Sentado, al parecer, con el perfil hacia oriente. Los ojos hundidos y tristes, la mirada baja y perdida. Más un alma que el retrato con estilete firmado por Pablo Picasso el 9 de junio de 1938. Dos meses habían pasado desde su muerte. Puede pensarse que el pintor malagueño ha dibujado de memoria la imagen que ahora ilumina la portada del volumen que compendia el libro póstumo España, aparta de mí este cáliz publicado en 1939, cuando terminaba la guerra civil española y empezaba la mundial: “¡Estremeño, dejásteme / Verte deste lobo, padecer, / Pelear por todos y pelear para que el individuo sea un hombre, / Para que los señores sean hombres”.
De la misma fecha un boceto que aspira a retrato. De frente, ceño fruncido; sin atractivo ni parecido, trazado sin curia. Picasso afirma que es César Vallejo; si no fuera por el afecto sabido diría que se trata del dueño de un bar o del administrador de un hotel, que salda una cuenta con tal de atrapar la firma del pintor. El curador de la edición crítica de 1997, Ricardo Silva Santiesteban, tituló el tercer tomo Poemas 1923-1938, aclarando que el adjetivo “humanos” no pertenece al original. “Y me alejo de todo, porque todo / Se queda para hacer la coartada: / Mi zapato, su ojal, también su lodo / y hasta mi doblez del codo / De mi propia camisa abotonada”.
Del ilustrador Julio Esquerre Montoya –conocido como Esquerrilof– la Pontificia Universidad Católica del Perú usó una imagen fuerte, un ícono tallado en madera, para la segunda portada, en negro sobre azul celeste. La cara aindiada, la piel curtida y morena, las cuencas solas bajo las cejas y el pelo desordenado. Una cabeza criolla, sin pulimientos, para darle cobertura al delirio vanguardista de Trilce (1922): “Cuándo vendrá / el domingo bocón y mudo del sepulcro, / cuándo vendrá a cargar este sábado / de harapos, esta horrible sutura / del placer que nos engendra sin querer, / y el placer que nos DestieRRa”.
Los heraldos negros, con sus borradores y facsímiles, llena el primer libro de la Poesía completa. En la carátula, un lápiz chocante, autoría del peruano Raúl Vizcarra. Una copia del estilo que los soviéticos impusieron para difundir la imagen de Lenin. Un Vallejo que nunca fue: desafiante, imponente. Un rostro metálico, bruñido, instalado sobre un cuello grueso de venas hinchadas que reclama una bandera tras de sí. Un despropósito para el sentimiento de esos versos. “Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce / Rita de junco y capulí; / ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita / la sangre, como flojo cognac, dentro de mí”.
César Vallejo no reclama nada; nadie reclama nada en su nombre, por fortuna. Cada espíritu que trastabilla bajo su poesía le pertenece.
El Colombiano, 1 de abril.
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