La columna de la semana pasada se tituló "Prudencia” y fue una reflexión sobre la importancia de los medios en la coyuntura concreta que vive el país; decía allí que la prudencia en este contexto es: “actuar mediante los medios éticos más eficaces para cumplir con los preceptos de la constitución, sopesando las consecuencias de cada decisión”. Esta es un comentario sobre los fines de la actividad política teniendo presente la misma situación. Ambas intentan controvertir con saboteadores y maximalistas. Como dijo esta semana Alberto Velásquez Martínez, “el país nacional tendrá que mostrar un poder moral, para convencer a ilusionistas y aventureros” (“¿Hay esperanzas?”, El Colombiano, 29.06.22).
La semana pasada Álvaro Uribe y el presidente electo delimitaron el terreno para contener a los fanáticos. Esperemos que el “canal abierto” y directo que parecen haber acordado funcione bien. Queda la tarea no menos fácil de atemperar a los maximalistas o ilusionistas. Se trata de algo tan simple y duro como acotar las expectativas de los diferentes sectores de la sociedad. Acortar la distancia entre la viabilidad y los objetivos es necesario para evitar malentendidos y frustraciones.
Empiezo por la más absurda de las ilusiones; la de que no pase nada. A los comentaristas cuyo lema es “no se puede” o, peor, a quienes creen que vivimos en el paraíso (“deje así, que estamos bien”) hay que recordarles que la voluntad democrática manifestada el 31 de mayo y el 19 de junio fue por el cambio. Algunos de los defensores del statu quo estuvieron sacando pecho con el 50% de Rodolfo Hernández, pero el nuevo senador les recordó esta semana —mediante una fotografía emotiva con el presidente electo— que apoya al gobierno entrante y exige que no haya continuismo.
Las demás ilusiones son las de siempre; las de los millones de colombianos a los que les han sido postergados los derechos, las oportunidades. Hay una aprehensión comprensible de que el 75% que expresó su hartazgo con el estado de cosas en la primera vuelta se desengañe porque su vida no cambió significativamente al cabo de cuatro años. El presidente electo dijo que su “gobierno tiene que generar comienzos, porque son temas a largo plazo. Yo lo llamo el gobierno de las transiciones” (“Gustavo Petro: Si fracaso, las tinieblas arrasarán con todo”, El País, 27.06.22). No está claro que esa consciencia sea compartida por los militantes más fervorosos de su movimiento político.
Los desplazamientos recientes en el ámbito de la pequeña política son incómodos pero necesarios porque aclaran las reglas de juego; quiénes y cómo entran al acuerdo nacional, quiénes no y dónde se ubicarán, en la independencia o la oposición. De esta manera se cribará el espectro político y podremos ver, más temprano que tarde, si quedan residuos que quieran salir de la arena institucional y se lancen a la aventura. El clima político se está “cuartiando”, como dicen en el campo; ojalá se asiente.
El
Colombiano, 3 de julio.
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