puede utilizarse instrumentalmente, falseándolo por supuesto, para apalancar los nuevos procesos políticos. Pero su advertencia es taxativa: “La revolución no puede sacar su poesía del pasado, solamente del porvenir”.

Quienes sólo miran al pasado apenas conocen el mundo de los espectros, pero de lo que se trata es de encontrar los espíritus de la época. En el mundo político la oposición entre vivos y muertos es la lucha entre los espectros y los espíritus.

lunes, 17 de agosto de 2009

Sicología y política

El muy serio analista político Andrés Oppenheimer se excusa de incurrir en un análisis sicológico del presidente Rafael Correa (El Colombiano, 16.08.09). La excusa es válida porque tales argumentos son de lo más raro en los escritos políticos y sólo en medio de grandes tormentas se usan como recurso de combate; al fin y al cabo nadie siente necesidad de hacer un perfil sicológico de un político “bueno”, eso sólo se hace con uno “malo”.

Es más válida si se escribe para un medio colombiano, pues en los últimos años los rasgos síquicos del líder se han vuelto un expediente recurrido, incluso entre opinadores provenientes de la academia. Una cierta impotencia para explicar los fenómenos del carisma y la popularidad casi incondicional en tiempos de la política mediática y la cyberopinión, mezclada con un apasionamiento mal disimulado.

No es que se apele a la tradición de la sicología de masas creada por Gustave Le Bon, apuntalada por Freud y después reformulada magistralmente por Elias Canetti. No. Por lo regular se trata de una manera sutil de convertir el chisme de coctel o de cama en información pública y de insinuar con frases sibilinas lo que no se puede sostener en un debate franco o ante un tribunal.

El uso de los hechos o los signos que podrían explicar una siquis enferma en el gobernante demuestra la admiración torturada del escritor político por el líder, a quien se termina mitificando desde el ataque poco razonable. Y así mismo deja ver la desconfianza que se tiene en la fortaleza de las instituciones sociales, las bondades del sistema político, las exigencias de un mundo interconectado y el juicio del ciudadano.

martes, 11 de agosto de 2009

Estado de excepción regional

Los cambios políticos ocurridos durante la última década en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Honduras han sumido a los analistas y a los políticos en una discusión tan intensa como confusa. Ni se diga de las opiniones sobre el clima de inestabilidad que se ha generado en las otrora tranquilas y aburridas relaciones interamericanas, que tenían a Cuba como único tema animado.

Para una vertiente de los estudios políticos, todavía marginal por estos lares, tales equívocos provienen de una ciencia política anacrónica y un sistema de categorías políticas que ha envejecido mal sin que sus usuarios se percaten o se molesten en revisarlas. Una muestra de esta incapacidad es la discusión sobre si Venezuela es una dictadura o una democracia, o la tendencia a especular sobre las condiciones psíquicas de Chávez u otros gobernantes regionales.

Me parece que entre los renovadores del pensamiento político podemos encontrar pistas más útiles. Una está en el concepto de “estado de excepción”. Tal como el pensador italiano Giorgio Agamben lo dice, el estado de excepción representa una especie de zona intermedia entre la democracia y el absolutismo, caracterizada por la suspensión del orden jurídico y la concentración del poder en una parte del Estado. A ello se le puede agregar la creación de una institucionalidad paralela con sello partidario, la generación de un clima de emergencia permanente y la movilización hostil contra los adversarios políticos.

Esto caracteriza claramente los casos venezolano, boliviano y nicaragüense, y en menor medida el de Ecuador. Se trata de estados de excepción prolongados donde la ley pública y general da paso a una arbitrariedad sostenida por un apoyo popular mayoritario y un control fuerte de todos los órganos del poder público. De esta manera el totalitarismo, igual que ocurrió en la Alemania nazi, puede imponerse tras una cuidadosa adaptación a las formas democráticas y un uso calculado de la retórica revolucionaria.

La otra peculiaridad es que estos estados de excepción necesitan alterar la institucionalidad y la gobernabilidad regionales y tratan por todos los medios de crear un estado de excepción en la región. Primero, porque la movilización y el clima de emergencia necesitan la creación de un enemigo externo, que siempre será Estados Unidos en el trasfondo pero que tiene que buscar sus adversarios apropiados, como Colombia, Perú o México. Segundo, para hacer explotar instituciones como la Comunidad Andina o la OEA, poner en cuestión la legalidad internacional y cambiarlas por condiciones favorables a los nuevos poderes.

Algunas de las implicaciones prácticas de este análisis permitirían afirmar que Venezuela, Bolivia y Nicaragua son las puntas de un proyecto político que tiene como aliados a las Farc y a los demás carteles regionales de la cocaína y constituyen el principal factor de desestabilización. Mientras que el potencial beneficiario a mediano plazo es el nuevo poder emergente brasileño que lucha por crear un espacio suramericano bajo su hegemonía. Todo esto en medio de la pasividad de Estados Unidos, la complicidad de Europa occidental y la actividad rusa, china e iraní.

Publicado en El Colombiano, 10.08.09

miércoles, 5 de agosto de 2009

Los vivos y los muertos I

Según Elias Canetti existen “tres oposiciones fundamentales” en la vida social humana, verdaderas regularidades de los procesos de conservación y movimiento de las sociedades, que son las dobles masas de los hombres y las mujeres, los vivos y los muertos y los amigos y los enemigos. Estas masas pueden traslaparse como en la guerra y otras formas extremas de supervivencia, pero tienen también sus casos de primacía o de pureza.

Existe una lucha desigual entre el mundo de los vivos y de los muertos cuya asimetría explica la constancia y la determinación de los vivos por preservar su mundo. El nacimiento y la enfermedad, el autocuidado y el suicidio, la gestión de la propia vida y la biopolítica, las explosiones demográficas y los contragolpes que sufre la soberbia técnica, la fatalidad del replicante y la ilusión del vampiro, todos esos fenómenos expresan la dinámica de aglutinación de la masa de los vivos.

Esa asimetría irreductible, en la que a la larga la muerte siempre triunfa, implica también el respeto hacia el mundo de los difuntos y la voluntad de que esa lucha no llegue al punto de la provocación y la incitación que desate toda la fuerza de los muertos. Mostrarle a quien agoniza un verdadero interés por conservarlo es ganar un poco su benevolencia en el más allá. En nuestra época parece, a veces, que este respeto es apenas un ardid para ganar tiempo en la esperanza de que un objetivo inconfesado e ilusorio de conquistar la inmortalidad pueda conseguirse.

Esta oposición no puede ocultar la existencia de una figura altanera y perturbadora: la del sobreviviente.

domingo, 2 de agosto de 2009

Volver

Pasa la vida por la llanura placentera del descubrimiento de nuevas novelas y de viejos escritores, de saber que cantantes de antaño eran más que una canción, de conocer nuevas síntesis y relatos inesperados del pasado, de sentir un verano sostenido por primera vez en tres años y volver a saber del calor y de atardeceres de colores.

Así nos llega la mitad de año bajo la tiranía de las vacaciones del norte, la repetición de los capítulos vistos de las series de televisión y la vacuidad de la prensa que también manda su seriedad a la playa. Empieza esa horrible sensación de pensar que la única novedad es el campeonato colombiano de fútbol, el primero del mundo en lentitud y desgano, el más densamente poblado por árbitros incapaces y analistas mediocres.

Hasta que un domingo como cualquiera otro abre su tarde generosa y el sol del poniente pega contra el cemento y los acrílicos de las graderías que empiezan a enrojecerse con la lealtad cierta de las mismas veinte mil almas de siempre, y norte se llena de trapos saturados de x (las x del anonimato, la humildad y la resistencia). Entonces se despierta el sentimiento antiguo y el corazón se levanta y ya no somos nosotros cuando aparece en la cancha una fila india de once muchachos vestidos con la camiseta sagrada.

Es uno de los sentidos que tiene la vida.