lunes, 4 de marzo de 2019

Rusia

La complejidad del mundo contemporáneo hace imposible encontrar un único punto generador de los inesperados acontecimientos que dieron al traste con la ilusión liberal cosmopolita que se generó en 1989 y que marcaron el fin de una época y el comienzo de otra. Pero si hay un punto que articula gran parte de los hechos políticos —especifiquémoslo— ese tiene nombre propio: Rusia. No es la desigualdad de Piketty, ni las redes sociales de muchos otros, ni la crisis económica del 2008.

Así se podría sintetizar la tesis del libro más reciente de Timothy Snyder, un historiador británico, tal vez el mayor experto académico en temas de Europa oriental, autor del celebrado Tierras de sangre (2011) y del menos comentado pero más necesario Sobre la tiranía (2017). Todos los objetivos políticos que Rusia se ha propuesto en las dos décadas que llevamos del siglo XXI los ha coronado. La división de Ucrania, el Brexit, la elección de Donald Trump, el sostenimiento de Bashar Al Asad en Siria. Si Nicolás Maduro no cae rápido o se queda indefinidamente no será debido a la acción de Cuba, será por el respaldo ruso. Por supuesto, las líneas globales que diagnosticó Carl Schmitt hace setenta años siguen existiendo; una cosa es el Medio Oriente y otra Suramérica.

Para ganar tantas batallas, los rusos han tenido que disparar poco. Estados Unidos, en cambio, ha disparado mucho y allí donde lo ha hecho ha perdido; o al menos no ha ganado, que para el caso es lo mismo. Libia, Irak, Afganistán, Siria. Esto lo recordó hace poco John Keane (El País, 26.02.19). Una conclusión probable sería que en tiempos posmodernos vale más un espía como presidente dirigiendo un puñado de piratas informáticos que un especulador de bienes raíces al mando del ejército más poderoso del mundo. Ejemplo de ello, son los servicios involuntarios que Facebook y Twitter le prestaron a los rusos y a la candidatura de Donald Trump; y el papel estratégico que Wikileaks ha jugado dentro del plan ruso. No me extrañaría que Julian Assange —elevado a los altares hace una década por Daniel Samper Pizano— resulte ser un agente de Putin (aunque tampoco hace falta).

El libro de Snyder se titula El camino hacia la no libertad (2018) y me caben pocas dudas de que es una evocación del clásico de Friedrich Hayek Camino de servidumbre que denunciaba los sucedáneos del totalitarismo. De nuevo, como hace 80 años se trata más de la lucha por las mentes y por los corazones que por los recursos.

Helí Ramírez: Murió el poeta sin los castigos que la corrección política, de ser culta, le hubiera propinado. Esconderé sus libros y releeré sus poemas mentalmente, no sea que me acusen de incitación a la violencia, pederastia, violación, malicia en la mirada o gestos indebidos.

El Colombiano, 3 de marzo

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