El presidente Iván Duque cometió varios errores el domingo pasado, no se sabe cuál de todos más peligroso para el país. Primero, desconoció la competencia de la Corte Constitucional al presentar objeciones jurídicas a la Ley Estatutaria sobre la Jurisdicción Especial de Paz. Segundo, dio el paso de atacar el acuerdo de paz con las Farc en el único punto que permanecía incólume, porque los demás fueron incumplidos por el propio Juan Manuel Santos (tierras, circunscripciones especiales y cultivos ilícitos). Tercero, porque se olvidó de que él, Duque, es el Jefe del Estado, representante de todos los colombianos y no solo del Centro Democrático. Cuarto, porque convirtió los 41 meses que le quedan de gobierno en una pista jabonosa, entorpeciendo su propia gestión y poniendo al país entero en una situación de conflicto entre los poderes constituidos, incertidumbre jurídica y polarización política.
Esos errores van, además, en contravía de las promesas que realizó —no como candidato, cuando todo el mundo dice hasta misa— sino como presidente electo el día de la posesión: que no haría trizas el acuerdo, es decir, que lo asumía como un compromiso del Estado colombiano y que buscaría un acuerdo nacional para dejar atrás los procesos divisivos que están corroyendo al país político y a la sociedad colombiana. Duque echó por la borda sus buenas intenciones. El paso que dio el domingo lo titula como un presidente faccioso, que prefirió congraciarse con sus copartidarios más radicales antes que respetar el juramento que hizo el 7 de agosto sobre el texto de la Constitución Política. Se enfrentará a la corte y al congreso, ya está polemizando con Naciones Unidas, agravió a los países que sirvieron de garantes del proceso de paz y proyectará una imagen del régimen político colombiano rayana en la arbitrariedad.
Iván Duque decidió ignorar el compás de espera que le dio la oposición política y el beneficio de la duda que le otorgaron muchos observadores de la política, internos y externos. El domingo pasado olvidó sus preferencias por la economía naranja, el discurso sobre el desarrollo que aprendió en su empleo más significativo (como funcionario del BID) y las invocaciones públicas a su padre, todas mirando hacia adelante. En su discurso del 7 agosto, Duque estaba pensando en el futuro. El discurso del 10 de marzo puso al país a discutir sobre el pasado. Jurídicamente, nos retrotrae a debates que se dieron y se resolvieron en el país en el 2012 y el 2017. Políticamente, nos devuelve a la campaña opaca y ponzoñosa que se dio alrededor del plebiscito del 2 de octubre del 2016. Militarmente, nos devuelve a la “guerra a muerte” de 1813 y borra de un plumazo nuestra histórica tradición de negociaciones que juntó a Laureano Gómez y Alberto Lleras, a Carlos Pizarro y Virgilio Barco.
Bienvenidos al pasado.
El Colombiano, 17 de marzo.
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