Cuáles sean las efemérides más importantes de un país, una organización, una persona, debe decir algo de las preferencias, los referentes, quizás de la mentalidad de esos grupos o individuos. Como estamos en 2018, hablaré de algunas celebraciones o conmemoraciones de este año, en proceso de ensalzamiento o desdén.
Desde que empezó el año se está hablando de mayo de 1968. Uno de los hechos más sobrevaluados del siglo XX. Isaiah Berlin (1909-1997) respondió, sarcásticamente, cuando le preguntaron por las manifestaciones juveniles en Francia diciendo que se había tratado de una rebelión de la burguesía arrepentida contra el proletariado satisfecho. En lo que a mí respecta, el verano del amor –que tuvo lugar un año antes en San Francisco– fue más importante. En el sentido en que transformó casi por completo la cultura occidental y dejó una huella indeleble en nuestra manera de ser. La misma que hoy cuestionan tanto el neoconservatismo como la corrección política.
El 4 de abril pasado solo El Colombiano, entre la gran prensa escrita del país, publicó una nota sobre el cincuentenario de la muerte de Martin Luther King (ni siquiera tuvo doodle). Reducir la relevancia del pensamiento de King al ámbito de los negros o a la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos es no entender nada. La precariedad de ediciones en español de su obra muestra la indolencia de las élites intelectuales hispanoamericanas. Nuestros negros tampoco es que lo divulguen mucho. Ni tampoco a los otros dos miembros de esa santísima trinidad, Muhammad Ali y Nina Simone.
Hace 170 años era 1848. Un año tanto o más decisivo que el de la Revolución Francesa para la configuración política del mundo occidental. Y también en el pensamiento social. En ese año se publicaron libros que han moldeado desde entonces el pensamiento progresista: el Manifiesto Comunista de Karl Marx, cuyo natalicio ocurrió hace 200 años, con sus críticas diáfanas y sus promesas arcaicas; un panfleto de Joseph Charlier que propuso la idea una renta básica universal para cada ciudadano; un librito, desconocido fuera de Alemania, de Julius Fröebel que es la fuente original del concepto de democracia deliberativa.
Sobre 1848 en Colombia hay un texto interesante de Jaime Jaramillo Uribe, pero valdría la pena profundizar en su influencia. De seguro es más crucial para nuestra historia que el asesinato de Gaitán.
Los palestinos andan tirando piedra y los israelíes matándolos, con ocasión de los setenta años de la fundación del Estado de Israel. Escalaremos montañas de papel sobre el tema. Del gran acontecimiento de 1948 no se habla aún, se dirán pocas y tímidas palabras en diciembre: la promulgación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El contenido y las posibilidades prácticas de este documento pueden ser tan trascendentales como la inscripción que recibió Moisés en el Monte Horeb.
El Colombiano, 4 de abril
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