Algunos intelectuales han venido criticando la superioridad moral para tratar de neutralizar algunas posturas políticas que se ventilan en el país como las campañas contra la corrupción o la gran minería (una muestra: Carlos Enrique Moreno, “Falsas narrativas de superioridad moral”, El Espectador, 26.12.21). Nadie explica bien de qué trata la superioridad moral, así que expurgaré un poco el tema a partir de enfoques hipotéticos.
El enfoque cínico desestima la moral, no cree en normas que limiten la acción individual. Este fenómeno conocido como anomia en la sociología le ha sido diagnosticado a las sociedades latinoamericanas. Segmentos anómicos, lumpescos, son abundantes entre los más pobres y los más ricos. Como dijo hace poco Gary Kasparov, esta gente no pregunta por qué, sino por qué no.
El enfoque neoconservador sugiere que no se deben efectuar juicios morales sobre asuntos que trasciendan el ámbito privado. Ejemplo, la postura de quienes están contra el aborto y que aplauden la justicia por propia mano. Son malos realistas que pregonan una separación entre la ética y actividades humanas como la política, la guerra o la economía, pero ignoran que el realismo —del cual pretendo ser parte— postula que la política, la guerra y la economía tienen sus propias normas morales. Más aún, ignoran que muchas de esas normas han sido codificadas en códigos internacionales y nacionales que atestiguan el avance civilizatorio del que los occidentales presumimos. Política sin derechos humanos, guerra sin derecho humanitario, economía sin bienestar social, son inaceptables en el mundo democrático actual.
El enfoque relativista o posmoderno no admite juicio moral por encima de la soberanía individual y pretende igualar los deseos del sujeto con las necesidades de los demás. Los relativistas desconocen que la tradición principal de la ética occidental es jerárquica, es decir, que hay libertades y derechos que son fundamentales y otros que no lo son. Además, olvidan que una parte importante de la dignidad es “hacerse digno”, comportarse de forma respetuosa para hacerse respetable; no basta con nacer y respirar.
Sin embargo, se me hace que el rechazo a la superioridad moral es solo expresión del dominio neoliberal. Vivimos en una sociedad en la que mucha gente exhibe cotidianamente su superioridad: tienen mejor figura (natural o comprada), tienen más dinero (legal o no), tienen más poder (legítimo o no), pero les resulta inaceptable que alguien exponga sus rasgos espirituales: virtuoso o respetuoso de la ley.
Se trata de una falacia: en toda sociedad hay individuos que son mejores personas y mejores ciudadanos que otros. Sí, el ser humano está hecho de madera torcida y nadie es perfecto, todos somos susceptibles de caer. Pero hay gente que es moralmente mejor y alguna que es moralmente peor que otra.
La reflexión aplica a la política: hay políticos decentes y políticos que no lo son. Enfermedad mortal de una sociedad sería que la virtud y la bondad tuvieran que ocultarse; que resultara impopular ser buenos.
El Colombiano, 10 de abril
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