La presentación del presidente Iván Duque Márquez el 7 de agosto dejó muy en claro —como debía de ser— qué es lo que se propone hacer. Lo más urgente fue su mensaje de conciliación y unidad en un país que dejó atrás la guerra y tiene envenenadas sus relaciones políticas. Lo más importante, la señal de que quiere cambiar una forma de gobierno que ha erosionado seriamente la credibilidad del sistema político, anunciando un fuerte control a la corrupción. Por supuesto, hizo su lista de temas entre los que descuellan, por su novedad, el delineamiento de una política económica que no se base en el petróleo y el impulso a la economía naranja. Hasta ahí, todo rosas. Muy preocupante su populismo punitivo (no recuerdo presidente de la era moderna hablando de cadena perpetua) y sus concesiones al atavismo cultural de sus aliados.
Los actos del 7 de agosto no dejan claro cómo lo va a hacer. Primero, porque no indicó cuáles van a ser los temas prioritarios. No se casó con una consigna, ni con tres huevitos, y necesita hacerlo porque los recursos son escasos y el tiempo también. Con el gabinete envía un mensaje de conocimiento y renovación. Muy extraño el ministro de Defensa, ignorante en una materia en la que el país ha aprendido mucho. Cuando todo el mundo creía que un gobierno liderado por el Centro Democrático era fiable en política de seguridad, aparece un interrogante grande en ese renglón. Un acierto entregarle a Martha Lucía Ramírez la implementación del acuerdo con las Farc, pero la clave de ella está en la seguridad en las regiones. Equidad y cultura de la legalidad aparecieron como propósitos que deben estar acompañados de una estrategia coherente que se exprese en la reforma tributaria, por ejemplo. Veremos.
Hasta el 7 de agosto parecía que Duque gobernaría con el apoyo firme de dos bancadas minoritarias (Centro Democrático y conservadores) y la alianza condicional de tres bancadas más (Cambio Radical, U y liberales). Después del discurso del senador Ernesto Macías esto parece enredado. Macías se lanzó contra medio país más que contra Santos, y lo indignó, y le mostró los dientes a Duque, pues le dijo casi literalmente: haga su unidad gobernando que acá en el congreso nos vamos a dedicar a saldar cuentas. El Centro Democrático alberga el temor paranoide de que Duque se salga del redil y tiene —todo el mundo lo sabe— una fractura interna seria entre radicales y moderados, tradicionales y modernos, que su jefe no puede estar atendiendo al detalle.
Después de dieciséis años de cesarismo, es un respiro que Duque esté en la Casa de Nariño. Empieza a gobernar con una oposición menos feroz que la que tuvo Santos, pero con una coalición suspicaz. Tendrá un corto compás de espera. Luna de miel, no.
El Colombiano, 12 de agosto
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