Hace doscientos años Hegel (1770-1831) expresó su preocupación por el abandono en el que se encontraban “las reglas del pensar” y la sustitución que se hacía de ellas para dedicarse a “pensar arbitrariamente desde el corazón, la fantasía o una intuición accidental” (Principios de la filosofía del derecho). Reitero, hace doscientos años, ¡en plena ilustración! A ningún lector deberá escapársele la similitud con la condición actual en plena fiesta de la ciencia y de la técnica; ante todo de esta última. El filósofo creía que era una injusticia todo intento de hacer prevalecer la opinión particular por sobre la verdad pública tal y como se expresa en la ética y la ley.
Con Hegel en mente se entiende mejor que las voces previsoras no se hayan escuchado en el siglo XXI. Las que anunciaron la pandemia del 2020 y la crisis del 2008, las que advirtieron la guerra en Ucrania, incluso —en nuestro suelo— las que indicaron el deterioro de Medellín después de la mediocre gestión de Federico Gutiérrez y el callejón al que conduciría a Colombia el autoritarismo corrupto de Iván Duque. A ninguna se prestó atención porque el pensar razonable se ha tornado difícil y los particularismos han llegado a ser recios.
No se escuchan razones; muchas veces ni siquiera se atienden los golpes de la realidad. Un escritor ucraniano atestiguó una situación calamitosa que fue recibida con apatía por la gente. “Vi cómo la guerra se convertía en la norma, intentando ignorarla, aprendiendo a convivir con ella como si fuera el borracho pesado del barrio”, dijo (“Andrei Kurkov: Rusia utiliza la cultura como instrumento de poder”, El País, 18.03.22). A ese estado de impotencia y abandono de las exigencias del momento y encierro privado le asigna Kurkov la imagen de las abejas grises.
El filósofo alemán indicaba que esta tendencia al pensamiento arbitrario conducía a un estado de “fría desesperación”; quizás, mejor llamarlo decepción o simple resignación puesto que —añadió él— en ese punto la gente asume que “todo anda mal o, a lo sumo, mediocremente, pero que no se puede tener nada mejor”. Un alumno suyo insistió después en que el conformismo no era la única respuesta y que podrían ocurrir sublevaciones. Así fue.
Hegel creía que una plena comprensión del presente solo es posible después. Usó esta imagen de la que se enamoraron los estudiantes de filosofía: “el búho de Minerva solo alza su vuelo en el ocaso”. Pero a los gallos de amanecida no se les oye solo por las deficiencias de la racionalidad o por falta de deliberación. Sobre todo por nuestro débil sentido colectivo. Los citadinos acomodados nos informamos sobre los bombardeos contra niños y civiles en Putumayo, el saqueo del estado desde Bogotá, el hambre creciente en el país, pero solo nos preocupa que en los próximos cuatro años no se nos perturbe en nuestra comodidad y complacencia. Miseria, violencia, desastres, pasan muy lejos e importan muy poco.
El Colombiano, 17 de abril
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