Según el informe Freedom in the World 2002 Colombia es un país parcialmente libre y según el Índice de Democracia Global es una democracia defectuosa. Nuestras calificaciones cayeron en los últimos años. No se puede achacar ese deterioro a ningún enemigo interno ni externo. Se debe a múltiples factores institucionales y a responsabilidades de segmentos muy precisos de la sociedad, en diferentes grados, a quienes podemos llamar enemigos furtivos de la democracia.
Un factor institucional es el contubernio del sistema judicial con la clase política que condujo a la elección del registrador nacional y al escandaloso escrutinio en las elecciones del 13 de marzo. Previamente, Germán Vargas había impugnado a los educadores dizque por ser seguidores de un candidato que no le gusta. Los antecedentes y el expediente del registrador Vega fueron bien descritos en editorial de este diario (“¿Quién es el registrador?, 04.11.21). Amén de quejas y advertencias, Humberto de la Calle hizo una propuesta para asegurar la confianza electoral en mayo y junio que no ha tenido respuestas importantes.
La principal responsabilidad política personal del daño a la democracia recae en Iván Duque. No porque la casa se haya desordenado durante su mandato, sino porque ha sido protagonista activo de la lucha contra los principios democráticos. La lista es larga: promoción de numerosas violaciones a los derechos humanos y al derecho humanitario, documentadas por organismos internacionales; ruptura de las reglas de juego institucionales (Héctor Riveros, “Duque, el abusador”, La silla vacía, 04.04.22); participación ilegal en la campaña política (José Gregorio Hernández, “Necesaria imparcialidad presidencial”, El Colombiano, 20.04.22); ataque recurrente a medios y periodistas, denunciados por la Fundación para la Libertad de Prensa. Las columnas del exmagistrado Hernández para Colprensa estas páginas servirán para hacer memoria del desbarajuste ocasionado en este periodo.
Pero no todo se debe a las instituciones y sus titulares. Hay una enorme responsabilidad de la sociedad civil y, en particular, los medios y los periodistas. Es preocupante el papel de los columnistas como modelos de lo que debe ser la argumentación y la deliberación razonadas, la formación de una esfera pública democrática y la calidad del ejercicio ciudadano.
Lo digo porque es evidente que muchos columnistas —la desgracia es que son muchos— escriben como propagandistas. Ya es un mal que la política electoral sea propaganda, de modo predominante, más que debate de ideas, competencia programática o contienda de perfiles individuales. Pero que los formadores de opinión se conviertan en agentes solapados de las campañas políticas vulnera las reglas básicas de la comunicación y la tradición cívica de las páginas editoriales. Existen dos casos del momento que merecen mayor detenimiento. La idea que se está promoviendo de que la primera vuelta presidencial es entre dos candidatos: falsa, son ocho; perniciosa, promueve la polarización política y la radicalización de la ciudadanía; insidiosa, se ayuda a una estrategia electoral bajo la máscara del análisis. El segundo, la campaña vulgar, prácticamente orquestada, contra Francia Márquez.
El Colombiano, 24 de abril
No hay comentarios.:
Publicar un comentario