Si, en medio de tantas vicisitudes, Colombia se destaca por algo es por su desempeño democrático y por sus avances culturales. Económicamente hemos sido mediocres y socialmente malos. Acá la economía cae poco pero nunca sobresale, mientras nuestros indicadores sociales nos asimilan a un país centroamericano, y eso sacando a Costa Rica. La estabilidad democrática colombiana es envidiable a nivel mundial. La apertura cultural es menos visible; sin embargo, John Rawls (1981-2002) al final de su vida expresó su admiración por el programa de control de natalidad impulsado a través de Profamilia desde 1965. Era presidente de la república, en ese entonces, el conservador Guillermo León Valencia. Los recientes acontecimientos en Argentina sobre el rechazo de una legislación menos restrictiva del aborto han puesto sobre el tapete el hecho de que la sociedad y el estado colombianos son, en muchos aspectos, más modernos que muchos otros países latinoamericanos.
Pues bien, las declaraciones del presidente Duque sobre la dosis personal y la cadena perpetua para cierto tipo de delitos ponen en entredicho los límites de la libertad individual en Colombia. Desde los tiempos de Laureano Gómez (1889-1965) no se escuchaban semejantes opiniones por boca de un jefe de estado. El presidente de la república puede pensar lo que quiera en su fuero interno, pero manifestar la intención de dar un paso atrás en materia constitucional, legislativa y consuetudinaria son palabras mayores. El consumo de sicoactivos es un problema de salud pública, como lo son los juegos de azar, lo va siendo la adicción a los videojuegos (lo acaba de reconocer la Organización Mundial de la Salud) y lo serán dentro de poco los vaporizadores. ¿Y qué? No alcanzará ningún catálogo prohibicionista para las obsesiones y pulsiones que tenemos los seres humanos. La cadena perpetua es una expresión del populismo punitivo y un remedio anacrónico (y falso).
Se trata de una ofensiva neoconservadora apoyada de modo imprevisto por el progresismo posmoderno. Porque, al fin y al cabo, la corrección política es completamente antiliberal y retardataria. La misma que exige hablar en papel sellado, la que prohíbe las bromas sobre el prójimo, la que mutila el uso del lenguaje común, la que castra las expresiones de la emotividad humana. En últimas, el progresismo posmoderno y el neoconservadurismo intentan eliminar lo que la humanidad tiene de humano, aquello que no es extirpable. Es la alianza insospechada que conforma un nuevo puritanismo contrario a los ideales de la libertad. “Libertad y orden”, como dice el escudo; “Oh libertad”, como dice el himno antioqueño.
Profamilia se precia de haber hecho la primera “emisión radial promoviendo la planificación familiar” en Latinoamérica. ¿Es posible eso en Colombia hoy, 50 años después? No tensemos la cuerda. Es posible, digamos, ¿hacer publicidad a la jurisprudencia sobre el aborto, el matrimonio homosexual o el consumo personal de drogas?
El Colombiano, 7 de octubre
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